La resaca

Confieso que estos dos meses he tenido días muy muy malos. Días en los que de repente me echaba a llorar, pobre de mí, viéndome incapaz de tirar con todo. Es difícil mantenerse cuerda cuando tu escenario vital son cuatro paredes.

Soy afortunada, eso sí, porque tengo trabajo (a veces demasiado), y una persona que depende de mí y me recuerda que no se me permite rendirme, aunque a ratos me alcance el desaliento y me esconda a llorar en mi habitación.

Este Gran Hermano particular que vivimos está sacando muchas cosas de nosotros. Todos esos sueños absurdos que tenéis (que tenemos) son la manera que tiene nuestro subconsciente de sacar asuntos que teníamos ahí guardados. Yo he tenido sueños de despertarme a carcajadas, y otros que eran una bacanal de sexo (esto último, comprensible, debido a la abstinencia), pero sé que algunas habéis tenido unos sueños más propios de serie negra sueca o de película de terror que otra cosa.

Algunos de estos días en los que me sentía peor que la mopa de limpiar el suelo, alguien me ha escrito (por Facebook, por Instagram) para contarme lo que sea, para hablarme de sí misma y su circunstancia. Ha habido alguna enfermera. Ella me contaba su terrible situación, yo le contaba la mía (que no es terrible ni peligrosa como la suya, pero también destroza nervios), y hablábamos y hablábamos. Oh, sí, he tenido muchas conversaciones así. También por teléfono, con amigos. Largas conversaciones de una hora o más.

Ahora que por lo menos tenemos una fechas aproximadas para salir del agujero, nos preguntamos si de esta historia saldremos mejores personas. Ojalá, pero no tengo mucha confianza en el ser humano. Ha sido muy bonito comprobar que podemos funcionar como colectivo hacia un objetivo común, que las empresas hayan descubierto que sí, que en muchas se puede teletrabajar y no se baja la producción, que se haya disparado la solidaridad entre vecinos, que todos esos puestos de trabajo que muchos consideraban “menores” o “de poco valor”, hayan resultado ser los únicos realmente imprescindibles para subsistir. Nos faltan manos y horas al día para aplaudir a todos los que se lo merecen. También nos faltan lágrimas para llorar el altísimo precio que se está pagando. Vemos que hay luz al final y no miramos a costa de qué.

Eso es lo que creo que nos va a pasar cuando volvamos a la “nueva normalidad”, que vamos a estar como en una resaca terrible, que va a durar un tiempo, pero que se olvidará. Y volveremos a hacer el cafre, y el que era un cabrón volverá a su ser, y el que era buena persona seguirá siéndolo, y la que le grita a la cajera porque ya no tienen sus galletitas con semillas que son las únicas con las que hace caca, volverá a hacerlo. Mira, y ojalá que este sueño tan terrible no se nos olvide, pero no lo creo, porque en lo único en lo que pensamos, ahora, es en si nos compramos unas mallas en el Decathlon y así podemos salir a correr y movernos más allá de un kilómetro de nuestra casa.

Ahora que por lo menos tenemos unas fechas, yo misma tengo señalado un día en el calendario, como si fuera un faro. Tengo un objetivo al que agarrarme, una esperanza.

Después de todo esto, no sé si debería cambiar el nombre de la columna por “El amor después de una pandemia”. ¡Bah!… pronto se nos olvidará esto, y Tinder (que ya echa fuego en modo virtual) se volverá loco otra vez. Vaya verano nos espera…

#diasextraordinarios
#MantenedLaDistanciaDeDosMetrosNoSeaisMalajes
#SacadALosNiñosDeUnoEnUno
#NoQuedeisParaJugarPachangasEnElParque
#HacedloBienOnoVamosaSalirEnLaVidaCoño

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