Cuando Zoë Kravitz se mudó a Miami para vivir en la mansión de su padre no sucedieron ninguna de las cosas que ella había pensado que sucederían. En su nueva y prestigiosa escuela estaba rodeada de chicas rubias de metro setenta que no contemplaban con los ojos más amables su melena afro y su corta estatura; las novias que su padre frecuentaba por entonces –entre las que se encontraban Adriana Lima y Nicole Kidman– tampoco contribuyeron a reforzar su autoestima y aunque alguna intentó convertirse en una suerte de segunda madre, que de hecho se parecía más a una mejor amiga, Zoë no estaba por la labor.
Nadie dijo que el cuadro más bonito del museo fuera el más fácil de pintar.
A veces se olvida que Ava Gardner bebió muchas más copas de Bourbon en soledad que acompañada.
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Zoë Kravitz no es sino una de tantas celebridades que en un momento dado ha decidido abrir el cajón desastre que ha sido y es su vida para que el resto de personas anónimas, que hasta entonces habían considerado su existencia un tanto desgraciada en comparación con la lista de lujos y comodidades de Zoë, supiera la verdad o su versión de la misma. La hija de Lenny Kravitz y Lisa Bonet contó este relato de su desdichada adolescencia en Miami en una reciente entrevista en la edición británica de la revista Elle, donde también ha hablado por primera vez del trastorno de bulimia que ha sufrido durante diez años, confesión que le ha valido además la admiración de su padrastro, Jason Momoa, quien ha afirmado que él jamás podría discutir problemas tan graves con la honestidad con la que lo ha hecho Zoë. Cuesta creer que la chica que hace poco caminó hacia el altar enfundada en un romántico diseño de Alexander Wang para casarse con el actor Karl Glussman en París, la que ha triunfado con la serie Big Little Lies, la que atesora uno de los rostros más bellos de la industria del cine y la que cuenta con uno de los armarios con mayor número de tendencias por centímetro cuadrado sea la misma que lloraba cada noche sobre su almohada por sentirse inferior al resto del mundo hace no tanto.
Los dramas de los ricos y famosos los llaman algunos; los dramas de todas las adolescentes con independencia de su clase, raza y nacionalidad para otros.
Zoë Kravitz.© Ilustración: Mar Lorenzo/ Fotografías: © Getty Images.
Conocer a Zoë y alejarnos de Zoë Kravitz ha hecho trizas la fotografía que íbamos a enmarcar en el mejor de los sentidos posibles: que ni la fama ni la belleza ni las mansiones ni los pases de backstage garantizan esa sensación tan efímera como buscada llamada felicidad se sabe y de hecho ha perdido su fuerza como premio de consolación a base de repeticiones. Sin embargo, ha sido la reciente confesión de la actriz y modelo la que en este caso ha conseguido que las palabras dejen de estar vacías y se asienten en nuestra cabeza en forma de razones de peso para dejar de admirar su colección de bolsos –del Ascot de The Row a cualquiera de sus modelos de Fendi–, sus vestidos de Saint Laurent, sus numerosas zapatillas New Balance y su top bañado en joyería y valorado en más de 20.000€ como si fueran garantía de una estabilidad y seguridad imperecederas. En el armario de Zoë Kravitz hay tantas tendencias y prendas de lujo como historias alucinantes vinculadas a las mismas y es obvio que semejante despliegue de moda y polvo de estrellas haya ejercido una fascinación difícil de resistir. Ha tenido que ser la propietaria de dicho guardarropa la que se haya encargado de tirar por tierra fantasías baratas y fáciles de consumir relacionadas con su persona y de paso nos haya devuelto cierta cordura.
Nadie dijo que las estrellas de cine no vistieran vaqueros.
Nadie dijo que los errores no fueran elegantes.
A veces se olvida que Marilyn Monroe prefería quedarse en casa leyendo antes que acudir a una fiesta.
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Adentrarse en el armario de Zoë implica disfrutar no solo con algunas de las lujosas piezas que cuelgan de sus perchas, sino con los vaqueros sencillos, deportivas, camisetas blancas y vestidos heredados (de su madre y de su padre) que la mantienen anclada a una tierra de la que una vez se separó para experimentar una horrible sensación de vértigo. Lo que el lujo te da, la vida a veces te lo quita, pero tú misma (o en este caso, Zoë Kravitz) puedes recuperarlo.
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