La niña que contaba los días y las horas que quedaban para su siguiente clase de equitación; la adolescente que llevaba demasiado maquillaje, dos pequeñas trenzas y se colocaba en todos los festivales de música embadurnada de purpurina; la mujer que fundó su propia firma de moda y definió su estilo entre aniñado y octogenario. Todas son una. La misma persona. Alexa Chung. Una de las prescriptoras de estilo más importantes de este siglo y el espejo en el que mirarse cuando de saber si un estilismo funciona se trata. Una de tantas cuyo armario se ha ido transformando con los años para en teoría ser mejor y terminar en el punto de partida: la niña que solo pensaba en montar a caballo sabía no solo qué prendas le sentaban bien sino dentro de cuáles se sentía más cómoda, más ella misma. Y lo sabía sin habérselo planteado, como solo los niños saben hacer: por intuición.
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Durante nuestra conversación con Alexa en París para el número de marzo de Glamour España, le planteamos la madre de todas las preguntas típicas y aburridas que surgen en una conversación sobre moda: ¿tienes un estilo propio que te permite saber qué te queda bien y qué no? La ahora exitosa empresaria respondió con cierta rapidez que sí. Después guardó silencio unos segundos y añadió que lo que le ha sucedido ahora, a sus treinta y seis años, es que se ha reconciliado con su estilo. No más melenas demasiado largas, no más sandalias romanas (por mucho que sean o hayan sido tendencia), no más bolsos demasiado grandes colgando del antebrazo, no más vestidos boho. Los experimentos se han acabado no porque haya encontrado ese estilo maduro, sosegado y minimalista en el que todo armario finaliza su viaje, sino porque una tarde de domingo cualquiera, mientras revisaba antiguos álbumes de fotos, se topó con una instantánea en la que aparecía junto a un poni con un jersey azul marino, un Barbour y un casco. Tenía 12 años. Y no hizo falta que chocara las puntas de sus chapines de rubíes para confirmar que estaba en casa.
En la temporada que la moda ha rescatado más detalles y prendas del vestuario infantil para introducirlos en el guardarropa de la mujer madura es quizá el momento oportuno para analizar si se trata de una tendencia más que por lo tanto no es apta para todo el mundo o de una tendencia que en realidad esconde uno de los descubrimientos esenciales que pueden hacerse a lo largo de una vida, y que tiene que ver con desaprender lo aprendido para regresar a la versión más auténtica de uno mismo. No obstante, puede que incluso hayamos malinterpretado el concepto de madurar y que desde lo catorce o quince años en adelante hayamos perdido el tiempo tratando de adaptarnos a una serie de estilos que la industria de la moda nos ha hecho desear por encima de nuestros deseos naturales. Así nacieron los flequillos absurdos, las cejas tan finas que parecían haber sido trazadas con un carboncillo o expresiones, comportamientos e incluso objetivos vitales que se adquieren como propios y con los que incluso uno puede llegar a obsesionarse sin saber el motivo. Vas a la cocina, te paras y piensas: ¿a qué había venido yo aquí? Alexa, como Dorita y como nosotras, ha tenido que cruzar muchos campos de amapolas para confirmar que el Mago de Oz se ocultaba en su jardín trasero (o en los establos, en el caso de la británica).
Qué se llevará y qué no se llevará; qué sienta mejor a los veinte o a los treinta; qué pantalones rejuvenecen y cuáles ponen años encima. Nada de esto importa. El verano 2020, tan extraño como promete ser, puede convertirse en la estación de tu redescubrimiento, de tu reconciliación contigo misma. Basta con abrir el álbum. Ahí estabas: con una coleta, sentada en la acera de la urbanización, comiendo pipas, en vaqueros, te reías mucho. No pensabas si estabas bien o mal vestida. Tampoco te planteabas la impresión que causabas en los demás. Por la noches caías rendida en la cama. La vida era más fácil o simplemente eras tú. Leones, tigres y panteras. Ir hacia delante para volver al principio.
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