Parecemos leones enjaulados, fieras rabiosas. Destripamos las noticias con una mordacidad digna del más ácido comentarista de prensa rosa. No sé si es aburrimiento o miedo, pero aún nos quedan muchos días, así que más vale que rebajemos el tono, o aquí va a pasar algo malo.
Pensaba ayer que lo mismo me pasé un poco apostando que habría muchos divorcios después de tantos días de encierro forzoso (que no salgáis a la calle, hostia), que quizá, en un giro inesperado de las circunstancias, esas parejas que llevaban años que ni fú ni fá, de repente, al estar obligados a verse, hablarse y colaborar, se dieron cuenta del magnífico equipo que hacían, que es el mismo que hacían al principio, cuando todo era más fácil y se miraban a los ojos con ganas.
Sería muy bonito que los desenamorados se re enamoraran, que vieran que esa persona que tienen al lado ya no es la misma que conocieron, pero es aún mejor, y les gusta, les gusta mucho. Que se dejen notas (o mensajes de WhatsApp, vale) a escondidas de los niños. Que planeen un momento, de madrugada, mientras todos duermen, para buscarse los cuerpos como antes… Sería bonito, ¿verdad?
Luego leo en un consultorio sexual a uno preguntando si puede seguir follando con su novia que tiene coronavirus -porque el hombre no se quiere infectar-, y mira, pues que se me desinfla el globo y pierdo otra vez la fe en el ser humano.
Si es que este darwinismo improvisado con el que nos está castigando la Naturaleza lo está pagando con los débiles, no con los imbéciles. Qué pena.
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