"Todo lo que intenté hacer fue arrojar algo de luz sobre las cosas". Con esa humildad, Harold Evans despachaba en 2014 su sello periodístico, el de la investigación, y también dejaba ver por qué fue periodista hasta el final. Literalmente: a sus 92 años, todavía era colaborador especial de Reuters, donde este mismo año publicó un lúcido texto sobre la relevancia de la reina de Inglaterra en tiempos de crisis. La misma reina que le había nombrado caballero con el título de Sir en 2004 por sus "servicios al periodismo". Especialmente por los años –entre 1967 y 1981– en los que Evans fue editor de The Sunday Times, donde imprimió un sello de periodismo de investigación y denuncia hace medio siglo que todavía es referente en la prensa británica y europea. Hace unas horas, su mujer, la también periodista Tina Brown, con la que llevaba 39 años casado, comunicaba la muerte de Evans por insuficiencia cardíaca.
Fueron tres cuartos de siglo entregado al oficio, celebrados en 2002 cuando todos sus compañeros británicos lo eligieron el mejor periodista británico de todos los tiempos. Y entre los que hay que destacar especialmente su investigación sobre la talidomida, el fármaco que causó decenas de miles de malformaciones prenatales y al que en el Reino Unido sólo se enfrentó Evans y el periódico que lideraba, Sunday Times, el dominical que elevó para siempre el estándar de la prensa inglesa. Una crónica narrada tanto en sus imprescindibles memorias, True Stories of Vanished Times –que son también un recorrido por la Inglaterra de entreguerras, la posguerra, la Irlanda del IRA, y la Nueva York de los ochenta– y el brillante documental Atacar al Diablo (en Netflix).
La investigación para él era apenas una parte de lo que debe ser un periódico o cualquier otro medio de comunicación: "un servicio al bien común, algo que está por encima de su dueño". La frase es de Good Times, Bad Times, su otro libro de memorias, escrito en 1982 tras un golpe de timón vital a principios de los ochenta, donde desvelaba el 50% de los motivos de su marcha de Inglaterra. Convertido en el mejor director imaginable y al frente de The Times desde 1980, el propietario del diario, el magnate Rupert Murdoch, trató de arrastrar las manchetas venerables de la cabecera por el mismo fango con el que montó su castillo de barro: los tabloides. Evans chocó con Murdoch por la independencia editorial de The Times y terminó renunciando.
El otro motivo que lo llevó hasta Estados Unidos fue su matrimonio en 1981 con Tina Brown (por entonces la más joven directora de la historia de Tatler), cuya relación sobrevivió a la controversia que marcó sus inicios. Ella había empezado como becaria y colaboradora en el Sunday Times, él estaba casado, y los separaba la diferencia de edad. Su historia de amor vendría acompañada de un cambio total de rumbo para el periodista, en parte debido al talento y ascenso imparables de Brown, que ya llevaba casi una década demostrando su valía en la profesión. Evans dejó atrás una etapa y acompañó a Brown en su aventura estadounidense, poco después de que fuese nombrada editora de Vanity Fair USA en 1982, puesto que ocupó hasta 1994.
El cambio de orilla le dio a las cabeceras norteamericanas una firma de gran prestigio y allí Evans fundó la primera edición de Condé Nast Traveler, en 1986. "La filosofía", resumía Evans, "era contar la verdad, ser honestos, mediar e intentar que las experiencias de los viajes de los lectores sean algo que disfrutar, y contarlo todo desde el punto de vista de un viajero informado". Un giro poco sorprendente dada la tradición inglesa de la literatura de viajes. Evans trasladó a Traveler la mirada de un europeo bien educado que recorre el mundo y lo observa con fascinación, humor, inteligencia y ganas de disfrutar la vida, añadiendo la honestidad innegociable y el tratar a todos los lectores como iguales. Convertir un trozo de estilo de vida en otra de las metas periodísticas: publicar algo que sirviese a la gente.
En los noventa, se convirtió en editor del sello Random House, donde se ocupaba directamente y con anotaciones a mano de los manuscritos de grandes como Maya Angelou. Una ocupación más "ligera" para tener tiempo de escribir dos libros de los que añadir a cualquier lista: The American Century y They made America, auténticos tratados sobre la emergencia del hegemón estadounidense, cuya ciudadanía obtuvo en 1993. Los últimos años de su vida los dedicó a la escritura, la reconciliación con la prensa inglesa –donde optó por The Guardian– y un puesto no oficial de sabio consejero en Reuters desde 2011. Hay pocas virtudes del periodismo vocacional que no haya encarnado desde que entró de aprendiz en un periódico regional a los 16 años. Hay pocas lecciones que no se puedan aprender de él.
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