El rey Juan Carlos no estuvo en Palma, al menos de cuerpo presente. Sin embargo, en el aniversario de su marcha, su figura centró la atención de la prensa después del despacho de verano entre el rey Felipe y el presidente del Gobierno. A Pedro Sánchez le costó siete minutos y tres preguntas afirmar con un monosílabo que el jefe del Estado y él no habían hablado del tema.
Faltaban noventa minutos para su encuentro y en el aparcamiento público más cercano a Marivent sólo quedaban tres huecos y la sombra de un árbol. En el suelo irregular y desgravillado yacían chapas de botellines de cerveza, varias pilas, una bombilla, heces, pañuelos de papel, el capuchón de una cuchilla de afeitar y dos preservativos aparentemente utilizados. Está a 300 metros del palacio donde Felipe VI vive cuando viene a Mallorca.
Marivent encarna la esencia de la mallorquinidad, secretuda y discreta, que muestra lo que más aprecia a unos pocos elegidos, a los que de verdad lo merecen. De no ser por el portón principal y la placa de piedra esculpida que señala su nombre, a los turistas nacionales que curiosean por sus alrededores les costaría identificarlo. Sin embargo, por detrás, los residentes de Marivent pueden disfrutar de las regatas en directo desde sus terrazas. Fruto de ese celo queda prohibido, por ejemplo, tomar imágenes que no sean meramente institucionales.
Los dos hombres con más poder oficial de España se reunieron puntuales, a la una y media de la tarde, y se dejaron fotografiar durante menos de un minuto antes de comenzar la reunión. Sánchez viajó hasta Mallorca en Falcon. En la Base Aérea de Son Sant Joan le esperaba su mujer de confianza en Baleares, la delegada del Gobierno, Aina Calvo, contrincante de Francina Armengol en las primarias socialistas de 2014.
Cuando los presentes habían enviado los selfis de cada año ante la escalinata del palacio donde un día se sentó Lady Di a madres, amigos y compañeros ausentes, un miembro de seguridad indicó que no estaban permitidos.
Agua con hielo, kasnaranja y kaslimón mitigaron la espera presidencial de los presentes, regada con las hilarantes anécdotas de los profesionales de la prensa más veteranos. Como cuando Catalina Cirer, delegada del Gobierno en la época de José María Aznar, acompañaba a la peluquería a Ana Botella mientras el presidente departía con Juan Carlos I. En aquella época los despachos se celebraban por la tarde y, tras la reunión, el matrimonio real y el presidencial compartían mantel y daban cuenta de un menú cuyo contenido facilitaba la propia Casa Real.
Aina Calvo, presente en el corrillo donde los periodistas rememoraban recuerdos profesionales, optó inteligentemente por retirarse de la conversación antes de encontrarse en el brete de ser ella la preguntada.
Con el tiempo medido para entrar en las noticias de las tres, el presidente compareció ante los medios después de ser informado por su asesora del contenido de las preguntas que debía responder. Aun así, el presidente se mostró incómodo cuando se enfrentó a la primera cuestión, en el primer aniversario de la salida de España del rey Juan Carlos, sobre si es justo y se dan las condiciones para que el emérito regrese a España.
“Durante esos doce meses han cambiado muchas cosas, teníamos una España sin vacuna (…), una economía que caía (…) y hoy estamos viendo unos datos de desempleo extraordinariamente positivos. Todo eso ha cambiado y es fruto del esfuerzo conjunto que hemos hecho actores privados y actores públicos. Lo que no ha cambiado por parte del Gobierno de España es nuestro compromiso con las instituciones constitucionales, con todas, de la primera a la última, con su compromiso con la actualización, con la renovación y con la transparencia. Y quiero decirles que a mí me complace ver cómo el actual jefe del Estado, el rey Felipe, también está comprometido con la actualización y la transparencia, en este caso de la Casa Real”, respondió un Sánchez con las manos entrelazadas y que cogió aire varias veces.
Terminada su comparecencia, la asesora del presidente le devolvió su teléfono móvil y Sánchez deshizo la cuesta para regresar al palacio, donde le esperaba don Felipe para almorzar, esta vez, un menú secreto.
El equipo de trabajadores que mueve la familia comió el plato del día, “Fish and Chips, bacalao crujiente con patatas y salsa tártara” en Porto Zulema, propiedad de la familia Hervás. Erik, el heredero, atiende durante estos días a entre cuarenta y cincuenta personas, entre chóferes y personal de seguridad. Su padre, José, interviene para puntualizar que la comida la hace él. Durante los primeros meses de la pandemia compartieron comida con los vecinos de la zona en una isla que comenzó a perder fuel cuando el cielo se limpió de aviones.
Fuera de Marivent el incierto verano continúa en chanclas y pantaloneta de algodón.
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