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“No era lo suficientemente china para la Ópera de Pekín, pero era demasiado china para interpretar a mujeres chinas en Hollywood”. Ese fue el gran lamento de Anna May Wong cuando visitó China para tratar de triunfar en un país que apenas conocía, pero en el que había recalado tras ver cómo en su tierra de origen era una actriz de primera condenada a una carrera de segunda. Wong había nacido en Los Ángeles al igual que sus padres y era más estadounidense que cualquiera de los aspirantes a actores que cada día aterrizaban en el país desde Gran Bretaña, Australia o Canadá, pero nadie la percibía así, ni lo haría nunca.
Wong dio el paso del cine mudo al sonoro con éxito, una transición que cercenó muchas carreras florecientes; hizo vodevil, teatro, radio y televisión y fue un icono de moda y elegancia, pero siempre tuvo que luchar contracorriente. Podría haber optado por seguir con la vida tradicional que sus padres habían dispuesto para ella, pero desde que a los 9 años vio por primera una película tuvo claro que aquella nueva forma de arte era a lo que quería dedicar su vida.
Al contrario de lo que era habitual en la época, Anna May Wong se crio junto a sus padres, propietarios de una lavandería, y sus seis hermanos en un barrio de mexicanos y emigrantes del este de Europa, no en Chinatown como era habitual, lo que provocó que desde muy joven se imbuyese de la cultura norteamericana (y también recibiese burlas por su color de piel). Y no había nada más americano que el cine.
A pesar de la oposición de sus padres que la obligaban a centrarse en sus estudios, conscientes de las decepciones que le esperaban y de que en su cultura las estrellas de cine estaban a la misma altura que las prostitutas, Wong tenía menos interés por las aulas que por los platós y todos los días trataba de conseguir una oportunidad. Su vida cambió el día que un amigo la avisó de que la actriz soviética Alla Nazimova buscaba 300 extras para The Red Lantern. Fue su primer paso en el cine. A partir de ahí consiguió colarse habitualmente como extra y abandonó la escuela. Años después declaró: "Era tan joven cuando comencé que sabía que aún tenía juventud si fallaba, así que decidí darme diez años para tener éxito como actriz". No tardó en conseguir ser más que una extra: su primera aparición con nombre le llegó al lado del genio del terror Lon Chaney; la siguiente le llegó al lado de otra superestrella, participó junto a Douglas Fairbanks en El ladrón de Bagdad. El éxito de la película la hizo popular, pero también le mostró cuál sería su techo en la industria:sólo había dos papeles para las actrices orientales en función de los estereotipos imperantes: la mujer sibilina y malvada con extraños y peligrosos conocimientos ancestrales o la joven e inexperta, las Dragon Lady, frente a las Butterfly. Todo ello aderezado con mucho opio y lavanderías que escondían un negocio criminal en la trastienda.
Una de las razones por las que los actores y actrices orientales no podían llegar a los papeles protagonistas era por las leyes raciales imperantes que prohibían los romances interraciales. Wong no podía estar unida sentimentalmente a ningún actor que no fuese oriental, ni siquiera aunque lo simulase con maquillaje. Y en la década de los veinte no había demasiadas estrellas masculinas orientales. Sin posibilidad de romance, se esfumaba la posibilidad de papeles estelares. Los productores preferían pintar de amarillo a los actores occidentales y ahorrarse problemas.
La prohibición de los romances interraciales afectó a su vida artística y también a la personal. Mientras su carrera despuntaba Wong tuvo una aventura con Tod Browning, director de la legendaria La parada de los monstruos, un romance que todos conocían a pesar de ser un amor prohibido: era una relación interracial y Wong era menor de edad. Browning era 25 años mayor que ella y estaba casado. Fue una constante en su vida: siempre se enamoró de hombres blancos. Consideraba que los hombres de su raza eran demasiado posesivos y anticuados.
Sin embargo, el mismo exotismo que la condenaba le abría puertas: en 1926 fue la encargada junto a la actriz Norma Talmadge de dar la primera palada de tierra en el terreno sobre el que se erigiría el Teatro Chino de Los Ángeles en una ceremonia a la que también asistió Charles Chaplin, pero a diferencia de sus compañeros, las huellas de sus manos no fueron inmortalizadas.
Harta de ser ninguneada se fue a Europa. En una entrevista con Film Weekly declaró: "Estaba cansada de los papeles que tenía que interpretar. En Hollywood en lugar de verdaderos chinos, los productores prefieren húngaros, mexicanos o indios americanos para los roles chinos ". No fue la única humillación que tuvo que vivir: en 1928 actuó como secundaria en La taberna roja y tuvo que enseñarle a la protagonista, una Myrna Loy pintada de amarillo, cómo usar los palillos chinos.
En Europa se convirtió en una sensación, al igual que había sucedido con su compatriota Josephine Baker, otra mujer ninguneada por su raza. Cautivó al público y a los intelectuales. Si Baker fascinó a Hemingway y Cocteau, Wong acabó siendo objeto de estudio por parte del filósofo Walter Benjamin, que le dedicó un largo artículo, A Chinoiserie Out of the Old West, en una prestigiosa revista literaria. Los fotógrafos se peleaban por inmortalizarla, era extremadamente fotogénica y tenía una imagen muy moderna y en Nueva York la revista Mayfair Mannequin Society la había elegido "la mujer mejor vestida del mundo."
Para los europeos no era estadounidenses, era china, ese era su principal valor. No hay que olvidar que Europa vivía en pleno auge del art decó y se sentían especialmente atraídos por las culturas orientales.El Reino Unido también se rindió ante ella, trabajó con Laurence Olivier y rodó varías películas destinadas al mercado europeo que ella misma doblaba porque además de inglés y cantonés hablaba fluídamente francés y alemán.
Lo más curioso es que su éxito en Europa llevó a Paramount, tan obsesionada con los talentos del viejo mundo, a ofrecerle un contrato. Wong volvió ilusionada a Estados Unidos, pero realmente nada había cambiado. Las promesas de Hollywood le hicieron tropezar en la misma piedra. De nuevo fue un personaje sibilino y malvado en La hija del dragón y a pesar de ser la protagonista cobró tan solo 6.000 dólares. Su partenaire masculino, por primera y última vez un actor oriental, cobró 10.000 mientras que un actor blanco que apenas aparecía en pantalla veinte minutos se embolsó 12.000.Fue un peaje que aceptó para protagonizar la película más famosa de su carrera, El expreso de Shangay, dirigía por Josef von Sternberg y al lado de Marlene Dietrich. Las escenas con la alemana tenían tanta carga sexual que surgió el rumor de que ambas eran amantes, algo que fomentó la relación de amistad que ambas mantenían fuera de la pantalla y que supuso un golpe durísimo para su familia y para su reputación en China.
Su fama creciente la espoleó y empezó a plantearse a viva voz la problemática que abocaba su carrera al estancamiento. En un artículo titulado I protest escribió: "¿Por qué la pantalla china es siempre el villano? Y un villano tan grosero, asesino, traicionero, ¡un serpiente en la hierba! No somos así. ¿Cómo podríamos ser, con una civilización que es mucho más antigua que Occidente? " Unas declaraciones que pusieron al FBI tras su pista.
Todavía le faltaba la gran decepción de su vida: la adaptación de la novela La buena tierra de Pearl S. Buck, todo un best-seller para cuyo papel protagonista era la favorita absoluta. Era la gran estrella asiática del momento, nadie podía rivalizar con ella, sin embargo su nombre estaba vetado desde el momento en el que optaron por el austriaco Paul Muni como protagonista masculino. El Código Hays, unas estrictísimas pautas de buena conducta pergeñadas para mantener impoluta la moral de Hollwood, seguía prohibiendo las relaciones interraciales por mucho que el maquillaje y la cabeza afeitada de Muni le hiciesen parecer un campesino chino. El papel de O-lan recayó en Louise Reiner (la mujer que en 1983 le entregó a Garci el primer Oscar del cine español y grito aquel entusiasta ¡Volver a empesaaaar!), una de las decisiones más controvertidas de la historia de los casting, aunque se haya repetido en decenas de ocasiones, desde el vergonzante Gengis Kan de John Wayne a Emma Stone simulando ser asiática en Aloha. el whitewashing lleva entre nosotros desde que el cine es cine.
A la devastada Wong a la que la productora consideraba “demasiado china para interpretar a una china” le ofrecieron un papel secundario, el único negativo de la película, y se negó a interpretarlo. Estaba indignada. "Soy realmente china, así que siempre debo morir en el cine, para que la chica blanca con el pelo amarillo pueda atrapar al hombre" declaró.
Tras su enésima decepción decidió viajar a China para aprender más sobre la cultura de sus ancestros, pero al contrario que Europa, China no la recibió con los brazos abiertos. Tanto el gobierno como la prensa consideraban poco edificantes los papeles que Wong había representado y la acusaban de humillar al pueblo chino con sus personajes estereotipados, una crítica similar a la que toda su vida tuvo que enfrentar Hattie McDaniel, la Mammy de Lo que el viento se llevó.Wong se defendió en una entrevista en Hollywood Magazine. "Les dije que cuando una persona intenta establecerse en una profesión, no puede elegir los papeles, tiene que tomar lo que se le ofrece". Hollywood podía haber aprovechado su fama para crear referentes para los miles de jóvenes asiáticos que acudían cada semana al cine, pero prefirió aferrarse una y otra vez a los tópicos.
Para acabar su contrato con Paramount hizo pequeñas películas de serie B en las que por primera vez no representaba roles típicos, pero tenían un presupuesto tan bajo que nadie les prestaba atención y podía ofrecer facetas más cotidianas y reales de las mujeres chinas, pero la Segunda Guerra Mundial supuso un nuevo parón en su carrera.
De nuevo Hollywood volvió su mirada hacia a ella, pero no como actriz sino como activo político. Tras la invasión China por Japón, el gobierno estadounidense vio en ella una manera de unir lazos con China, pero su reputación allí estaba muy mermada, una de las razones de ese ostracismo era su origen cantones frente al mandarín de la clase imperante. Cuando Madame Chiang Kai-Shek la Primera Dama de la República de China visitó Los Ángeles, Wong no fue invitada a su recepción, aunque sí lo fueron otras actrices blancas. Wong no podía prestar su imagen a China, pero sí dio su dinero. Subastó sus vestidos y donó el beneficio para ayudar a los refugiados chinos.
Tras la guerra su trabajo empezó a escasear y decidió dar lo que por entonces se consideraba un paso atrás en su carrera, aunque realmente fue una zancada absolutamente revolucionaria: protagonizó la primera serie de televisión centrada en un personaje asiático, The Gallery of Madame Liu-Tsong. El papel estaba escrito especialmente para ella e incluso se llamaba igual. La premisa no podía ser más apetecible: una prestigiosa galerista de arte con conexiones por todo el mundo que investiga crímenes. Desgraciadamente un problema con la cadena de televisión provocó que sólo se emitiesen diez episodios y que todo el material relacionado con su existencia acabase en el fondo del río Hudson, un verdadero misterio que nadie ha conseguido desentrañar todavía.
En los últimos años de su vida sufrió frecuentes episodios de depresión y se refugió en el alcohol. A las decepciones laborales se le sumó una vida privada llena de dolor: su madre falleció atropellada por un coche que se dio a la fuga y su hermana pequeña, aspirante a actriz, se suicidó colgándose en el garaje. Además su padre nunca aceptó de buen grado su carrera y tuvo que ocultar sus relaciones sentimentales. Con apenas 56 años falleció tras un ataque al corazón. Un año antes había recibido por fin una estrella en el Paseo de la Fama y se preparaba para un nuevo proyecto cinematográfico. Tal vez los sesenta iban a ser su década, pero como en tantas otras cosas no tuvo suerte.
Tras su muerte, su nombre se sumió en un olvido del que en los últimos años la han sacado un par de biografías y también la exposición del MET, China: a través del espejo, en la que se le dedicaba una sección que mostraba vestidos realizados por Yves Saint Laurent, Ralph Lauren y John Galliano inspirados en los que había usado en sus películas. A principios de este año Google le dedicó uno de sus doodles y hace una semana Netflix ha estrenado Hollywood, la serie de Ryan Murphy que presenta una realidad alternativa de los inicios de la industria del cine, una en la que Wong disfruta del éxito que no tuvo, pero sí mereció.
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