Fallece Rosa María Sardá a los 78 años a causa de un cáncer

Es nuestra Carol Burnett. Y Rosa María Sardà Tèmaro (Barcelona, 1941) deja asomar esa media sonrisa tan suya, esa que nunca sabes si te está dando su bendición o si te está retratando irónicamente. Triunfaba en la pequeña pantalla con los sketches y las presentaciones de programas como Ahí te quiero ver. Sí, nuestra Carol Burnett, tan capaz de mutar de personaje cómico cada diez minutos como de dejar asomar (la media sonrisa) una humanidad, una tristeza o un patetismo como únicamente las grandes, quienes han pasado de la comedia al drama, son capaces. Y Rosa María Sardà lo es. Ya fuera en una obra teatral de enredo en esa escuela que es el teatro aficionado (en el barcelonés barrio de Horta), en la compañía de teatro de Dora Santacreu y Carlos Lucena o en las de otros dos tótems de la escena catalana de la época como Alejandro Ulloa y Pau Garsaball. O cuando se acercó, con su desgarrador y cercano estilo, también sobre las tablas, a la Madre Coraje de Bertold Brecht. Por no hablar de ese personaje en la Wit de Margaret Edson dirigida por Lluis Pasqual y que, entre otros premios, le supuso su único Fotogramas de Plata en el 2003.

Los 80 en televisión

Eran, sí, los años 80 los de su popularidad en televisión, un medio que no le era ajeno a Rosa María Sardà. Dramáticos para el circuito catalán (donde entraría en contacto con el dramaturgo y guionista Josep María Benet i Jornet, fundamental en su trayectoria como actriz y futura directora escénica) y para el inolvidable Estudio 1 de TVE, lugar donde todavía se recuerda un montaje de Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, a partir del guión cinematográfico de Rainer Werner Fassbinder. Esos años 80 en que era nuestra Carol Burnett y en los que el cine había dejado de ser una asignatura pendiente. Aprobó con nota en esa ola de fama mediática con dos comedias: La ràdio folla (Francesc Bellmunt, 1986) y Moros y cristianos (Luis García Berlanga, 1987). Su Cuqui Planchadell en la película del autor de Plácido (que no era sino un padre coraje en motocarro) recibiría los mayores parabienes de un film que, incomprensiblemente, tuvo críticas tibias, cuando no directamente negativas. Y es que seguramente el felliniano circo de las miserias nacionales que desnudaban Rafael Azcona y Berlanga, del cual Rosa María Sardà siempre se ha reído, no era lo que la España de los años 80 estaba dispuesta a soportar. Cuqui, nombre muy Sardà si se para uno a pensarlo.

Sin embargo, Rosa María Sardà ha acostumbrado a ser Rosa en la gran pantalla. Lo que no quiere decir que haya sido ella misma. O sí. La Rosa María Sardà que el público esperaba encontrar. La Rosa de Escenas de una orgía en Formentera (1996), de nuevo con Bellmunt; la Rosa Rosales (doble Rosa) de La niña de tus ojos (1998) y su secuela La reina de España (2016), ambas de Fernando Trueba; la Rosa de Rivales (2008) a las órdenes de otro de sus directores fetiche, Fernando Colomo, con quien brillaría en títulos como Alegre ma non troppo (1994) o El efecto mariposa (1995); Rosa no, pero sí Roser en Ocho apellidos catalanes (Emilio Martínez Lázaro, 2015), y la madre de Rosa en su única incursión en el personal mundo de Pedro Almodóvar: Todo sobre mi madre (1999).

Única Rosa

La maestra de ceremonias de las galas de esos Premios Goya que la reconocieron como mejor actriz de reparto en 1993 gracias a ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, de Manuel Gómez Pereira, y por Sin Vergüenza (Joaquín Oristrell, 2001). La Rosa que se siente cómoda saltando de las risas a las lágrimas trabajando para Ventura Pons: El vicario de Olot (1981); Ratita, ratita (1990); Actrius (1997); Carícies (1998); Amic/Amat (1999); Anita no pierde el tren (2001); Barcelona (Un mapa) (2007) y Any de Gràcia (2011).

Rosa María Sardà, ayer y hoy, presta incluso a Salir del ropero (Ángeles Reiné, 2019) junto a su amiga y compañera Verónica Forqué en una comedia de inminente estreno. Nuestra Abuela de verano, la negrísima Aurora de la taquillera Airbag (Juanma Bajo Ulloa, 1997)…

Carol Burnett necesitará siempre el nombre y el apellido. Nuestra Rosa es y será siempre La Sardà.

Vía: Fotogramas ES

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