Doña Sofía y el hotel Claridge’s, de ayer a hoy: el refugio en Londres de la aristocracia exiliada donde se enamoró de Juan Carlos

Cuentan que cuando en 1935 el pueblo heleno aprobó restaurar la monarquía en Grecia y devolverle el trono al rey Jorge II, el abuelo de doña Sofía pidió que le guardaran su habitación del hotel Claridge’s de Londres, donde residía. El monarca no se equivocó al sospechar que sus compatriotas no tardarían mucho tiempo en empujarle nuevamente al exilio: seis años después, Jorge II regresaba al Claridge’s para reclamar la llave de su habitación, que había seguido pagando religiosamente.

Ahora, el mismo hotel se baraja como uno de los posibles lugares en los que la reina Sofía, atrapada en una especie de limbo protocolario desde la marcha de Juan Carlos I al extranjero, podría refugiarse en caso de que también ella termine abandonando sus aposentos del palacio de La Zarzuela.

La madre de Felipe VI adora Londres y solía hospedarse en el Claridge’s cuando visitaba a su hermano Constantino o se prodigaba por los almacenes Selfridge’s, siendo sus estancias en el hotel tan largas que, según los rumores, hubo temporadas que mantuvo una habitación fija como su abuelo. Antes de que en 2012 quedara al descubierto la relación de don Juan Carlos con Corinna zu Sayn-Wittgenstein, esa era la señal que solía destacarse para hablar de lo roto que estaba el matrimonio de los reyes.

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Descubrimos la suite preferida de Juan Carlos y Sofía en el hotel Claridge's: decoración victoriana, piano de cola…

Más curioso aún es que fuera en el Claridge’s donde prendió la chispa entre don Juan Carlos y doña Sofía.

En 1947, la futura reina Isabel II había hospedado en el hotel a los reyes y príncipes que acudieron a su boda con el príncipe Felipe –entre ellos a la reina Victoria Eugenia de Battenberg, que la víspera de la boda posó en su habitación para la revista Life–, y la misma elección hizo la familia real británica cuando, en 1961, llegó el turno de la boda los duques de Kent y se enviaron las invitaciones a don Juan Carlos, a doña Sofía y sl resto de miembros de la realeza que asistieron a la ceremonia.

La periodista Pilar Eyre narra en el libro La soledad de la reina que la entonces princesa Sofía de Grecia acababa de registrarse en la recepción del Claridge’s cuando le llamó la atención uno de los nombres anotados en el libro de huéspedes: el Duque de Gerona. El inexistente título –en realidad era Príncipe de Gerona– era el que había utilizado don Juan Carlos para registrarse, tal y como le aclaró él mismo a su futura esposa cuando la escuchó preguntar quién era el tal duque. Fue entonces cuando Sofía, con quien Harald de Noruega acababa de romper, se enamoró del heredero español: menos de un año después, don Juan Carlos y doña Sofía posaban como prometidos en una de las habitaciones del Claridge’s.

El matrimonio seguiría alojándose en el hotel durante sus viajes a Londres. En los ochenta, era normal solicitar la Suite Royal y que la lujosa habitación estuviera ocupada por ellos, como cuenta en su reciente biografía Nicholas Coleridge que le ocurrió en julio de 1989. El que fuera presidente de Condé Nast Internacional había celebrado su boda en el Claridge’s y tuvo la suerte de que don Juan Carlos y doña Sofía se marcharan antes de lo previsto, dejando la Suite Royal disponible para los recién casados.

Ese verano, el rey había sido condecorado con las insignias de la Orden de la Jarretera por la reina Isabel II, precisamente musa de la habitación preferida de los padres de Felipe VI en el Claridge’s: con más de 200m2 y lujos como un mayordomo disponible día y noche o un piano de Gilbert and Sullivan original, muchos de los detalles de la Suite Royal están inspirados en el reinado de la monarca británica. Es el caso, por ejemplo, de los bordados a mano que decoran las puertas correderas de los vestidores, reflejo de la técnica empleada para crear el vestido de coronación de Isabel II, o los tapizados de seda de las sillas del comedor, confeccionados por la casa Gainsborough, proveedora oficial de Buckingham.

Malogrado ya su matrimonio con el rey, doña Sofía hizo del hotel la sede de sus intermitentes exilios en Londres, algo natural si se tiene en cuenta que para toda la familia real griega el Claridge’s ha sido siempre un pequeño Estoril. Allí el antiguo rey Constantino ha celebrado grandes ocasiones como el 40º cumpleaños de su esposa,Ana María de Grecia, o la recepción por el bautizo de la princesa Teodora, y allí nació el príncipe Alejandro de Serbia –sobrino segundo de doña Sofía y buen amigo suyo– durante el exilio de sus padres, el último rey de Yugoslavia y la princesa Alejandra de Grecia.

Fue también en el Claridge’s donde la reina Federica, madre de doña Sofía, sufrió un escrache por parte de Betty Ambatielos, la esposa de un comunista griego que aprovechó la visita oficial que se encontraba realizando la reina en Reino Unido para pedir su liberación. Corría el verano de 1963 y también doña Sofía, embarazada de la infanta Elena, exprimentó la ira de los antimonárquicos.“¡Sofía, fascista, vete con Franco! ¡Quédate en España! ¡No te queremos en Inglaterra! ¡Devuelve la dote! ¡Te gastas en joyas el pan de nuestros hijos!”, cuenta en su libro Pilar Eyre que le gritaron a doña Sofía otros de los manifestantes apostado frente al hotel cuando llegó a visitar a su madre.

Este recuerdo triste le acercaba a su amiga la Duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, que se encontraba viviendo con su padre en el hotel Claridge’s cuando, en plena Guerra Civil, se enteró de que los fascistas había bombardeado el palacio de Liria. Alguien dijo una vez que el mundo parece un lugar más seguro desde la ventana de un hotel: la reina y la duquesa sabían que esa era una verdad a medias.

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