Lo pensé muchas veces y sabía que ese momento sería un punto de inflexión. ¿De la madurez? Quizás. ¿Del cambio de estilo? Probablemente también. Un cambio de paradigma, que canta Manel en una de las canciones de su último disco: "Con el cambio de paradigma tuve que excusarme, salí a la calle y corrí hacia casa para vaciar todos los cajones, revolver todos los papeles, amontonarlos y ver cómo quemaban". Sin ánimo de prender hogueras ni calcinar modas pasadas, pasó, casi sin marcha atrás, sin retorno voluntario. Puede que fueran los 30, pero antes de que incluso Trafaluc desapareciera oficialmente de la web de Zara lo hizo de mi vista y seguramente de mi corazón. ¿Quá había pasado para que me fijara más en las tendencias de la 'zona de madre' que en la de jóvenes? ¿Había crecido yo, o las prendas de Zara Woman eran cada vez más insuperables? Probablemente ambas. Lo cierto es que la adolescente que tenía dentro de mí se fue un día (de Erasmus) y nunca más volvió.
© Cortesía Zara
Voló. Ciao. Hasta siempre. Mamá, ¿volvemos a ir juntas de compras? Sin separarnos en la tienda, sin quedar a una hora en la puerta. Y así, de repente y sin previo aviso, lo que yo intuía como un drama sucedió de manera natural, sin sobresaltos, sin crisis estúpidas de ningún tipo. No recuerdo qué día exacto fue. Y la verdad es que da igual.
Así, los vaqueros altos que mi progenitoria lleva años comprando a pares y casi siempre en color azul claro y oscuro, las americanas de doble botonadura cuyo detalle distintivo no era el número de lentejuelas sino que las costuras estuvieran perfectas o las faldas midi tan Carolyn Bessette que ella combina desde los noventa con una camiseta blanca y se convierte en la reina me tocaron el corazón. Por qué no había pasado antes no lo entiendo; supongo que sería la edad. Ni más, ni menos.
© Cortesía Zara
Superado el trance, o al menos el recuerdo de cuando hacíamos despliegue en Zara porque a cada una le interesaban unas cosas, comparto con ella la cesta de la compra virtual. Un pantallazo y varios Whatsapps desde el sofá. Ella en Valencia. Yo en Madrid. Le gustan estos ocho vestidos blancos, midi o largos de lo último de Zara y se ha comprado unos cuantos. A estas alturas del mes yo pienso en dos cosas: la primera en cuándo volveremos a vernos físicamente y la segunda, cuándo podré abrir su armario de par en par para que me los preste todos.
Mi madre tiene 60 y pocos y yo treinta y tantos, y nunca me había gustado tanto nuestro estilo. Lo que no tiene ella lo compro yo y viceversa. Y nos flipa.
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