Arancha Gamo
Entre cenas con alguna que otra copa de vino, charlas en la terraza y música a todas horas, hay una serie de rutinas que están salvando mis días:
1. Hace dos años que practico la meditación y debo decir que empezar fue una de las mejores decisiones que he tomado. Por eso he aumentado las sesiones y el tiempo, de manera que cada día me paso un buen rato dedicado a desconectar y calmar la mente con una buena lista de música relajante en Spotify.
2. Otra gran idea ha sido rescatar esas películas que siempre me ponen de buen humor, como por ejemplo Casi Famosos. La escena en el autobús de la banda, cuando todos cantan a coro Tiny Dancer de Elton John siempre dibuja una sonrisa en mi cara. Eso y los lookazos setenteros que lleva Kate Hudson.
3. Releer El Señor de los Anillos, uno de los libros de mi vida, pero esta vez con toda la tranquilidad del mundo, saboreando cada página.
4. Hacer galletas de avena con chocolate se ha convertido en otro de mis pasatiempos preferidos. O, mejor dicho, casi en una necesidad, porque son la manera perfecta de controlar las ganas de dulce sin pasarnos demasiado.
© Ilustración Mar Lorenzo/ Fotografías: GettyImages, CordonPress, Hbo y Amazon.
Blanca de Almandoz
Mamá, estoy bien. Cuesta creer que ¡yo! esté preparada para algo, pero es como si llevara años entrenando para esto. Mi casa ya era la mejor de las oficinas, tengo organizados todos mis uniformes de teletrabajo y una férrea planificación semanal que haría palidecer de envidia al último alemán de mi edificio. Y eso que lleva meses sin darle la luz del sol… Al principio me preocupaba pasarme las horas frente a una pantalla y, llegado el momento, ser incapaz de reinsertarme en la sociedad. A medida que avanzaban los días, he sabido alternar sesiones de cocina –una por cada receta que hubiera guardado en Instagram desde tiempo inmemoriales–, con talleres de pintura y costura (¡por fin he tapizado los cojines de mi sofá!) y escasas horas de cardio y yoga online. ¿Quién me iba a decir que no todo sería Netflix con una copa en la mano?
Me he puesto al día con los libros que tenía pendientes: Petit pays de Gael Faye sobre el genocidio de Burundi, Ellos la implacable biografía de Francine du Plessix Gray sobre sus padres. Él, directivo de Condé Nast en la posguerra y ella, zarina de la alta sociedad neoyorquina. Y, finalmente, la antología de cuentos de Roald Dahl. ¡Si hasta me he puesto mi primera mascarilla capilar! Además, he desempolvado mi cámara para retratar la primavera que florecía en el cerezo del patio. Pero no te voy a mentir, también estoy durmiendo, comiendo y hablando por teléfono por encima de mis posibilidades.
No sé cómo he sacado tiempo para una media maratón de El señor de los anillos, un ciclo de Hitchcock, alguna que otra noche de clásicos –¿puedes creer que nunca hubiera visto Network? – y mucha comedia (Booksmart, OSS 117, Guía sexual para una segunda cita…).
No te preocupes, no he estado ni un minuto sola. Elvis no ha dejado de cantar desde que todo esto empezó y por mucho que Spotify me sugiera con sorna todas las canciones que contienen la palabra Loneliness (quizá mi favorita sea Bye bye love de The everly brothers), los chicos de Phi Beta Lambda me han acompañado cada día desde el podcast de Apocalypso, al igual que mis compañeras de Glamour.es.
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María Morillas
Estos días estoy aprovechando para ponerme al día con todas esas cositas que siempre quiero hacer pero que, por trabajo o falta de tiempo, no puedo disfrutar tanto como me gustaría. Estoy leyendo muchísimo –ahora estoy con El palacio de la luna de Paul Auster– y viendo también monográficos y documentales de moda súper interesantes (algunos ya los había visto) como 7 days out o Bill Cunningham New York. Cuando quiero desconectar de todo, me pongo música, veo los capítulos de mis series favoritas como Friends o Sexo en Nueva York –he perdido la cuenta de las veces que las he visto enteras– o incluso, y aunque no soy nada "cremitas", me pongo una mascarilla y me relajo un poco en el sofá porque, a veces, no hacer nada también es un planazo. Por supuesto, las llamadas y videollamadas a mi familia y amigos no faltan (sin duda, son clave para hacer más llevaderos los días) y hasta me he animado a crear mi propia rutina de ejercicios que todas las tardes, cuando termino de trabajar, hago en mi salón. ¿Mi próximo objetivo? Volver a dibujar.
Ana Serrano
Esta nueva situación ha cambiado mis rutinas de pies a cabeza pero me ha permitido algo que llevaba mucho tiempo añorando y para lo cual nunca daba con el momento: me he reencontrado con el yoga. Intentando encontrar rutinas fitness con las que no dejase de moverme, he terminado volviendo a practicar yoga, algo que no solo me está sirviendo para mantenerme en forma físicamente sino que me está dando muchísima paz en un momento en el que la necesito DE VERDAD. Con las clases de Paula Butragueño y Almudena estoy encontrando el equilibrio que necesito estos días y… en los venideros. Este reencuentro con el yoga es un verdadero REGALO.
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Agnes Teixido
Desde que cerraron los colegios y empezó el aislamiento decidí que no iba a jugar a ser una súper mujer. Estoy todo el día en casa, sí, pero mi hijo también y necesito hacer tiempo para los dos. Eso sí, tenemos un planning y unos horarios que cumplimos unos días sí (y súper bien), otros días regular y otros días… para nada. Por las mañanas he recuperado religiosamente la meditación. Siempre fui una de esas personas que dijo que "jamás podría meditar" pero desde que empecé hace más de un año, me encantó y funcionó. Ahora, durante el aislamiento me aporta la dosis de paz mínima que necesito día a día.
Por la tardes, mi peque hace clase de yoga y yo doy mis "paseos" de embarazada en el 'stepper'. Siempre que hace sol, comemos en la terraza (es casi obligatorio aprovecharla). Por las noches, cuando ya solo los adultos están despiertos leo o veo series. Ya he leído dos libros: Carrie Fisher: A Life on the Edge, biografía escrita por Sheila Weller, y The Happiness Project, de Gretchen Rubin, que sube el ánimo y da fuerzas para seguir adelante. Hemos empezado a ver La Casa de Papel, pero los días que el alma no me da para más, SIEMPRE vuelvo a Friends, a esos amigos que ya siento como viejos conocidos y que siempre, siempre me hacen reír (a pesar de haber visto la serie entera decenas de veces).
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Isabel Serra
La novedad en mi rutina casera es que hay una rutina completamente nueva. Así de simple y así de complejo. Tan fácil de decir en voz alta y tan difícil de llevar a la práctica. En mi inesperada rutina casera todo es nuevo. Los leggings son los nuevos vaqueros. Las zapatillas deportivas, los nuevos zapatos de tacón. El colorete, el nuevo rímel. El moño deshecho, la nueva melena suelta. La videollamada, el nuevo abrazo. El “te echo de menos”, el nuevo “te recojo cuando salgas del trabajo".
Pero la novedad siempre es una oportunidad para aprender y estos días estoy aprendiendo que también estoy guapa sin maquillar, que el mundo no se para si ronroneo diez minutos más en la cama por la mañana o si me quedo viendo otro capítulo más de Peaky Blinders en la cama por las noches. Que pasarse un día en pijama es un lujo impagable. Que el silencio es tan o más agradecido que un aplauso. Que se puede entrenar –y mucho– en casa (gracias infinitas, Paula Ordovás). Que el vermut que prepara mi madre los domingos en la terraza de casa sabe igual o mejor que el que solía tomarme en el bar molón de mi barrio, aunque una de las primeras cosas que haga cuando todo vuelva a la normalidad será volver y pedirme dos. O tres. Que nunca aprendería a cocinar ni aunque esta situación se alargara mil años y que me da totalmente igual. Que, al fin y al cabo, el perro de mi familia tampoco me cae tan mal. Y que eso de que ‘ojos que no ven, corazón que no siente’ es la mentira más grande que ha parido la humanidad. Porque siento, quiero y añoro todo lo que ahora no veo.
Fotograma de ‘Mildred Pierce’.© Cortesía de Hbo.
Lidia Maseres
Mildred Pierce, protagonizada en la versión de 2011 de HBO por una sublime Kate Winslet, luchaba en los años de la Gran Depresión por sacar su familia adelante y conseguir el amor de su irreverente hija; yo, casi un siglo después, intento manejarme a diario en la cocina para entretener al mío, y aunque mis dulces no sean como los suyos ni me he animado (todavía) a hacer gofres con pollo con un delantal de cuadros vichy, las críticas no son malas. Con Leon Bridges casi siempre de fondo y una Thermomix de palmo y medio que obedece instrucciones de un cocinero amateur de dos años, hemos instaurado en casa los Miércoles de Bizocho. Llevamos cuatro: yogur, chocolate, limón y canela con una costra azucarada que bien vale un horneado largo y lento y el último de manzana, del cual apenas nos queda un trozo.
Hace cuatro semanas y dos días que lo colegios se cerraron, que comenzamos con el teletrabajo y con las masterclass de cocina con los que realmente saben –los padres– vía FaceTime, y cada miércoles que pasa es una semana más superada, celebrada y cocinada con gusto y un extra de azúcar. Así, los lunes son menos tediosos porque queda menos para encender el horno, y los viernes molan todavía más porque siempre quedan una migas de bizcocho para desayunar. Ya ha pasado un mes y casi no nos hemos dado cuenta. Sin duda, el horneado tiene la culpa. Y el stepper de las tardes para compensar, también.
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Mar Lorenzo
Si escribiese un libro sobre esta cuarentena lo titularía Todas esas cosas que siempre quise hacer pero nunca hice y que haré ahora (ejem, procrastinar, ejem…). He arreglado marcos de madera que fueron mordidos por mi perro cuando le dolían los dientes (arramplaba con lo que pillaba, así era él); he recolocado fotos y paspartús torcidos desde hace ni se sabe; he lijado y pintado desconchones en la pintura de puertas y ventanas; he enmarcado cosas que tenía pendientes…. También me dio por ordenar, por supuesto. Iba a ponerme con el armario pero como buena persona maniática que soy ya estaba ordenadísimo, así que me puse con “el estudio” –“El estudio” es ese cuarto que se supone que tiene que ser un estudio pero que acaba convirtiéndose en el cementerio de todo aquello que no tiene otro sitio donde vivir–. Fue duro.
A nivel creativo he pintado unas botellas de vino que he ido recolectando con el tiempo y que sirven como candelabros. El resultado ha sido cuanto menos mediocre, algo decepcionante para una persona que estudió Bellas Artes, la verdad. Solo he horneado UNA vez, un delicioso bizcocho de aceite que acabo siendo devorado por mi perro en un 40% –las desventajas de tener un perro que se parece más a un caballo que a un perro–. También he leído, de momento El amor en los tiempos del cólera de García Marquez y Slouching towards Bethlehem de Joan Didion. Continuará.
En cuanto a cine y series, la verdad es que nada memorable que mencionar. La mayoría de cosas que he visto ha sido con el objetivo de escuchar una voz de fondo que me sirviera de compañía. Puede que aproveche y acabe cierta serie de principios de los 2000 con Chlöe Sevigny de protagonista cuyo nombre no quiero mencionar por no gafarlo. Hice deporte. Seguí una rutina de Maria Pombo en Youtube y tuve tales agujetas que me plantee que fuese apendicitis. Evidentemente, paré. He retomado un vídeo de Alexa Chung junto a Mary Helen Bowers (fundadora del método “Ballet Beautiful”) y de momento bien. Ponerse un maillot con medias, una chaquetita cruzada y bailarinas de tela ayuda a mi motivación (que suele estar en -1000).
© GettyImages.
Victoria Vera
El confinamiento me sorprendió pasando el fin de semana en casa de mis padres y decidimos ser responsables y quedarnos con ellos. La primera consecuencia es que la mayor parte de la ropa que uso es la que se quedó en esta casa cuando me independicé hace ocho años. La segunda es que mi típico arsenal de cosméticos se ha reducido a los básicos que llevo cuando salgo de viaje con una maleta pequeña: un limpiador, un tónico hidratante y dos imprescindibles sin los que no podría vivir: el Organic Aloe Vera Gel, de Aromatica, y el Aceite de Rosa de Mosqueta, de Pai. El gel de aloe vera es una maravilla porque lo puedo usar como crema de día, como sérum de noche (y encima me pongo el aceite para sellar la hidratación), para refrescar el contorno de ojos que reduce las bolsas y como mascarilla cuando pongo una capa gruesa. Por las noches, cuatro gotas del aceite de Pai hacen magia. Gracias estos dos productos mi piel sigue estando súper bien hidratada y logro mantener la rosácea bajo control.
Y podría parecer que volver a vivir con mis padres es un rollo pero (además de que siempre nos hemos llevado muy bien) apenas tengo tiempo para pensar en ello. Sigo asistiendo a mis clases de japonés vía Skype dos días a la semana y tengo la suerte de poder teletrabajar así que estoy bastante ocupada todo el día. Lo único que he cambiado en mi rutina de forma radical es que he vuelto a escribir en mi diario todos los días, no una o dos veces por semana como venía haciendo últimamente, y ahora no escucho la radio. Por norma general, tengo la radio encendida todo el día pero, como creo que le sucede a muchas personas, en estos momentos no me apetece escuchar las noticias de actualidad, así que he sustituido la radio en directo por los podcast sobre historia, misterio y cine (me he enganchado a los de Marea Nocturna de Radio Primavera Sound). Mi tiempo de ocio ahora se reparte a partes iguales entre el enorme catálogo de películas de Filmin, los siempre entretenidos libros de Stephen King (en estos días me gusta jugar sobre seguro y leer a uno de mis autores preferidos de toda la vida) y echar partidas de parchís y Risk con la familia los fines de semana.
Portada del disco «The Archer» de Alexandra Savior.© Cortesía de Amazon.
Disco ‘The Archer’. COMPRAR.
María Mérida
Supongo que durante estos días hago lo que casi todo el mundo hace y se puede hacer en unas pocas habitaciones. Y hay cosas que me gustan más y otras menos.
Me gusta (hacer) mi propios ciclos de cine: ahora estoy con el cine de los setenta (desde Lo tres días del Cóndor hasta las películas de Nicolas Roeg) y toda la filmografía de James Ivory (Regreso a Howards End, Lo que queda del día…), un director de emociones intensas que suceden en casas y paisajes bellísimos. Me gusta leer antes de dormir y por la mañana nada más despertarme (echo de menos leer en el metro, quién lo iba a decir). No me gustan las videollamadas (lo sé, son muy importantes y nos mantienen en contacto con nuestros familiares y amigos, pero es imposible hablar de nada y todavía más imposible fijarse en algo que no sea tu propia cara en la pantalla). Me gusta hacer torrijas (gracias, Blanca de Almandoz, por el plan de torrijas + peli bíblica y Ana Serrano, por la receta para una persona). No me gusta perder la noción del tiempo. Me gusta enmarcar fotografías que tenía pendientes (con paspartú casero que a veces sí y a veces no), colgarlas en la pared del pasillo y pasar por delante muchas veces para verlas una y otra vez. No me gusta que la vida y nosotros hayamos quedado reducidos a una serie de cifras. Me gusta coser e intentar hacer ¿un bolso? Me gusta cantar (quien dice cantar dice tararear) el último disco de Alexandra Savior y bailar (quien dice bailar dice bailar) con Mini Mansions, Ty Segall y Tame Impala. No me gusta querer hacer algo y poder hacer tan poco. Me gusta acordarme de Japón y volver a ver vídeos de mi amiga Blanca subiendo a literas de todo tipo y reírme sola (últimamente me río y también hablo mucho sola. Aunque ya lo hacía antes. Antes de todo esto). No me gusta tomar el sol en la terraza envuelta en un plumas, pero siento que he de hacerlo para no desaparecer. Me gustan las montañas rusas, y cuanto más viejas y ruidosas mejor, pero de esta preferiría bajarme cuanto antes.
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