Los amantes de la buena mesa llevamos días tratando de digerir el cierre de Zalacaín, mientras saboreamos recuerdos acompañados de unas patatas soufflé y un steak tartare que no se volverán a servir en la calle Álvarez de Baena de Madrid. Con el hedonismo vestido de luto por la muerte anunciada del primer tres estrellas Michelín de España, es inevitable que el nombre de Susana García-Cereceda no vuelva a ponerse sobre la mesa. A los que no la conozcan, les presentamos a la empresaria propietaria del histórico restaurante, dueña de la urbanización más lujosa de España y protagonista de un auténtico drama familiar de traiciones y espionaje con el mismísimo comisario Villarejo como actor invitado.
Pero para hablar de Susana García-Cereceda primero hay que hacerlo de su padre, Luis, un hombre hecho a sí mismo al más puro estilo del sueño americano que, con tino y buen olfato para los negocios, pasó de regentar su tienda de ultramarinos a amasar una fortuna estimada a su muerte en más de 3.000 millones de euros. No hay apenas fotografías suyas, y no concedió ni una entrevista. Pero es en ese momento, cuando fallece hace diez años a causa de un cáncer, cuando su apellido comienza a copar titulares y todo en su familia salta por los aires.
Cuando el boom del ladrillo en la España de los ’70 convertía en oro todo lo que tocaba, Luis García-Cereceda se dio cuenta de que las reformas primero, y la promoción inmobiliaria después, eran mucho más rentables que despachar chóped tras el mostrador de su colmado. Dicen que el secreto de su éxito estaba en que no escatimaba en nada, incluso había detalles en las casas que construía imposibles de repercutir en el precio final. Poco a poco, el ya empresario fue subiendo escalones, hasta conseguir en la conocida como ‘Operación Casablanca’ recalificar unos terrenos en el Prado de Somosaguas equivalentes a 400 campos de fútbol y convertirlos, a principios de los 2000, en La Finca, la urbanización de súper lujo que construyó en Pozuelo (desde entonces el municipio más rico de España) y que, al más puro estilo americano también, se convirtió en el discreto, tranquilo, seguro, inexpugnable e idílico refugio de futbolistas, artistas y empresarios que querían vivir al margen del mundanal ruido cuando cerraban las puertas de sus mansiones. ¿La más cara de todas? La suya propia, con 2.709 m2 construidos en un terreno de casi 14.000 m2 y valorada en más de 20 millones de euros.
Bienvenidos a la versión española de ‘Falcon Crest’ y ‘Dinastía’.
Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, fue a la hora de repartir la herencia cuando llegan los problemas. O, al menos, cuando trasciende a la prensa. En 2010 comienza una dura baratalla legal de la que sale victoriosa Susana García-Cereceda, que consigue que la justicia declare incapaz a su hermana Yolanda, alegando que sufría «problemas psicológicos, ideas delirantes e inmadurez» para gestionar el patrimonio familiar. De esta forma, además de quedarse al cargo de sus tres sobrinos, Susana, que tiene un hijo de 11 años conel jinete francés Julien Epaillard y hasta entonces compatibilizaba los torneos de hípica con su puesto como profesora en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, se hacía con el control total de Procisa (la empresa familiar) y de una fortuna de unos 1.000 millones de euros. Eso sí, en 2016 Yolanda recupera judicialmente la capacidad y todo lo que había perdido con ella, ganando una primera batalla que, aunque entonces no se sabía, iba a decantar de su lado la guerra.
Pero este drama familiar que bien valdría como guion de una teleserie no termina ahí. En 2018, recién aterrizada de Sudáfrica, Susana García-Cereceda es detenida, acusada (junto a su socio Francisco Peñalver, y al jefe de seguridad de La Finca, David Fernánde) de revelación de secretos de empresa y particulares, cohecho y falsedad en documento mercantil. Ahí es nada. Al parecer, la primogénita había contratado al ex comisario Villarejo (ahí es nada, otra vez) para espiar a su hermana, a su ex cuñado Jaime Ostos Jr., a su ex-madrastra (la también rica heredera de cuna Silvia Gómez Cuétara) y al arquitecto Joaquín Torres, creador de la mayoría de proyectos inmobiliarios de La Finca.
Con la intención de hacer presión y conseguir una posición privilegiada de ventaja en la lucha por la suculenta herencia, Susana García-Cereceda ordenó al polémico Villarejo que pinchara teléfonos, realizara seguimientos, investigara cuentas e informara de los datos más íntimos que pudiera conocer de sus ‘víctimas’. ¿La especialidad del ex comisario? Los líos de camas, los más eficaces a la hora de hacer chantaje. Todo, con el objetivo de emplearlos contra ellos y conseguir una posición de ventaja en la lucha por la herencia. Dos años después, este verano de 2020, el caso se volvió a abrir (ya con Villarejo entre rejas) al reconocer la heredera la contratación del ex-comisario y los cargos del ministerio fiscal, consiguiendo rebajar su petición de dieciseis años y medio a menos de dos, por lo que, en principio, no entrarán en prisión.
¿Y qué tiene que ver todo esto con Zalacaín?
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Pues, ni más ni menos, que el histórico restaurante (así como Zalacaín LaFinca; el servicio de Zalacaín Catering, y el Club de Golf Somosaguas) pertenecen desde hace años al Grupo La Finca. Al retirarse de la vida activa su fundador, Jesús María Oyarbide, fue su amigo y cliente más asiduo, Luis García Cereceda, quien tomó la propiedad del primer tres Estrellas Michelín de España, siguiendo una estrategia de «dejar hacer a quien mejor sabe hacer» y sin interferir en la buena marcha del restaurante. Con la muerte de Luis, Susana García-Cereceda continuó con la misma estrategia y buenos resultados empresariales. Sin embargo, la crisis sanitaria y económica del Coronavirus fueron más fuertes, y Zalacaín ha colgado el cartel de ‘cerrado‘. Aunque esta vez no es por vacaciones…
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