Dos chicas rubias intentaron colarse en el backstage de un concierto de Beck en Seattle en la primavera del noventa y algo, y lo consiguieron. El tipo de seguridad que custodiaba la puerta de entrada al paraíso groupie las miró de arriba abajo y dijo: 'No podéis entrar por aquí, no tenéis pase”. Y entonces una de ellas, la más alta, la más espabilada, la que hablaba y fumaba por los codos contestó: 'Mi cara es el pase'. La chica que tenía su rostro en tan alta estima era Courtney Love –viuda de Kurt Cobain– y su amiga, la que callaba pero otorgaba, era la actriz Drew Barrymore. Ambas camparon por Los Angeles a sus anchas, compartieron novios, se prestaron ropa, bebieron por encima de sus posibilidades y acudieron a estrenos, conciertos y fiestas en mansiones descomunales desde 1995 hasta comienzos de los 2000, cuando la intrusión de la tecnología acabó de un plumazo con la magia y el misterio, con el auténtico rock and roll. Todo empezó a mostrarse y no había dónde esconderse.
© Ilustración: Mar Lorenzo/ Fotos: Getty Images.
Courtney Love y Eric Erlandson se ennoviaron y fundaron la banda Hole en 1989, y aunque su historia de amor no duró mucho, su alianza musical se prolongó durante algo más de diez años no muy fructíferos en los que sin embargo dieron a luz varios discos, dos de ellos casi redondos: Live Through This y Celebrity Skin. En 1994, cuando Love y Erlandson eran más amigos que exnovios y este último hacía las veces de padre y de consejero budista de la cantante, Courtney decidió que Drew Barrymore, su nueva amiga favorita, podría ser una novia ideal para Eric. Los presentó como quien presenta a unos vecinos en la piscina de la urbanización y se obró el milagro, un milagro breve, eso sí, porque la actriz y el guitarrista de Hole solo salieron juntos durante un año. La historia volvió a repetirse poco después, Drew se enamoró perdidamente de Edward Norton durante el rodaje de Todos dicen I love you y cuando rompieron, Courtney empezó a salir con el actor. Y aquí no ha pasado nada. Pero nada en absoluto.
La unión que se gestó entre ambas fue intensa y, dado el estatus de icono que ya ostentaban entonces, tuvo su traducción en un estilo entre perezoso, romántico, noventero e hiperfemenino que fue entendido como la evolución lógica del grunge que había estallado a principios de los noventa y que había ido relajándose desde entonces. Las camisas de cuadros oversize, los vaqueros extragrandes, los vestido florales y las botas Dr. Martens que colonizaron los armarios de toda una generación tuvieron una segunda vida mucho más misteriosa y romántica de la mano de Drew, Courtney, Liv, Gwen Stefani, Heather Graham y Cameron Diaz; de célebres grupos de mujeres que decidieron divertirse sin complejos y hacer suya una estética que si antes se había asociado al cielo nublado de Seattle, al olor húmedo de sótanos y garajes, a melenas greñudas y discursos vitales donde la vitalidad brillaba por su ausencia, se relajó y admitió los tonos empolvados, las americanas, los pantalones de glitter, los vestidos de seda, las coronas, las perlas, las flores, las sandalias de plataforma y los abrigos barrocos. Si Drew y Courtney extendieron su amistad más allá de novios y exnovios, también acabaron con las imposiciones del grunge y lo redefinieron para que fuera lo que ellas exactamente querían en ese momento: un movimiento de mujeres más soñadoras con menos miedo a reintegrar en los armarios ciertas prendas que el rock casi les había exigido abandonar.
© Ilustración: Mar Lorenzo/ Fotos: Getty Images y cortesía de Zara.
Algo sucede en el armario de cualquier mujer cuando su propietaria pasa casi todo el tiempo rodeada de otras mujeres: se empieza vistiendo para el mundo y se termina vistiendo solo para tus amigas. Y de un tiempo a esta parte, la industria de la moda también ha hecho circular sus propuestas por este universo tan eminentemente femenino: Gucci, Prada, Versace, Marni, Miu Miu, Louis Vuitton o Dior han rendido homenaje a esta versión más dulce e inocente del grunge en sus colecciones otoño-invierno 2019. Superposiciones, mezclas de colores y estampados, el rosa candy como tono estrella, sandalias de plataforma, perlas, brillantina, botas militares. El movimiento que nació como contracultura, luego fue tendencia y ahora, un juguete en manos de ellas, que han hecho de él lo que han querido. Hasta Zara ha dado el visto bueno a este regreso que los intelectuales de la industria explican como una respuesta lógica al consumo desenfrenado: si algo caracteriza al grunge, sea la vertiente que sea, es el reciclaje y la reutilización.
No es que haya dos tipos de chicas, las que a inicios de los noventa salían a la calle a cara lavada con camisetas extragrandes de Nirvana y las que años después tardaban dos horas en arreglarse, sino que en el grunge actual caben todas. La tendencia se ha ampliado y feminizado en el mejor de los sentidos, y ha recuperado el espíritu despreocupado y divertido de esas amigas cuya relación es capaz de soportarlo todo. El tiempo pasa, los chicos van y vienen, las tendencias empiezan y acaban, pero ellas siguen ahí. Como las 12 canciones que componen el disco Nevermind. Indestructibles.
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