Dictadura, miedo, descontrol: esa fue la conclusión del llamado Informe Waringo presentado, hace poco más de un año, por el Gobierno de Luxemburgo sobre el funcionamiento de la casa gran ducal de Luxemburgo por dentro. La responsable de esta atmósfera irrespirable era la Gran Duquesa María Teresa. Sus subordinados vivían en un infierno para no enfadarla o no decepcionarla. 110 empleados a su servicio fueron despedidos o presentaron la dimisión huyendo de la gran presión a la que estaban sometidos. Recientemente se ha llegado a hablar de violencia física, aunque la Fiscalía de Luxemburgo ha archivado la denuncia.
Las quejas “soto voce” contra la Gran Duquesa eran tantas que el Gobierno había decidido iniciar una investigación, sobre la política de personal, pero también sobre cómo se utilizaban los fondos públicos destinados al funcionamiento de la Casa Real, bajo sospechas de malversación. El investigador elegido, Jeannot Waringo, pasó seis meses en un pequeño despacho de Palacio. Y su veredicto fue demoledor: lo que pasaba en el palacio gran ducal era un desastre.
El foco de la opinión pública inmediatamente se centró en la Gran Duquesa María Teresa, de 63 años. Y en su supuesto “mal temperamento”. Aparentemente amable y agradable en el trato, su actitud en el día a día de palacio era la de una persona soberbia, insoportablemente exigente, que siempre quería tener la última palabra en las decisiones palaciegas, que imponía su criterio en la contratación y el despido de su personal, cuando su papel es solo representativo. El ambiente de trabajo era de estrés constante y de desmoralización.
La publicación del informe fue un mazazo. El Gran Duque Enrique salió inmediatamente en defensa de su esposa y se preguntó por qué la atacaban cuando ella defiende a las demás mujeres y ni siquiera puede defenderse desde su posición. Tal y como describió en las redes sociales “¿Por qué atacar a una mujer?”. María Teresa era “una madre devota”. Mientras, el Parlamento estudiaba cómo modernizar la Monarquía.
Han pasado exactamente cuarenta años desde la boda de los grandes duques un 14 de febrero de 1981. Entonces, una joven y muy bella María Teresa, de ascendencia cubana, reinaba con su historia de amor en el corazón de los luxemburgueses. Enrique y María Teresa se habían conocido en la Universidad de Ginebra mientras estudiaban Ciencias Políticas y ella se convirtió, en menos de un año, en la nueva plebeya que accedía al corazón de una familia real, y en protagonista de su tiempo, como antes lo fueron la Reina Sonia de Noruega y la Reina Silvia de Suecia. La boda se celebró en la catedral de Luxemburgo. Enrique era el heredero más apuesto de la época y heredero de una familia real milenaria. María Teresa Mestre lució una de las tiaras de la familia real, bastante discreta, pero tiara al fin. Llevó un diseño de Balmain blanco de raso bordado y rematado en cuello y mangas con visón.
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Sin embargo, María Teresa sufrió desde el principio. Su suegra, la Gran Duquesa Josefina Carlota había montado en cólera al enterarse del precipitado noviazgo. Nunca vio a María Teresa con buenos ojos. Nunca aceptó el hecho de que no fuera de la nobleza. Pertenecía a una familia cubana exiliada, muy rica, pero sin sangre azul.
Al acceder al trono, en el año 2000, los nuevos Grandes Duques trataron de darle un aire nuevo a palacio. María Teresa, siempre sonriente, se ganó a la gente a fuerza de simpatía y naturalidad, algo que su suegra desconocía. Y fundó una gran familia, con cinco hijos: el príncipe heredero Guillermo, casado con la condesa Stéphanie de Lannoy; el príncipe Félix, casado con Claire Lademacher y padres de la pequeña Amalia; el príncipe Luis, divorciado hoy de Tessy Antony y padres de Gabriel y Noah; la princesa Alejandra y el príncipe Sebastián
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Pero en 2002, María Teresa, dio muestras de un cambio algo oscuro. Echó un pulso a su suegra, con el visto bueno de su marido, y filtró a la prensa que Josefina Carlota quería romper su matrimonio, difundiendo rumores de que su marido tenía amantes y que la llamaba “la pequeña cubana” o “la criolla”. La imagen de Josefina Carlota quedó irremediablemente dañada. Murió tres años después sin haber abierto la boca. Pero María Teresa, que siempre había sido correcta con su suegra, tampoco salió indemne. Su actitud fue vista como un ataque injustificado contra una anciana en el final de sus días.
Todos estos años, Maria Teresa se ha dedicado, entre otras cosas, a combatir la violencia sexual. Su imagen de madre afectuosa y comprensiva se consolidó con la aceptación de la relación de su hijo, el Príncipe Luis, con la joven Tessy Antony, que quedó embarazada al poco de conocerse y antes de prometerse. La pareja se casó, tuvo otro hijo, y Tessy se convirtió en una más de las nueras de María Teresa, tiaras incluidas. El matrimonio se divorció hace año y medio, pero ni una mala palabra ha salido de la boca de los Gran Duques, de profundas creencias católicas.
Pero las cosas han ido por un camino que ni siquiera el Gran Duque Enrique había previsto. María Teresa ha ido adquiriendo con los años un protagonismo que se ha convertido en un lastre para todos. El paso de duquesa heredera a Gran Duquesa parece que fue un momento decisivo en esta transformación.
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Ahora, un año después de la publicación del Informe Waringo, propugnado por el Gobierno, María Teresa ha sido apartada de la toma de decisiones de la corte y se ha volcado en su papel de esposa y madre. Ya no tiene un apartado propio, como antes, en la página web de la Casa Gran Ducal. Su discreción ha sido máxima. Los Duques herederos, Guillermo y Estefanía, ya tienen un hijo, que se bautizó este verano. Ya hay un recambio. Pero los Grandes Duques no van a abdicar por el momento.
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