Si no existiera Carmen Cervera (Barcelona, 1943) habría costado inventarla. Una vida en la que se mezclan y agitan Hollywood, escándalos financieros y familiares (que, en su caso, coinciden), romances, política y algunas de las obras de arte más importantes de la Historia no está al alcance de cualquier guionista. Ella ha sobrevolado todo ello con la actitud de quien tiene la cabeza en asuntos más importantes que elegir su ropa. Sin embargo, ha tenido que pensar en muchas ocasiones qué ponerse para posar junto al Arlequín del Espejo de Picasso, al Mata Mua, de Gauguin, la *Corrida de Toros de Zuloaga* o un van Gogh*. También para negociar con el Estado que todos esos cuadros podamos verlos cualquier domingo por la mañana en alguno de sus museos, para renegociarlo e incluso para encadenarse a un árbol. Esta coleccionista de arte, y personaje imprescindible de las cuatro últimas décadas de la vida social y cultural española se ha vestido con frecuencia para pasar a la Historia.
El estilo de María del Carmen Rosario Soledad Cervera y Fernández de la Guerra, aka Tita Cervera, empieza y termina en sí misma. Está en algún lugar entre Lugano, un lugar de costa mediterránea, la sala de reuniones de un ministerio, La Moraleja y un despacho de abogados. De esta mujer, más que su armario (abundante y con buenas firmas), siempre se ha destacado, incluso con condescendencia, su peluquería y maquillaje que, si no estaban resueltos por ella misma en casa, lo parecían; y esta ha sido su declaración de intenciones.
Carmen Cervera nunca ha pretendido ser la mejor vestida, la más elegante ni la mejor peinada: su reino es otro. Y en las paredes de ese reino cuelgan obras maestras de Canaletto, Hopper, Rothko y Zurbarán. Quién necesita ir a la peluquería tres veces por semana con semejante patrimonio. El estilo de Carmen Cervera es atrevido y vital y no pide perdón ni permiso. Es como ella.
Bordados, brillos y volantes en un solo vestido
Hay una imagen que resume bien cómo la personalidad de esta mujer coincide con su estilo. En realidad, son varias imágenes: todas las que fueron tomadas en 1992 durante la inauguración del Museo Thyssen en Madrid. En ellas se la ve junto a su marido, el coleccionista alemán Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, que el 13 de abril habría cumplido 100 años y los entonces reyes de España.
Tita Cervera eligió para este momento, de verdad, histórico, un vestido verde claro de Jean-Louis Scherrer. Eran los noventa y que una pieza concentraba bordados, volantes, color y brillo era asumible. Mucho más, si quien que lo iba a vestir era una mujer a la que nada de eso le dio nunca miedo.
El vestido y el bronceado destacaban en una ceremonia formal pero, que al ser extraordinaria, admitía todo. También lo hacía el collar, la llamada Estrella de la Paz, un diamante sin faltas valorado en varios millones de euros que le había regalado su marido. Su imagen contrastaba con la de la reina Sofía, que vestía un conjunto de camisa blanca y falda corta de una austeridad casi monjil. Las dos mujeres de esta foto, ambas influyentes y una poderosa (y esa no era la reina), estaban contando cada una su historia.
La de Tita, que es la que nos interesa, era la de una mujer que arrastraba ya en 1992 una vida intensa. Esta catalana políglota fue elegida Miss España con 18 años, se quedó viuda a los 30 de Lex Barker, se volvió a casar Espartaco Santoni, un playboy al que acusaron de bígamo, fue actriz en algunas películas olvidables en los setenta y madre soltera con 36 años.
En 1992, el año de la euforia española,llevaba siete años casada con el barón Thyssen. El aristócrata había adoptado a Borja, el hijo de la baronesa, del que aún no era público que era hijo de Manuel Segura. El matrimonio con el barón colocó a Cervera, de nuevo, en el centro de la social española tras años alternando en círculos internacionales. A ella se la reconoce como la artífice de que el barón vendiera su colección de arte en condiciones excelentes (350 millones de dólares) al Gobierno Español. En medio de esa vida azarosa, Carmen fue siempre alguien ingobernable que vestía como tal. Se preocupaba por cómo vestía y también de que pareciera que no le preocupaba.
Fue así toda su vida, aunque al convertirse en baronesa, a partir los 90 formalizó su vestuario. A la muerte del barón, lo hizo aún más: se había convertido en una mujer de negocios. Siempre fue alguien determinado y la leyenda dice que su madre también, y que fue ella, María del Carmen Fernández de la Guerra y Álvarez, quien la guio en las procelosas aguas de la vida social para que se relacionara, en cada momento, con las personas oportunas. Eso es restarle valor a la hija, que siempre fue lista y ágil. Su primer gran hito social fue en 1961, cuando fue elegida Miss España. Entonces era un certamen moderno para mujeres ídem, a quienes se le exigía conocimiento de idiomas. Ella lo ganó y lo recibió con un vestido largo brillante y una corona de cartón. A partir de ahí, ya nunca volvió a ser anónima.
‘No a la tala’, con una bomber de seda blanca
Otro de looks icónicos de Carmen Cervera no está muy lejos de la Alta Costura. Cuando se ató a un árbol para protestar por reforma del eje Prado-Recoletos, promovida por el Ayuntamiento de Madrid y firmada por Alvaro Siza y lanzó su “No a la Tala” vestía de blanco, el color que la identifica. Llevaba bomber de seda, camisa, pantalones con elástico al tobillo, sandalias doradas de tacón y sombrero, como si fuera una turista de Palm Beach que acabara de visitar el museo.
Era la época pre-memes, pero la imagen se parodió y la consigna se sigue repitiendo. Ahí esta Tita Cervera en estado puro: incorrectamente correcta o correctamente incorrecta. Conoce cómo lograr que su ropa dialogue con el contexto y, cuando quiere lo hace y cuando no, no. El día en que Carmen Cervera se encadenó a un árbol lo hizo vestida en blanco y beige y con un canotier fuera de contexto en Paseo del Prado, porque una mujer con verdadero poder no necesita el beneplácito de nadie para vestir como quiera.
Su evolución estilística también puede verse a partir de tres hitos: sus tres matrimonios. En la boda con Lex Barker en Ginebra vestía a la manera clásica, con su velo corto, lazos en el pelo y una capa de encaje sobre el vestido de manga larga; llevaba un pequeño bolso en la mano. Él era un actor de Hollywood que había interpretado a Tarzán y se casaron en un contexto formal y elegante. En las fotos se la ve con cara de niña, tenía 22 años, sonriente mientras el velo se le levanta.
Una novia diferente: del ‘playboy’ al barón
Su segundo matrimonio fue con Espartaco Santoni, menos formal y elegante. Cervera estaba igual de sonriente en las fotos. Era el año 1975 y se casó bronceada (casi siempre lo estaba por entonces), en tirantes, con un recogido lleno de rizos y laca y unas joyas que era imposible no mirar. Ahí estaba ya la Carmen Cervera con pocos complejos y que no pedía perdón por nada. Y menos, por llevar sus joyas.
Su última boda, con el barón Thyssen, se celebró en Daylesford, Inglaterra, cerca de una de sus casas. Ella, ya consciente de su entrada en otro escenario social, llevó un conjunto de vestido midi y americana, el pelo recogido de manera discreta y unos pendientes que eran todo, menos discretos. Pilar Eyre escribió esta semana en un tweet: “Tita llevaba un brillante del tamaño de una naranja”.
En treinta años, Tita Cervera ha ido consolidando su estilo, que tiene dos vertientes, la del ocio y la del negocio, aunque en su vida se fundan. La Tita mecenas, coleccionista y negociadora recurre para el día a los trajes de chaqueta y de pantalón; son correctos y marcan la buena planta que siempre ha tenido. El color más usado por ella es el blanco en distintos matices: beige para lo formal y blanco para lo informal. Es un color de difícil mantenimiento y, por ello, un color privilegiado.
De noche, sube el volumen
Para noche elige vestidos de los que es difícil, a primera vista, averiguar la firma, con tendencia al volumen. Tras su matrimonio con Thyssen y debido a la intensa vida social y cultural de la pareja, ella amplió su guardarropa con piezas elevadas y de Alta Costura. Una de las más vestidas por ella fue Balmain, entonces diseñada por Erik Mortessen.
Sus vestidos opulentos encajaban con la nueva posición de Cervera que donó uno de esos vestidos de Alta Costura al Museo del Traje. Se llamaba Espiga de Trigo, era de 1986 y era muy de 1986: amarillo, con escote palabra de honor, con volantes: estuvo expuesto hasta 2007 en sala y ahora está en los almacenes. Dos años después elegiría otro Balmain para posar para Macarrón en el cuadro que se puede ver en la entrada del Thyssen.
Givenchy ha sido otra de las firmas que ha vestido en grandes fiestas; en la exposición que el museo dedicó a la casa francesa en 2014 se exponían dos trajes suyos. Sus joyas también se han visto en el museo. La exposición que el Thyssen dedicó a Bulgari incluía piezas de su colección. Carmen Cervera siempre se asocia a grandes joyas. Es dueña de una de las colecciones de joyas privadas más importante del mundo. La mencionada “Estrella de la Paz” es solo una de ellas. Christie’s sacó a subasta –sin llegar a acuerdo– una de sus piezas más importantes: un enorme broche de oro y diamantes, un devant corsage, que Alfonso XII regaló a María Cristina. Siempre, aunque fueran zafiros, diamantes, esmeraldas o perlas de tamaño desorbitado ella ha usado las joyas.
De yate y playa
La Tita ociosa es tan conocida como la formal. En sus vacaciones, en las terrazas de sus casas, en su yate, viste de blanco, como una extranjera que lleva años veraneando en Baleares. Usa ropa cómoda: pantalones desestructurados, pareos, blusones y camisas semitransparentes. Calza abarcas y hace años se ponía flores gauguinescas en el pelo. Usa caftanes y camisas fluidas con estampados de sus cuadros, en un ejercicio de meta-titismo casi kitsch que solo ella puede permitirse. En los últimos años, ya viuda, Tita Cervera compra en la Milla de Oro madrileña y viste de Escada, una firma que no pretende epatar y que también viste la Reina Sofía, aquella a la que tan poco se parecía en cuando inauguraron el Museo, su Museo.
Fiel al rubio
En Carmen Cervera importa más su actitud que su ropa y eso no está al alcance de todo el mundo. Siempre se ha hablado más de su maquillaje y peluquería de esta mujer que de lo que lleva puesto. Quizás porque cuando no estábamos acostumbrados a ver una mujer de su posición sin el pelo y el rostro impecables; ella ha confesado que en ocasiones se peina y maquilla en casa. Ha seguido el mismo camino que la gran mayoría de las españolas: pasar del castaño al rubio y del rubio al cobrizo y del cobrizo al rubio anaranjado y del rubio anaranjado de nuevo a otro tipo de rubio.
Este baile capilar tan errático la une al resto de las españolas. Carmen Cervera se pinta los ojos de color y eso parece que tampoco se lo perdonan los guardianes de las esencias del buen gusto. Esta mujer tiene el brillo en la piel, la falta de complejos y la autoestima de quien se desmaquilla cerca de un Gauguin.
Nuestros periodistas recomiendan de manera independiente productos y servicios que puedes comprar o adquirir en Internet. Cada vez que compras a través de algunos enlaces añadidos en nuestros textos, Condenet Iberica S.L. puede recibir una comisión. Lee aquí nuestra política de afiliación.
Fuente: Leer Artículo Completo