Lo que queda del amor

"Casi ninguna historia de amor tiene un comienzo o un fin definidos. Los primeros besos tardan en poder etiquetarse como algo más serio, y casi nadie sabe que ese será el último en el momento en que lo está dando".

La pareja formada por Ágatha Ruiz de la Prada y Luis Miguel Rodríguez se puso de largo en una fiesta que tuve el honor de auspiciar. Esa noche Iñaki Gabilondo fue distinguido con el Premio Internacional de Periodismo Vanity Fair y, al margen de las cosas importantes que se dijeron, siempre recordaré el vestido de Ágatha. Diseño ortodoxo para los cánones que acostumbra y preñado de lentejuelas de arriba abajo: azules en el torso y rojas en mangas, bolsillos y cuello en uve. El pelo, recogido a lo garçon por detrás y coronado por un buen tupé.

En aquella época, venía de un gran disgusto y de su primera portada en esta revista, y parecía algo delgada. Desde entonces, Luismi nunca ha dejado —ni hoy— de llamarla “Flaca”. Nadie pudo decir que iba menos que impresionante. Me lo indicaron muchos, como si yo fuera el padre de la novia. El aluvión de curiosidad creado por la pareja me lo había pronosticado ella por teléfono horas antes: “Iremos juntos y haremos el photocall. Ya verás qué revuelo montas”. Esa primera instantánea compartida dio la vuelta al mundo e hizo que la repercusión informativa de la gala batiera todos nuestros récords hasta la fecha. La marca internacional que patrocinó el evento la contó como su mayor impacto del año en cualquier país. Cuando meses después se lo conté a Luismi en un desfile de la Madrid Fashion Week se lo repitió con orgullo a todos con quienes se encontró.

Aquel photocall tuvo lugar hace un año y medio, tiempo en que he podido conocer bastante a la pareja. Les he pedido posar juntos en diversas ocasiones, pero casi nunca resultaba ser el momento adecuado. Altos y bajos, subidas y bajadas. Queríamos concretar un reportaje que sirviera para explicar la naturaleza de su romance, que contara la historia que yo mismo quería leer. Seguramente el lunes en que se tomaron las fotos de la portada que tiene usted entre manos fue uno de los días más incómodos de la vida de Luismi.

Los robados de un paparazzI que sugerían una infidelidad suya se iban a hacer públicos el miércoles y por ello estuvo tentado de no aparecer en nuestra producción. Lo que pasó por su cabeza durante esas horas solo pudimos deducirlo cuando los hechos ya se habían consumado. Así que aquella semana contaba yo con un material sabroso como editor pero extraño de publicar. Sería la primera sesión conjunta que hacía la pareja, pero quizá habría que presentarla también como la última, enriquecerla con declaraciones adicionales donde anunciaran que seguían juntos o que ya no podrían estarlo, y en esa velocidad podía ganarnos cualquier otra revista con una foto de archivo y un comentario de Instagram de Ágatha un poco hinchado.

Por otra parte, no hay que obviar el factor humano, el sufrimiento de la protagonista. Nuestra exclusiva era buena, e históricamente relevante, pero reflejaba la paradoja de un amor aún vivo cuando la cámara disparaba y en seria duda después de saberse la indiscreción. Desde aquellos clics hasta nuestra salida a quiosco han pasado tres semanas de constantes comunicaciones, de Ágatha recluida en París para poner algo de tierra de por medio y de una gran deportividad por no querer retirar las fotos de mi mesa.

Queda para el recuerdo el recorrido por Desguaces La Torre en el que Luismi nos explicó, a nuestra redactora jefa, Vera Bercovitz, y a mí, cómo había levantado ese imperio de chatarra como quien persigue un sueño, primero comprando un coche y luego muchos más hasta llegar a los 200 diarios que despacha actualmente. Los despieza, revende lo magro y el resto lo convierte en bloques de metal. Ágatha asentía orgullosa en cada paso de la cadena.

Casi ninguna historia de amor tiene un comienzo o un fin definidos. Los primeros besos tardan en poder etiquetarse como algo más serio, y casi nadie sabe que ese será el último en el momento en que lo está dando. A veces el recuerdo de lo que fuimos se borra cuando pasa tiempo suficiente y entonces solo nos quedan las fotos. En este caso, estas fotos.

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