Nadie, quizás solo Marta Fernández Muro, se atreve a decirle que no aPedro Almodóvar. Y no hablamos solo de los que trabajan en la industria del cine. Al contrario, cualquier profesional estaría dispuesto a vender su alma para que el manchego diera el visto bueno a sus creaciones. Muchos lo han intentado, pero solo unas pocas como Miuccia Prada, que en 2017 le convenció para que se convirtiera en imagen de su nueva campaña masculina., lo consiguen.
Claro que hablamos del único director español que ha sabido dar a la moda el protagonismo que se merece en una película. Es verdad que ya en 1967 Yves Saint Laurent diseñó el vestuario de Catherine Deneuve para la Belle De Jour de Buñuel. Pero por muy aragonés que fuera el director, el mérito de esta colaboración siempre será del cine francés.
En el caso de Almodóvar es distinto. Él no se conforma con usar el vestuario como un accesorio más para la construcción de sus personajes, sino que convierte a la ropa y a los diseñadores en habitantes habituales de su universo tal y como se ha visto en Dolor y gloria, en la que Antonio Banderas lleva las mismas camisas que cuelgan en el vestidor del cineasta.
Pero lo que hacer realmente especial al cine de Pedro en relación a la moda es que en sus cintas la ropa, además de vestir a gente, forma parte de la conversación banal del día a día. Ya lo decía en Todo sobre mi madre la hermana Rosa, interpretada por Penélope Cruz, después de compartir unas botellas de cava con La Agrado (Antonia San Juan) , Manuela (Cecilia Roth) y Huma Rojo (Marisa Paredes) : “A mí Prada siempre me ha parecido ideal para monja”.
Comentario que podría pasar por pura improvisación de no ser porque en los rodajes del manchego ese concepto no existe. Vamos, que aquella línea no era fruto de una ocurrencia banal entre toma y toma, sino una prueba de lo mucho que conoce Pedro esa industria, siendo capaz incluso de adelantarse a las tendencias que luego triunfan en pasarela.
Porque sí, hoy todos sabemos que Prada no solo es ideal para monja, sino incluso para el mismísimo papa. Pero en 1999, cuando se estrenó la oscarizada cinta, todavía quedaba una década para que Benedicto XVI lo certificara con aquellos famosos zapatos rojos que, aunque al final no lo fueran, en el imaginario popular siempre serán de la maison italiana.
Por supuesto este amor de Almodóvar por los diseñadores es mutuo. Y no hablamos solo de aquella famosa invitación de Donatella Versace animando al director a unirse al reto viral del Ice Bucket Challenge. Para las grandes firmas no hay pasarela más lujosa que aparecer en una película del manchego. De ahí que le prestan sin rechistar todo lo que les pida.
Él les devuelve el favor respetando sus diseños lo suficiente para su propia estético no canibalice esa prendas hasta hacerlas desaparecer. Todo un honor sabiendo que, cuando el adjetivo ‘almodovariano’ entra en escena, cualquier intento de reclamar una autoría individual es misión imposible. Digamos que en el momento que Pedro incluye algo en un plano, lo que sea, pasa a ser exclusivamente suyo. Y no porque él tenga intención de apropiarse de algo que no le pertenece –"Rosalía, guapa, que soy Pedro"–; sino porque directamente así lo entiende su público.
LA ESTÉTICA PRIMERO
En cualquier caso, habrá quien piense que es fácil tener a tu disposición a las grandes firmas cuando la fama te desborda y hasta Cannes te ha reclamado para ser presidente de su jurado. Y es cierto. Sería ridículo negar que existe un antes y un después en las colaboraciones de Almodóvar con diseñadores internacionales tras el estreno en 1988, y posterior nominación al Oscar, de Mujeres al borde de un ataque de nervios.
Bien lo saben los jefes de vestuario que han trabajado con él desde entonces. Profesionales como Jose María del Cossío, Sonia Grande, Paco Delgado, Tatiana Hernández y, más recientemente, Paola Torres Todos ellos solo han tenido que levantar el teléfono y pronunciar el apellido de su jefe para conseguir el último capricho que necesitara.
A él, además, siempre le ha dado igual que fueran prendas carísimas que en la vida real sus personajes nunca podrían permitirse. Algo que en los últimos años, sobre todo a raíz del estreno de Julieta, sirvió de excusa para que le criticaran por haber perdido así el contacto con la realidad de la calle, Por haber dejado de lado eso que hacía tan frescas sus primeras películas.
Un error si tenemos en cuenta que en el cine de Almodóvar la preocupación por la estética siempre ha estado ahí. No más que la historia, pero casi. Ahora lo que ha cambiado es el presupuesto para construirla, pero la intención sigue siendo la misma. ¿En serio a alguien le chirríaba que la Raimunda de Volver llevara puesta una chaquetita de cuadros de Marc Jacobs mientras cantaba en la terraza del restaurante en el que trabajaba?
LA ERA MONTESINOS
De hecho, ya en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) la moda se coló en pantalla. Pedro tardó más de un año en rodar aquel debut tirando de la generosidad de amigos que le prestaban tiempo, dinero e incluso prendas para vestir a sus primeras chicas Almodóvar. Uno de ellos fue el diseñador valenciano Francis Montesinos, cuyas creaciones no desentonaban nada dentro de aquel ambiente underground que retrataba la película.
Aquello dio comienzo al especial idilio del director con la moda en general, y con la española en particular. Una relación pasional que continuó en filmes posteriores como Entre tinieblas (1983) y, sobre todo, Matador (1986) , ambas con participación acreditada de Montesinos. En este último título, de hecho, el propio diseñador iba a realizar un cameo en una secuencia rodada durante el backstage de un desfile, pero al final Francis tuvo pánico escénico y fue el propio Pedro el encargado de interpretarle.
Años después Almodóvar definiría estas secuencias como una “mezcla de Lorca y películas gore que parodian el mundo de la moda, los modistos y sus maniquíes”. Maniquís como Eva Cobo, que lucía en la película un inolvidable traje rojo de novia ensangrentada con el que el diseñador valenciano, como fuehabitual desde entonces, cerraba su desfile.
Eso sí, al modisto no le cambió demasiado la vida tras esta colaboración. No se puede decir lo mismo del joyero catalán Chus Burés, que abandonó el cerrado círculo de artistas adscrito a la Movida después de diseñar aquella horquilla en forma de clave de Sol que utilizaba Assumpta Serna para dar la última estocada a sus víctimas.
Una joya que se anticipó a ese otro icono mundial del asesinato cinematográfico: el picahielos de Sharon Stone en Instinto básico (1992) . Burés le devolvió el favor a Pedro diseñando el contundente casco que llevaba aquel Fantasma para Átame (1991) , una pieza que esta vez pasó, cómo no hacerlo con Victoria Abril en el mismo plano, totalmente desapercibida.
MADE IN SPAIN
El idilio con la moda made in Spain no se acabó ahí. Montesinos fue solo el primero de una selecta lista de creadores nacionales que han tenido el honor de colaborar con Pedro a la que se sumó un nuevo nombre con La ley del deseo (1988) . En aquella cinta, la más personal del manchego hasta que se estrenó Dolor y gloria, la homosexualidad, los celos y la familia centraban todas las tramas de la historia. Pero también lo hacía, aunque de manera más tangencial, una prenda de ropa.
Una que, además, jugaba un papel importante en la trama. Hablamos, por supuesto, de la camisa de Antonio Alvarado que el personaje de Antonio Banderas lleva puesta la noche en la que asesina a Miguel Molina. Una pieza única a la que la víctima le arranca el bolsillo antes de ser empujado por el acantilado del faro de Trafalgar.
Esa inconfundible pequeña pieza de tela cuadrada, que la policía encuentra en la escena del crimen, es la que conduce el relato hasta la trágica escena final. Pero esa pieza también es el origen de una amistad creativa que Almodóvar y Alvarado mantuvieron durante años y que alcanzó su cima con Mujeres al borde de un ataque de nervios, el mejor testamento cinematográfico que existe de la moda española de los ochenta. Una industria que entonces se antojaba menos perdida y más arriesgada que ahora que la democratización de la moda es una realidad.
Porque en 1988 las cadenas fast fashion no existían en España. De ahí que cada personaje de esta comedia sea todo un homenaje visual a la diversidad estética de aquellos años en los que convivían en la calle sin problema la ropa de firma que se vendía en boutiques con la de las marcas anónimas que llenan los escaparates de mercerías de barrio y de puestos del rastro. Pura psicología en tela.
De esto habla precisamente el realizador en Los archivos de Pedro Almodóvar, libro de lujo XL editado por Taschen en 2011 y que recoge los secretos de su filmografía. “Pepa abusa del tacón y de la falda de tubo. La verdad es que le favorecen, pero la obligan a ciertos andares que a Susan Sontag –según declaró a la revista Elle después de asistir al rodaje– no le parecen propios de una mujer contemporánea y autónoma. Entiendo y estoy de acuerdo con Sontag cuando se opone a la polarización de los sexos, pero esto no va con Pepa. Una mujer debe ser libre incluso a la hora de elegir sus modelos. (…) Para un personaje como el de Pepa los tacones son la mejor manera de sobrellevar su angustia”.
Un año después de aquel rodaje, sin el Oscar de Mujeres al borde de un ataque de nervios en la mano, pero con Hollywood metido en el bolsillo, llegó el momento de que Pedro se atreviera a investigar la moda cosida más allá de nuestras fronteras. Otra cosa es que esa moda quisiera investigarle a él.
UNA NUEVA ERA
En Francia, donde siempre ha sido más profeta que en su tierra, diseñadores como Jean Paul Gaultier no tuvieron ningún reparo en lanzarse a sus brazos enseguida. Todo a pesar de que Juana, el personaje de asistenta que Rossy de Palma interpretaba en Kika (1993) le aseguraba a Verónica Forqué que no quería ser modelo por mucho que llevaran las caras raras. “No me veo yo en una pasarela”, aseguraba. “Me gustaría más ser jefa de prisiones: rodeada de tías todo el santo día”.
Jean Paul-Gaultier no opinaba lo mismo que Juana y no dudó en convertir a Rossy en su musa. A ella, y sobre todo a Victoria Abril, les cosió el primer diseño de alta costura exclusivo visto en una película de Almodóvar. Pero antes de que el enfant terrible galo se uniera al universo del manchego hizo falta que dos casas clásicas se atrevieran a colaborar con Pedro sin concesiones.
Ocurrió en Tacones lejanos (1991) , película tan irregular como brillante fue el vestuario que Victoria Abril y Marisa Paredes lucían en ella. Ambas interpretaban a mujeres impecables, famosas y culpables. Ambas iguales si no fuera porque Becky, la famosa madre cantante pop entregada en su madurez a la música melódica, vestía siempre de Armani. Su hija Rebeca, resentida por el abandono, escondía su infelicidad en total looks de Chanel.
Estilismos con los que guardar las apariencias y que, al ingresar en la cárcel, daban paso a un colorista jersey oversize geométrico de Versace sacado del armario personal del propio director. Como ven, lo de prestar su realidad a la historia no es cosa exclusiva de Dolor y Gloria.
Más allá de que no fuera de las mejores de su filmografía, esta película puso en contacto a Pedro con los nombres más importantes de la moda internacional, que de momento se conformaban simplemente con prestarle cosas. Digamos que con Tacones lejanos, además de una nueva década, arrancó una nueva era.
CON TODOS USTEDES: ANDREA CARACORTADA
El sexo a finales de los 80 seguía siendo un tema tabú, algo que Madonna utilizó a su favor lanzándose ipso facto a recorrer el mundo con su aclamado Blonde Ambition Tour. Una gira que arrancó en abril de 1990 y que ese verano, durante su primera parada en España, propició que Almodóvar montara en su honor una sonada fiesta en Madrid en la que se acompañó de toda su tropa.
En aquella gira Madonna fingía una masturbación vestida con un corsé diseñado por Jean Paul–Gaultier; y puede que fuera precisamente esa colaboración la que animó a Pedro para encargarle al francés que diseñara el vestuario de la villana Andrea Caracortada, personaje clave de Kika, su siguiente película.
Los diseños de Gaultier captaron como nadie los peculiares y concisos gustos del director, convirtiendo aquellos trajes en algo tan esencial para la iconografía del manchego como lo fueron los corsés para la de Madonna.
Al fin y al cabo, hablamos de piezas de museo que ocuparon un sitio de honor enla retrospectiva que hace varios años dedicó la Fundación Mapfre de Madrid al francés. Una muestra en la que se incluían todas las grances colaboraciones cinematográficas de Gaultier con Almodóvar. Entre ellas, parte del vestuario de La piel que habito (2011) como los monos nude de Elena Anaya, y el extravagante disfraz de tigre de Roberto Álamo.
Aunque puede que la pieza más llamativa de aquella exposición fuera el traje de pailletes que simulaba un cuerpo femenino desnudo y que vistió Gael García Bernal en La mala educación (2004) mientras su personaje, Zahara, hacía un playback de Sara Montiel en un pequeño bar de pueblo.
NADA COMO UN CHANEL PARA SENTIRSE RESPETABLE
Gaultier no es el único privilegiado que ha repetido experiencia. Armani, después de vestir a Marisa Paredes en Tacones lejanos, también participó en el vestuario de Todo sobre mi madre. De hecho, la relación de Pedro con la firma italiana es tan estrecha que el cineasta no solo es un invitado habitual a sus desfiles de París, sino que el esmoquin que llevaba cuando recogió su primer Oscar a la Mejor película extranjera por aquella película también era un diseño del modisto italiano. Gucci fue la elegida cuando repitió hazaña gracias a Hable con ella (2004) .
Por supuesto la otra mitad estética de Tacones lejanos, Chanel, también ha sido habitual en la filmografía de Pedro desde su salto internacional. Entre sus apariciones más míticas, además de los modelos vintage de Penélope Cruz en Los abrazos rotos (2009), está la mención específica por parte de La Agrado en Todo sobre mi madre.
Se trata de otra de esas frases aparentemente vanales de su cine que escuchamos mientras pasean por Barcelona ella y su amiga Manuela: "No hay nada como ponerse un Chanel para sentirse respetable”, afirma Agrado, de profesión prostitula.
Aunque quizás lo mejor sea la respuesta cuando Manuela le pregunta si el traje es verdadero. “No, mujer. ¡Cómo voy a gastarme medio millón en un Chanel auténtico con la cantidad de hambre que hay en el mundo!”, responde. "Yo lo único que tengo de verdad son los sentimientos y los kilos de silicona, que me pesan como quintales”.
La lista de colaboradores de moda no se acaba ahí. El armario de la protagonista de La flor de mi secreto (1995) , la escritora Leo Macias-Amanda Gris (Marisa Paredes) , estaba lleno de prendas de Max Mara; mientras que el de su admirador secreto, Juan Echanove, es de Hermenegildo Zegna.
Dior, por su parte, es responsable también de parte del vestuario recuperado en tiendas de lujo vintage para los protagonistas de Los abrazos rotos, cinta en la que también se pudieron ver piezas antiguas de Pierre Cardin. Los amantes pasajeros, sin embargo, sirvió de desfile condensado de prendas y joyas prestadas por marcas como Gucci, Bvlgari, Givenchy, Cartier o Dolce&Gabbana.
Estos dos italianos, por cierto, son los autores del traje blanco con estampado floral que lucía Blanca Cuesta en su paseo por la calle Segovia y que a su vez es una recreación del vestido, también de Dolce&Gabanna, que llevaba Elena Anaya al final de La piel que habito. Porque sí, las metareferencias en el cine de Almodóvar van mucho más allá de las tramas.
TODO QUEDA EN CASA
¿Significa esto que Pedro ha dado la espalda a la industria española desde que le aman fuera de nuestras fronteras? Para nada. El director sigue dejando espacio en sus colaboraciones de alta costura al diseño de modistos patrios como Amaya Arzuaga, que firmó parte del vestuario de Carne trémula (1997) ; o al ya tristemente fallecido David Delfin, encargado de crear desde cero el uniforme de los azafatos de Los amantes pasajeros y que, junto a Bimba Bosé, hacía un pequeño cameo en Julieta.
De hecho, es posible que esa película fuera en gran parte responsable de que Prada se animara a contratar a Pedro para su campaña de hace un par de años. Tal y como explicaba entonces la diseñadora de vestuario Sonia Grande,, en Julieta se usaron muchas piezas de esta firma, especialmente a las secuencias ambientadas en los noventa. Pero en ese filme también había lugar para casas como Dior o Sybilla. ¿Inalcanzables para una profesora de instituto, que es en lo que trabajaba la protagonista? Puede. ¿Y eso qué más da?
Pedro Almodóvar ha demostrado que si algo le funciona le da igual su procedencia. Sirva de ejemplo la ropa comprada en un mercadillo que, mezclada con diseños de Marc Jacobs, utilizó para convertir a Penélope Cruz en la Raimunda de Volver. Es más, el estampado floreado y antiguo de una de esas faldas anónimas adquiridas en un rastro por pocos euros terminó siendo usado de fondo para el cartel de la película.
Porque reivindicar la alta costura está al alcance de cualquiera, pero convertir en excepcional lo ordinario ya es otra cosa. He ahí el gran mérito de Almodóvar.
Artículo publicado originalmente en junio de 2017
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