En 2014 los belgas y la familia real despedían a Fabiola, quinta reina consorte de una monarquía fundada en 1830. Sus restos regresaron durante unas horas al Palacio de Laeken, el que fuera su hogar durante 33 años hasta la muerte de su marido. Fue un adiós compungido de muchos ciudadanos del país, pero también de sus cuñados, los reyes eméritos Paola y Alberto; y de sus sobrinos, los reyes Matilde y Felipe.
Aunque lo más emotivo fueron las lágrimas del pequeño príncipe Gabriel en el funeral por la tía abuela. Fue un adiós triste y sentido por la que fuera reina consorte primero y reina viuda después durante cincuenta y cuatro años, desde que en diciembre de 1960, ataviada de Balenciaga, diera el “sí, quiero” al rey Balduino.
La historia de la aristócrata española que se sentó en el trono belga fue melosa y trágica, con grandes dosis de los folletines propios de la época. La boda fue el encuentro de dos almas gemelas, pocas parejas reales han mantenido la complicidad de Balduino y Fabiola, la pareja que inundaba las crónicas de sociedad con una sonrisa y una halo de bondad. No era para menos. Antes del enlace, Balduino quería ser monje y Fabiola, monja. Al parecer les unió la religiosa irlandesa Sor Verónica O’Brien a instancias del arzobispo de Malinas, encargado de buscar una joven aristócrata tan devota como el rey belga. La búsqueda tenía poco recorrido: el perfil se hallaba en la ultra católica España.
Balduino tenía 21 años cuando se convirtió en rey de los belgas. Era un joven taciturno marcado por la prematura muerte de su madre en accidente de coche, pero también por la Segunda Guerra Mundial, especialmente por el semisecuestro que sufrieron sus hermános y él por parte de los invasores alemanes.Tras el exilio, la familia real recuperó el trono, pero los belgas acusaron al padre de Balduino de no defender el país como debía y de complicidad con los alemanes. Leopoldo III hubo de abdicar en su hijo Balduino, que se encontró con un trono que entendía como un sacerdocio. Era el rey más triste de las cortes de Europa, soltero y con un compromiso firmemente religioso. Hasta que su hermano Alberto se casó con la alegre Paola y entendió que la corona necesitaba una reina y descendencia.
Fabiola Fernanda María de las Victorias Antonia Adelaida de Mora y Aragón no era una princesa, pero su pedigrí aristocrático era de primera. Al fin y al cabo, era la hija de Gonzalo de Mora y Aragón y Fernández de Riera del Olmo, Marqués de Casa Riera y Conde de Mora y de Blanca de Aragón y Carrillo de Albornoz Barroeta-Aldamar y Elio. Una familia con casi tantos hijos como apellidos que abandonó España al tiempo que lo hicieron Alfonso XIII y familia. Es decir, en 1931 con la proclamación de la Segunda República.
Los Mora y Aragón se establecieron en el sur de Francia, en Lausanne, hasta el regreso a Madrid en 1939, donde recuperaron el palacio de la calle de Zurbano que durante la guerra civil había sido sede de las mujeres revolucionarias. Pronto el palacio recuperó el espíritu familiar, pío y devoto donde los Mora y Aragón y los 17 sirvientes se reunían a rezar el rosario cada tarde. Ese era el ambiente en el que creció la joven Fabiola, amadrinada por la reina Victoria Eugenia, formada en exclusivos centros educativos y que hablaba varios idiomas. Estudio enfermería y desarrollo su labor sanitaria en San Sebastián y en el hospital militar Gómez Ulla. En su ánimo solo estaba dedicar su vida a dios y al servicio a los demás.
La candidata ideal
Al menos así iba a ser hasta que Sor Verónica la descubrió. La monja estaba convencida de que Fabiola era la joven ideal para acompañar a Balduino en sus tareas en el trono y envío un explícito mensaje al arzobispo: "Es como un soplo de aire fresco, alta, delgada, guapa, borboteando con la vida, la inteligencia y la energía”. Organizaron algunas citas pero la clave para que la española se decidiera fue al compartir con Balduino rezos y oraciones en el santuario de Lourdes. Era el año 1960 y el rey tuvo que abandonar a la virgen para irse a solucionar los asuntos de la independencia del Congo, territorio que ha surtido de diamantes a los belgas pero que no ha rellenado las mejores páginas de su Historia.
Esta parece ser la versión más real del encuentro entre los jóvenes. Pero no la única. Podría ser que Fabiola y Balduino se hubiesen conocido en Lausan, donde la reina Victoria Eugenia organizó una fiesta para intentar buscar marido a su nieta Pilar de Borbón. Ella acudió al baile acompañada de la joven aristócrata Fabiola de Mora.
La boda se celebró el 15 de diciembre de 1960 en la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas. Ese día faltó un hermano de la novia, que no fue invitado por su vida licenciosa, pero a su hermana Mari Luz le pidió que rezase por ella para convertirse en una buena reina. La ceremonia fue retransmitida por televisión y seguida por millones de personas en todo el mundo. La pareja cautivó a media Europa, aunque en España la figura de la reina se glosó de manera especial. Fabiola representaba a la mujer recatada de rebeca por los hombros, collar de perlas, y pelo ligeramente cardado, tan de la época. Una mujer discreta y apoyo del marido, el símbolo de la femineidad que triunfó en el franquismo. La convirtieron en un referente, al punto que muchas niñas nacidas por entonces fueron bautizadas con el nombre de Fabiola.
Tras su muerte, la historiadora Anne Morelli de la Universidad Libre de Bruselas publicó el libro Fabiola, un peón en el tablero de ajedrez de Franco, en el que argumenta la relación de amistad entre los reyes belgas y Franco y la utilización que el régimen hizo de la reina española. “El No-Do emitía constantemente mensajes positivos de la monarquía belga. El régimen quería enseñar a la ciudadanía que un miembro de la realeza europea había tenido que buscar a “una chica con las verdaderas virtudes” en la España que él había creado,” asegura la historiadora.
Una decisión difícil
Pero enseguida vendrían los problemas. La tristeza se instaló en la corte belga ante los abortos continuados de la reina. Hasta cinco que pusieron en peligro su vida. La pareja renunció a tener hijos y el rostro taciturno de la reina llenaba páginas de sociedad y lograba la empatía de un público que la sublimó aún más. La imagen de la pareja contrastaba con la repudiada princesa Soraya, que arrastraba su pena por fiestas de la costa azul. La religiosidad y la fe de la pareja reconvirtió la situación: “Nos hemos preguntado por el sentido de este sufrimiento y poco a poco hemos ido comprendiendo que nuestro corazón estaba así más libre para amar a todos los niños, absolutamente a todos”, aseguró Balduino.
Desde entonces, como dice el dicho, se volcaron en los sobrinos. En especial en el príncipe Felipe al que cuidaron y educaron como un hijo propio y que estaba llamado a sucederles en el trono.
Aunque no fue él, sino su hermano Alberto el que fue nombrado rey después de aquel último día de julio 1993 en el que el corazón de Balduino se paró mientras pasaba sus vacaciones con Fabioa en su residencia de Villa Astrid, en Motril.
El funeral por el rey marcó un antes y un después sobre el prestigio de Bélgica en el contexto internacional. Los ciudadanos siguieron el oficio religioso a través de una pantalla gigante instalada en la Grand Place de Bruselas. Acudieron representantes de todas las casas reales, incluso la reina Isabel de Inglaterra, que no se prodiga ni en bodas ni en funerales, acompañada del duque de Edimburgo. Allí se vio al príncipe Rainiero de Mónaco, a los emperadores de Japón, a los reyes Juan Carlos y Sofía, a representantes políticos de todo el mundo.
Una ceremonia en la que se recogieran los símbolos del pluralismo de Bélgica y de los sufrimientos de la sociedad. Así, una exministra lanzó un alegato en defensa de los inmigrantes; un médico habló del dolor de los enfermos de sida, y un periodista leyó la carta de una filipina prostituida a la fuerza que explicó que "el rey fue el único belga que la escuchó". Ese día Fabiola ascendió a los cielos a su marido, vistió de blanco, el color de la gloria y sorprendió a quienes esperaban el caminar pausado de una viuda envuelta en tocas negras.
Casi perfecta hasta el final
Fabiola cambió de domicilio y se trasladó al Palacio de Stuyvenberg, el llamado “palacio de las viudas”. Mantuvo sus obras sociales y se quedó para siempre en Bélgica volcada en su pasión por la pintura y la música. La mujer que llenó de alegría al triste Balduino y le impulsó a tomar una de las decisiones más polémicas de su reinado –dejar el trono durante 36 horas para no firmar la ley del aborto aprobada en el parlamento–, fue una de las reían más queridas del país.
Al menos casi hasta al final, ya que dos años antes de su muerte manchó su imagen impoluta. Fabiola constituyó la Fundación Pereos para atender a sus sobrinos y a fines católicos. Una maniobra financiera que permitía, a la vez, liberarles de pagar altos tributos al fisco al recibir la herencia. Las críticas arreciaron dentro y fuera del país. El primer ministro belga, Elio di Rupo, declaraba que “dada la posición de la reina y su dotación pública, esta fundación plantea un problema ético”. La fundación se disolvió de inmediato.
Antes de morir también dejó diseñado su funeral. Quiso que sonaran Bach, Jacques Brel, el Ave María de Haendel. Lecturas en francés, flamenco, inglés y español. Al final, un Coro Rociero formado por expatriados españoles cantó una Salve Rociera que provocó las lágrimas de la familia y el tarareo del rey Juan Carlos.
Artículo publicado originalmente el 5 de diciembre de 2016.
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