Se nota que la Feria del Libro de Madrid ha pillado a la ciudad con ganas de volver a la normalidad. El Parque del Retiro se ha llenado estos días de colas kilométricas de ávidos lectores y curiosos. Muchos de ellos han salido con libros bajo el brazo entre cuyas páginas se encuentra, sigilosa, la huella de Silvia Querini (Turín, 1955), una de las mayores referentes de la edición en castellano. Lleva 40 años dedicada en cuerpo y alma a los libros, 12 de los cuales fue directora editorial de Lumen, el sello refundado por Esther Tusquets en Barcelona en 1960 caracterizado por la vocación de crear clásicos modernos y por tener a algunas de las autoras más brillantes del panorama internacional, de Virginia Woolf a Alice Munro.
En su catálogo, Silvia Querini cuenta con cuatro premios Nobel, todas ellas mujeres. La experiencia le ha brindado un excepcional olfato para detectar lo que puede ser el próximo long seller, un término que ella prefiere al de best seller: libros que siguen vigentes y se venden bien muchos años después de haberse editado. Ahora pone ese conocimiento al servicio de diversas agencias literarias y de sus alumnos de edición en la Universitat Pompeu Fabra. El hecho de no estar atada ya a ningún sello le permite hablar sin tapujos de las luces y sombras de la industria editorial. Sigue enamorada de los libros, nadando entre manuscritos y buscando en ellos una mirada más femenina, independientemente de quien los escriba. La Feria del Libro de Madrid es un momento idóneo para conocerla mejor y saber en qué punto está el sector al que ha entregado su vida.
¿Cómo empezó en la edición?Soy tan vieja que me puedo permitir empezar a contestar esa pregunta con un “Érase una vez…”. Siendo una chica joven, en 1981, entré en ese mundo, en la editorial Bruguera, para luego hacerme cargo de la dirección editorial de Ediciones B, pasar finalmente a Penguin Random House y ocuparme del catálogo de Lumen como directora literaria durante 12 años. En total son 40 años dedicados a una profesión absolutamente intensa, que además adoro. Hay personas que se dedican a un determinado trabajo, y hay otras que (por razones mil) tienen una profesión. De la mía en concreto no te descabalgas nunca, porque aún estoy metida entre manuscritos, adjetivos, verbos…
¿De dónde viene su afición por las letras?
Yo empecé escuchando de niña a mi abuela, que me contaba cuentos. Ella tenía la costumbre de modificar los cuentos, para que tuvieran más gracia. Yo quise leer enseguida, y recuerdo que mi primera experiencia de lectura fue a los cuatro años. Sentada en la falda de mi abuela, conseguí leer con ella el periódico. A partir de ahí empezó el amor, la pasión por la lectura.
¿Qué leía en su infancia y primerajuventud?
Yo leía lo que pillaba, empezando por La Stampa, el diario que mis padres compraban cada día. Y, como mi abuela era mi maestra, siempre empezábamos por las esquelas. Ella las adoraba. A partir de ahí fui construyendo mi propio mundo, pero un poco al azar. Creo que fue a los 10 años cuando empecé a barruntar la posibilidad de crear recorridos de lectura. Tuve un gran maestro, que fue un librero. Yo vivía en Turín en aquel entonces y recuerdo que un día, todavía con calcetines cortos, me fui a la librería Paravia de la Via Garibaldi, donde estaba el señor Giovanni. Entré un poco despistada y él se me acercó. Fue el primer hombre que me llamó señorita; por eso lo recuerdo de una manera muy especial. Empezamos a hablar y él vio que yo podía permitirme ciertos lujos en cuestión de comprensión y demás, y no se le ocurrió otra cosa que entregarme La marcha Radetzky, de Joseph Roth. Yo me la llevé, sin saber quién era Joseph Roth, y sin saber cuál era la situación política e histórica de Austria en aquel momento. Salí ufana de la librería, porque por fin tenía un libro que había comprado yo. Lo mejor es que, al cabo de 15 días, volví a la librería. Había leído La marcha Radetzky y, por primera vez, llevaba medias de nylon. Crecí en 15 días con Joseph Roth.
¿El señor Giovanni se convirtió entonces en una especie de tutor literario para usted?
Absolutamente. Mis primeros recorridos literarios se los debo al señor Giovanni. Obviamente, él ya no está. Paravia, la librería, tampoco está. Pero también de esos recuerdos vive la gente. La verdad es que siempre he intentado crear una complicidad con los libreros, me parecen un eslabón fundamental de la cadena de nuestra industria. No son sólo receptores de cajas, pueden convertirse en auténticos maestros.
¿Sigue existiendo esa figura? ¿Qué ha cambiado en el sector editorial a lo largo de estas décadas?
Desde el punto de vista profesional, ha cambiado algo que quizá no sea tan fácil de explicar en dos líneas, y que es la concentración en grandes grupos. Eso hace que haya menos competidores cuando hay que pelear para conseguir grandes nombres. Porque es obvio que, debajo de un mismo paraguas, nadie se hace la competencia. Convertido en dinero, te estoy hablando de 300.000 o 400.000 euros para arriba, para ir a buscar esos títulos de esos autores que son importantes.
¿Y en lo referido al gusto de los lectores?
Hablar de público es hablar de mucho y de poco. Porque hay lectores asiduos y otros despistados. Pero lo que sí ha cambiado es la forma en que se controla el gusto del público. Es decir, cuando tú entras en Amazon para comprar Léxico familiar, de Natalia Ginzburg [una de las autoras que ella llevó al catálogo de Lumen], verás que justo debajo te dice: “Si te gusta este libro también te gustará tal o cual otro”, y eso es una manera de crear itinerarios de gustos que antes no teníamos. Otra cosa es que sea un itinerario honesto o guiado por el interés de determinados grupos.
A usted le gusta hablar más de long sellers que de best sellers. ¿Qué es exactamente eso?
Verás: El nombre de la rosa salvaba mi presupuesto en Lumen cada año. Porque es un libro que se sigue vendiendo. Creo que lo que tendría que buscar un editor o editora no es tanto el best seller, que tiene una vida muy intensa pero muy corta, sino el long seller, que continúa vendiendo al cabo de los años, y que finalmente es lo que se convierte en un clásico. Porque, quieras que no, Dickens es un long seller. Lo que pasa es que su editor no lo sabía cuando lo publicó a mediados del siglo XIX. Hay que tener esa mirada de larga distancia, para que un libro tenga vigencia a lo largo de los años. Eso dice muy pronto, pero no es fácil de conseguir.
¿Influye en ello que los autores sean producto de su tiempo?
Yo creo que esos autores se mueven en su tiempo, pero son capaces de traspasar las fronteras no sólo geográficas, sino también temporales. Por volver a Dickens, el habla del hombre de mediados del siglo XIX. Balzac también. Pero su forma, el cómo cuenta esas cosas, consigue no sólo traspasar las barreras geográficas, y que Grandes esperanzas, por ejemplo, enamore a alguien que lee en Varsovia, sino que cruza las fronteras del tiempo, y que una persona que hoy lea esa obra se sienta reconfortada, y encuentre algo de sí misma que no sabía. Ese es gran truco: que un libro te cuente algo de ti mismo que no sabías. Puede gustarte o no lo que aprendas, porque a veces duele. Pero ahí está.
¿Es esa la clave para convertirse en un clásico?
Para mí fue una guía a lo largo de 40 años, aunque no la única. Yo quería que el material que tenía entre manos tuviera algo que llegara más allá de su propio contexto y me concerniera como lectora. Descubrir eso es invitar a releerlo al cabo de los años; leerlo por primera vez, por ejemplo, a los 15, volver a leerlo con 35 y luego con 65. Verás que te dice cosas distintas de ti mismo que no sabías. Porque el texto no cambia, pero tú sí.
¿Qué debía tener un autor para formar parte de Lumen?
Yo siempre he prestado una especial atención a la mirada femenina, que no tiene por ir siempre asociada a un determinado sexo. Autores como Colm Tóibín o David Grossman [adquiridos para Lumen por ella] tienen una mirada femenina hacia las cosas. Y femenino, para mí, es esa mirada que empieza en lo doméstico para ir a lo universal, y utiliza con garbo el verbo condicional. Cosa que no sucede con la mirada masculina, que se mueve en el indicativo. En la mirada femenina siempre cabe la posibilidad de encontrar nuevas maneras. Y eso se consigue a través del condicional, que es más amable y más abierto hacia las posibilidades que nos da la vida. Un ejemplo espléndido de mirada femenina es Alice Munro. Tardé nueve años en poder tenerla en Lumen, y cuando lo conseguí le dieron el Nobel a los seis meses.
Se dice que el libro vive un momento dulce. ¿Es cierto?
Hace diez días participé en un foro dedicado a la edición. En 2021, la facturación ha subido un 17% con respecto a 2019. No 2020, sino antes de la pandemia. Y ha crecido un 42% con respecto a 2020. La gente ha asumido la lectura como otra de las modalidades de ocio. Eso significa que los lectores fuertes han seguido comprando, esos no han cambiado. Pero sí ha cambiado la actitud de ese lector que podía leer uno o dos libros al año y, en cambio, ahora se ha convertido en un lector más asiduo, que puede leer cinco o seis libros al año. Creo que una de las pocas cosas buenas de la pandemia es que quizá la lectura haya cruzado esa barrera y se haya colocado del lado del placer.
¿Qué tendencias o novedades se han visto en esta edición de la Feria del Libro de Madrid?
Hay un aumento de la venta de libro de fondo. Es decir, frente a la avalancha de novedades algunas veces los lectores que todavía no tiene un recorrido personal de lecturas se asustan y van a lo seguro. Vuelven a comprar (porque no sé si luego los leen o no) los clásicos, y no estoy pensando en Homero, sino en toda la literatura del siglo XIX. Me cuentan también que, a la hora de elegir una novela, hay una especie de vuelta curiosa a historias que el lector siente como cercanas. Nos hemos alejado de lo exótico para ver qué pasa con el vecino de al lado. Y sigue, porque no es ninguna novedad, ese afán por la literatura del yo. Creo que, de alguna manera, eso nace de la sobrealimentación del yo que han creado las redes sociales. Todo el mundo se cree especialmente interesante, y de ahí que sienta la necesidad de contarle a todos su vida, sin tener en cuenta que lo que distingue a la buena literatura no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta.
¿Un deseo para el futuro?
Que los hombres lean más la buena literatura escrita por mujeres. Y subrayo lo de buena. Se van a llevar sorpresas. Van a entender algo de sí mismos que no sabían, y se lo vamos a contar nosotras.
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