Es la adquisición del año: Slack, una app más veterana que Zoom pero igual de apreciada en tiempos de teletrabajo y confinamiento, ha costado 25.000 millones de euros. Los ha pagado Salesforce, una gran plataforma de servicios para empresas, fundada hace 21 años por el visionario Marc Benioff. Un programador convertido en emprendedor que se formó junto a las grandes fortunas de la tecnología en las pasadas décadas: Nolan Bushnell, Larry Ellison (el socio de Piqué que convirtió el tenis en un negocio milmillonario), o Steve Jobs.
Si el apellido resulta familiar es porque es primo lejano de David Benioff (comparten bisabuelo), uno de los dos responsables del éxito televisivo de Juego de Tronos. Aunque para cuando los dos familiares se conocieron en persona, ya eran adultos de éxito. Fue en 2015, en una fiesta.
Pero la historia de éxito de Marc Benioff, cuya fortuna se estima en torno a los 6.500 millones de euros (sólo entre acciones y opciones de Salesforce tiene 6.200 millones), es muy distinta a la de su primo lejano. Benioff siempre quiso "ser emprendedor", como él mismo confesaba en Behind the Cloud (Detrás de la Nube, su autobiografía empresarial), y empezó pronto. Increíblemente pronto. Descubrió la informática en la adolescencia, a finales de los 70, y se buscó un empleo juvenil –limpiando estantes y cofres en una joyería– para poder costearse su primer ordenador. Poco después vendió su primer programa, por 75 dólares, en cuando tenía 14 años. Unos 240 euros al cambio actual.
Con sólo 15 años, fundó su primera empresa, Liberty Software. Hacían juegos para aquel trozo de madera y plástico que inició la fiebre de los videojuegos caseros: la consola Atari 2600 de Nolan Bushnell. La abuela de Benioff hacía la música y el chaval hasta viajaba por Europa para investigar el material que luego incorporaría a sus aventuras (algo que daba para anécdotas de una madre aterrada movilizando a Scotland Yard porque el chaval se había olvidado de llamar a casa). "Por suerte, los juegos funcionaron", cuenta en el libro. "Tenía 16 años y estaba ganando en derechos unos 1.500 dólares mensuales [más de 4.000 euros ajustando a inflación], que me dieron para comprarme un coche y pagarme la carrera".
Con 20 años, llegó su gran oportunidad: un verano en la compañía más efervescente del planeta, Apple. Un verano de becario, en el que pudo aprender de cerca cómo trabajaba Steve Jobs:"El ‘piensa diferente’ impreganba toda la empresa. (…) Ese verano, aprendí que era posible para un emprendedor promover ideas revolucionarias y generar una cultura distintiva".
La declaración puede sonar como otro laurel autoarrojado de milmillonario, pero en el caso de Benioff es rigurosamente cierto. Benioff es una criatura distinta a casi todas las que habitan Silicon Valley. Para empezar, es oriundo de San Francisco. La contracultura inseparable de las primeras empresas informáticas fue parte de su formación. Viajó a la India a conocer a una gurú, Mata Amritanandamayi, la santa de los abrazos. Y, pese a su intensidad filántropica, su mayor logro ha sido como CEO responsable, no como donante privado.
Lanzador de órdagos
En 2015, Mike Pence no era todavía el vicepresidente de Donald Trump, sino el muy ultraconservador gobernador de Indiana. Tanto, que promovió una ley "de restauración religiosa" en el estado, que básicamente iba destinada a cercenar los derechos de la comunidad LGBT+. Hasta el punto de que daba cobertura a que un establecimiento negase el servicio a personas no heteronormativas con la excusa de la libertad religiosa. La respuesta de Benioff fue prohibir en Salesforce, su empresa milmillonaria, el mayor empleador tecnológico del estado, cualquier actividad en Indiana. Un órdago que hizo recular a Pence, y que la ley aplicase una enmienda que tiraba por tierra su objetivo principal.
Es, quizás el hecho que mejor define a Benioff y sus ideas: la responsabilidad social corporativa no es sólo marketing y ponerse la bandera arcoiris en el logo el Día del Orgullo LGTBI. Y que se extiende de puertas para adentro. También, una de las razones por las que la prensa salmón extranjera nombra consistentemente a Salesforce como una de las mejores empresas en las que trabajar, año tras año. Benioff profesa un credo empresarial en el que no sólo se considera a los accionistas: trabajadores, clientes y la sociedad que rodea a la empresa tienen peso a la hora de tomar decisiones ejecutivas.
A Benioff (casado con Lynne Benioff, exconsultora metida a filántropa, con la que tiene dos hijos, y con la que compró hace dos años la revista Time) se le pueden encontrar pocas excentricidades de milmillonario, aparte de una inmensa y bella finca natural en Hawái. Y es difícil criticarle por la falta de compromiso con sus ideas. Es el presidente de la iniciativa "1:1:1", que compromete a las empresas a donar a causas benéficas y devolver a la comunidad el equivalente anual al 1% de sus fondos de inversión, de los salarios de sus empleados y de su producción. No de las fortunas personales de los dueños: de las empresas.
Personalmente, este año ha donado varios millones de dólares para la lucha contra la pandemia, se ha apuntado junto a su mujer hace dos meses a la inciativa contra el cambio climático del príncipe Guillermo, y el matrimonio ha donado personalmente en la última década 200 millones de dólares para hospitales infantiles de California.
Ascensometeórico
Su vida, además, ha sido meteórica. Al año siguiente de aquel verano en Apple, volvió a trabajar como becario de verano. Era 1985. Jobs había sido despedido ya y la impresión de Benioff es que aquella cultura se había "evaporado por completo". Al año siguiente consiguió trabajo en Oracle, el gigante de Larry Ellison, donde permanecería 13 años. Con 25 años, fue nombrado el vicepresidente ejecutivo más joven de la historia de la compañía.
El divorcio con Oracle fue más o menos amistoso: a finales del siglo XX, Benioff ya tenía una idea de cómo trabajaríamos hoy. Gracias a Internet, contaríamos con servicios, no con programas instalados en nuestros dispositivos. Eso era Salesforce en 1999. Eso es también Slack, el rival que ha comprado hoy. Y eso es lo que ni Microsoft (con sus inercias preinternet) ni Google (que tardó en dar el salto del consumidor al cliente corporativo) consiguieron entender a tiempo, aunque hoy sean potentes rivales en ese campo. Para llevar a cabo esa visión, Benioff volvió a recurrir a su mentor.
En 2003 le pidió una cita a Jobs, que le invitó al consejo de administración de la nueva Apple, la que cambiaría el mundo desde el iMac hasta el iPhone pasando por el iPod, y en unos minutos le soltó cinco, seis verdades directas y consejos sobre cómo llevar a Salesforce al siguiente nivel. Benioff le devolvería aquel favor regalando a Jobs el dominio AppStore.com, similar a App Store, la tienda que engloba todas las aplicaciones de los iPhone y iPads incluso hoy.
Es una historia que cuenta en su otro libro, Trailblazer: aquella charla de 2003 influyó tanto a Benioff que le dejó la semilla de un proyecto similar: una tienda de aplicaciones para los clientes de Salesforce. Incluso pensaron en llamarla App Store (por eso registraron el dominio), pero terminaron optando por AppExchange. En 2008, cuando Jobs presentó su proyecto, Benioff se quedó alucinando: ¡Jobs le había marcado hasta el punto de que se les había ocurrido el mismo nombre en momentos diferentes! El dominio de internet no tenía mucha utilidad para ninguno de los dos (hoy, incluso apunta a iTunes, la vieja tienda digital de Apple), pero el gesto era una forma de reconocer el trabajo de mentor de Jobs. No sólo a la hora de establecer un negocio, sino en el impacto que le produjo a aquel chaval de 20 años aquel verano de 1984, cuando aprendió a ser revolucionario.
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