Hola, no he huido. Tampoco me he contagiado. La circunstancias me han superado.
Solo he fallado un par de veces en más de cinco años que llevo escribiendo esta columna, y siempre por motivos de peso.
El lunes hice pellas (y me lo habéis recordado), pero no fue por voluntad propia, sino por problemas de conexión. Ponedme falta, echadme la bronca si os apetece, pero lo que no puede ser, pues no puede ser.
Dependemos estos días de muchos y variados santos: de los informáticos, de los técnicos que vienen a instalarte la conexión a internet, de los farmacéuticos que llevan la medicación en persona a ancianos que no deben moverse de casa, de los que transportan lo que comemos, de los que producen lo que comemos, de todo el personal sanitario, de los cajeros del supermercado…
También dependemos de nuestro propio aguante, de nuestro estado de ánimo, que no siempre es el mejor, la verdad, porque no le vemos el final a este túnel.
Soy una persona que se desanima mucho si me prometen algo y no lo cumplen. Ruego a los que mandan que, por favor, no me pongan la zanahoria delante con cuándo vamos a poder vernos, porque llega el día y la cosa está cada vez peor, y aplazan la fecha un poco más allá. Eso desanima mucho.
Yo he estado a punto de quedar atrapada en la peor de las circunstancias, varada entre un hogar y otro, en modo desesperación absoluta. Pero me salvaron la vida cuatro santos de esos que nombraba antes: una mujer resolutiva, solidaria y valiente (gracias, Puri, cuando pueda te aseguro que te daré un abrazo), y dos cariocas encantadores que nos llevaron en volandas a mi hijo y a mí a nuestra nueva casa. El cuarto santo apareció al día siguiente para conectarme a la red.
Lo que en otro momento parecería lo más normal del mundo, en estos días se convierte en un acto casi heroico. Siempre vamos a llevar en el corazón a estas personas que nos han ayudado cuando no tenían por qué.
Tan abrumada he estado estos días que he dejado de lado, lo confieso, un poco a mi criatura, que se ha tenido que adaptar a los cambios de humor de su madre. Que sí, que he apechugado como una verdadera “madre coraje”, porque he tenido que hacerlo todo sola, pero en el camino me he vuelto un poco “madre malaje”, porque de paciencia ando justita ya.
Intento encontrar la calma entre cajas a medio desembalar, y descubro que en la pequeña terraza de la nueva casa da el sol por la mañana, y me siento a tomarme el café ahí. Pienso que es un privilegio poder tener este ratito de sol. Y pienso también qué no daría yo por compartir este momento con Amante, que cuándo llegará la hora.
Veinticuatro días sin sujetador y sin maquillarme… De los nervios ando regular, pero se me está quedando una piel estupenda, oiga.
#diasextraordinarios
#QuedaosEnCasaOnoVamosaSalirEnLaVidaCoño
///////////////////
PREGÚNTALE A PEPA
¿Tienes un dilema sentimental que no puedes contar en tu entorno? ¿Necesitas compartir tu historia o desahogarte con una desconocida? ¿No tienes ni idea de cómo empezar a utilizar una app para citas y quieres consejo? ¿Te apetece ponerme a caer de un burro? ¿Te ha pasado algo digno de salir en nuestras SITUACIONES BOCHORNOSAS? No te cortes, escríbeme a [email protected], o por Twitter a @amorentinder, o en Instagram a @amorentinder, o en Facebook a Pepa Marcos – El amor en tiempos de Tinder
Fuente: Leer Artículo Completo