El rey Juan Carlos está triste, se siente solo, está desubicado en Abu Dabi, y quiere volver. Esto es, más o menos, la radiografía del emérito durante los últimos meses, entre visitas de sus hijas, de sus médicos, y de almuerzos con los príncipes de Emiratos. El problema sigue siendo el mismo: no ha terminado de irse de la actualidad. Se fue de España acuciado por los problemas con Hacienda. Se fue del trono para no hacer más daño a la institución. Pero sus actos siguen saltando cada poco tiempo a los titulares, para desesperación de su hijo y del Gobierno.
Las últimas 24 horas de la monarquía española se han vuelto a ver salpicadas por ese oleaje constante llamado Juan Carlos. Hoy los reyes Felipe y Letizia han protagonizado un acto fuera de agenda, quizás para que las portadas españolas hablen del rey presente, no del pasado. Todo empezó ayer, a primera hora de la mañana, cuando España desayunaba con la noticia de que Hacienda ha abierto una inspección fiscal ordinaria al exmonarca por sus dos regularizaciones consecutivas. Una en diciembre, de 678.393 euros, por las tarjetas opacas con las que se manejaban él y otros miembros de su familia (ajenos al núcleo de la Familia Real). Y otra más reciente de 4.395.901,96 euros, anunciada por su abogado, relativas a los vuelos privados supuestamente regalados por Álvaro de Orleans.
Las dos regularizaciones se efectuaron para evitar que prosperase el delito fiscal (Juan Carlos pagó deudas e intereses antes de ser imputado), pero Hacienda quiere comprobar si las regularizaciones también se ajustan a derecho. Y si cumplen los requisitos que realmente librarían a Juan Carlos de esas acusaciones (o incluso si derivan otras, como en el caso de esos casi 4,4 millones de euros que reunieron los empresarios amigos del rey para la segunda regularización).
La tormenta no acabó ahí. Durante la jornada, la vicepresidenta Carmen Calvo tuvo que hacer todo tipo de equilibrismos dialécticos para asegurar que el rey es libre de volver "cuando lo necesite o quiera", porque su estancia en Abu Dabi es, según el Gobierno, algo convenientemente explicado: "El rey emérito no está fugado", dijo Calvo ante la Comisión Constitucional del Congreso, "sale de este país y deja claro en la carta (…) por qué se va".
La misma carta en la que Juan Carlos reconocía a Felipe VI que "guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España". Lo mejor, según Juan Carlos, era que Juan Carlos no estuviese en España. Aún así, cuando hizo un primer amago de volver, en Navidad, desde Zarzuela y desde el Gobierno se filtró rápidamente a los medios que las instituciones no veían con buenos ojos el regreso del monarca. Pese a que hubiese hecho en ese momento su primera regularización.
Ahora, la situación es peor. Hay un escenario de pesadilla, en el que alguna de las tres investigaciones emprendidas por la Fiscalía del Supremo (que de momento no le ha abierto ninguna causa) acaba con el rey llamado a declarar. Un regreso que ensombrecería aún más los esfuerzos de Felipe de limpiar la institución. La Casa Real y el Gobierno trabajan desde hace meses en una fórmula política para dotar de transparencia a la institución y evitar desmanes personales que puedan afectarla. Es decir, una forma de llevar la máxima de "no sólo serlo, sino parecerlo" a la Jefatura del Estado. Y que deje claro que el estilo de vida de Felipe nada tiene que ver con el de su padre. Una reforma para que la Corona cumpla con "los niveles de exigencia éticos de la sociedad española de ahora a todas las instituciones, incluida la Monarquía", según el Gobierno.
Pero el problema, como contaba hace unas horas Cristina Coro en El Español, es que el regreso de Juan Carlos por cuestiones judiciales añadiría más leña al fuego de la institución. Fuentes de la Casa Real filtraban a la periodista que el rey "está loco por volver y está volviendo loco a todo el mundo", hasta el punto de que incluso la posible llamada del Supremo le permitiría romper con alegría ese autoexilio extraño (¿por qué Abu Dabi y no otro destino en el que contase con amigos o una red de apoyo?). El legado de Juan Carlos, mientras los reyes tratan de introducir el relevo generacional dando protagonismo a Leonor, se ha convertido en un problema. Uno que cada poco tiempo vuelve a saltar a los titulares, desvelando más y más detalles sobre el anterior Jefe de Estado que amenazan con empañar cualquier otra consideración sobre un papel –Transición, 23F, estabilidad– cada día más lejano.
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