Pasó el confinamiento en Madrid, con la única compañía de su perro y haciendo “kilómetros y kilómetros” en los 25 pasos de jardín de su casa. Pero también releyendo La peste y puliendo su última novela, Las campanas de Santiago. “Cuando escribí La peregrina, leí muchísimo sobre el Camino de Santiago y me encontré con un episodio, a medio camino entre la leyenda y la historia, sobre cómo Almanzor destruyó Santiago y se llevó las campanas a hombros de cautivos cristianos hasta Córdoba. Me pareció fascinante para una novela”, cuenta desde su casa en Asturias.
Mujerhoy ¿Por qué le fascina tanto esa época?
Isabel San Sebastián . A las generaciones actuales se les ha hurtado esa parte de nuestra historia. Y gracias a ella, España forma parte del mundo occidental y democrático.
M.H. También es objeto de enfrentamiento político.
Isabel S.S. Renegar de la Reconquista o de la conquista de América es una imbecilidad. No se puede juzgar la historia desde valores contemporáneos. Claro que hubo brutalidad por ambos lados. Pero si España forma parte del mundo occidental en lugar del musulmán es una suerte, en especial para las mujeres. Presumir de feminismo y renegar de eso no lo entiendo.
M.H. ¿Es la novela histórica una buena vacuna contra el desconocimiento?
Isabel S.S. Sin duda. Es una máquina del tiempo, que te permite conocer los hechos desde una visión más cálida y profunda. Es una forma de recuperar una educación que se nos ha hurtado. Y así estamos.
M.H. ¿Qué consecuencias tiene ignorar nuestra historia?
Isabel S.S. Ya se sabe que quien ignora su historia va camino de repetirla y en España desde los visigodos estamos en eso: cainismo, confrontación, caciquismo… La falta de conocimiento de la experiencia compartida nos impide tener un proyecto común, que es la definición de nación.
M.H. ¿Cuánto de autobiográfico hay en sus novelas?
Isabel S.S. Todos mis personajes son itinerantes, porque soy hija de diplomático y tuve una infancia nómada: pasé por seis países y siete colegios. Esa época marcó mi vida.
M.H. ¿Una historia de amor es un buen motor narrativo?
Isabel S.S. La ficción me ha permitido plasmar amores que no han existido para mí. Aunque suene cursi, todos buscamos amar y ser amados. Y en la vida real ocurre poco. No me gusta el realismo trágico; para tragedias ya está la vida. Intento que mis novelas infundan ilusión y esperanza.
M.H. Sus personajes femeninos siempre son fuertes. ¿Es más fácil para una escritora capturar la esencia de otra mujer?
Isabel S.S. Cuando he intentando escribir un personaje masculino en primera persona, mi hijo, que es mi mejor crítico y coeditor, me ha dicho: “No cuela, un tío jamás diría eso” [Risas]. Además, me interesa indagar en la situación y participación de la mujer en la historia. La historiografía oficial las ha ignorado. Quiero rescatar las de ese desprecio.
M.H. ¿Se considera feminista o prefiere evitar esa etiqueta?
Isabel S.S. He sido feminista desde el día que nací. Cuando el feminismo consistía en reivindicar igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades. He defendido eso en mi familia, en el colegio, en el trabajo… Pero si consiste en odiar a los hombres, considerar que todos son maltratadores o que nos asesinan por ser mujeres, no estoy de acuerdo. Y como tengo la mala costumbre de decir lo que pienso, resulta que soy machista. Me da rabia.
M.H. ¿Se ha sentido excluida del movimiento?
Isabel S.S. No, porque nunca he pretendido formar parte de él. Tengo 61 años, dos hijos a los que en buena medida he criado sola, una carrera, una independencia… Me considero una mujer realizada, independiente y feliz. Y no necesito que nadie me dé ningún carné.
M.H. ¿Ha tenido la tentación de dejar el periodismo y dedicarse solo a escribir?
Isabel S.S. El periodismo me da más disgustos que la literatura. Me gusta escribir mi columna, porque lo hago con total libertad. Pero a veces siento la tentación de dejar la tele.
M.H. Suele contar con orgullo que le han echado de muchos sitios. ¿Es eso un signo de independencia?
Isabel S.S. Sí, desgraciadamente. Cuando empecé, éramos muy celosos de la libertad y la independencia, pero eso se ha diluido en la precariedad y la devaluación del oficio. Y como digo lo que pienso, me han echado o me he ido minutos antes. Siempre he pensado que para dar de comer a mis hijos haría lo que fuera, pero por el primer plato y el segundo, no por el postre. Sin postre se puede vivir.
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