Imagina la estampa: año 1.945; un joven electricista de un pueblecito andaluz decide alegrar el escaparate de su tienda en Navidad haciendo una estrella con bombillas. El espectáculo debe resultar fascinante para la época porque los vecinos, curiosos, acuden una y otra vez a ver las luces. El joven, animado por el éxito, decide iluminar la calle entera el año siguiente y es tal el revuelo que se forma que ya no son solo los vecinos del pueblo sino también los de pueblos aledaños los que quieren ver aquello. Poco después, el propio Ayuntamiento decide contar con él de manera oficial para la decoración del municipio y el resto… El resto es historia.
Una historia que se empieza a extender desde pueblos andaluces hasta las grandes ciudades y que acaba desembocando, tras tres generaciones, en una conquista internacional. ¿Quién iba a decirle a aquel joven Francisco Jiménez que la idea de la bombilla llevaría a su familia hasta Nueva York, Sídney, Moscú, México o Australia? ¿Cómo podía imaginarse que acabarían iluminando más de 600 ciudades en 40 países de todo el mundo? ¿Y que serían los artífices de poner luz en Navidad a Tiffany´s?
Y, sin embargo, a pesar de encender con acento andaluz tantos puntos del globo, el momento clave para la familia que está detrás de Iluminación Ximénez es la noche en la que se inaugura la instalación navideña de Puente Genil. Ningún cliente es tan exigente como los propios vecinos que, año tras año, ven cómo sus calles se convierten en un espectacular showroom navideño. Todavía recuerdan uno de los últimos alumbrados, el de la galería gótica de luces, que iluminó al año siguiente Moscú.
¿La clave del éxito? Probar a hacer cosas y hacer cosas diferentes. Tan diferentes como soñar con una estrella con bombillas a mitad del siglo XX o conseguir, ya entrado el XXI y en plena guerra medioambiental, que el árbol de Navidad de la Puerta del Sol de Madrid consuma lo mismo que un secador de pelo.
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