Juana Salabert (París, 1962) es una de las voces más importantes de las letras españolas. Finalista del Premio Nadal con Arde lo que será y Premio Biblioteca Breve por Velódromo de invierno, la autora toma prestada una de las realidades más dolorosas de este comienzo de siglo, los atentados terroristas yihadistas, para contar en Atentado (Alianza Editorial), su última novela, qué se piensa y qué se siente cuando uno cree que su vida hasta a punto de tocar a su fin de manera abrupta y desesperada.
De la mano de su prosa precisa y directa, nos regala una novela coral con personajes que demuestran que el ser humano puede ser capaz de lo mejor y de lo peor, de ayudar al prójimo pero también de acabar con él. Un libro que reflexiona sobre una realidad que ha marcado para siempre el siglo XXI pero que también arrastra la huella del siglo XX, un ejercicio de memoria que también anhela que la historia no se repita.
Un título contundente, Atentado, y una novela que narra el horror del terrorismo que tan de lleno ha tocado esta sociedad. ¿Cómo surge la idea de este libro?
Surge de ese horror y de esa conmoción sentida como tanta gente de nuestros países y sociedades al ver las imágenes en directo del caos generado por estos grupos de terroristas yihadistas, terroristas suicidas, y nace de la idea de qué pasa por la cabeza de las personas cuando tienen constancia de que están viviendo los últimos 10 o 20 minutos de sus vidas. Que han salido una mañana de sus casas y se ven atrapados por el más cruel e infausto de los destinos. Y a partir de ahí se fue estructurando esta novela cuya acción pasa en apenas media hora, es una novela de personajes muy distintos unos de otros y atrapados en una realidad infernal.
¿Ha sido una manera de exorcizar sus miedos?
Por supuesto, yo creo que a partir del derrumbe de las Torres Gemelas y de los atentados en Israel o el 11M dejamos de sentirnos razonablemente seguros, y eso es algo muy triste. No sé si la novela o la escritura siempre es un intento de exorcizar miedos, demonios íntimos, un intento de catarsis, probablemente sí. Meterse en la piel de personas inmersas en semejante horror, jugar con los personajes, deslizarte entre las víctimas y los verdugos en ese mediodía veraniego, en una plaza donde hay apuñalamientos y tiroteos, en un teatro modernista que visitan turistas y se convierte en escenario de toma de rehenes fue también una manera de plantarle cara a los miedos más contemporáneos.
El libro se desarrolla en un lapso muy corto de tiempo, y los personajes adquieren gran protagonismo. ¿Cuáles fueron más difíciles de crear?
Quise voluntariamente que no fuera una novela de 500 páginas porque quería darle ritmo e intensidad y la rehice. Deseché todo el borrador porque iban personajes en primera persona y sentía tal repugnancia que me era muy desagradable estar metida en esa primera persona, y elegí el estilo libre indirecto que te permite jugar con el afuera y el adentro de los personajes. Cogí cariño por muchos de ellos, como Alma Mareotis, esa figura neoyorquina de origen copto que está de visita en la ciudad, y que me parecía una mujer enamorada de la vida que está saliendo de una relación complicada porque no va a seguir con su matrimonio pero al mismo tiempo adora a su marido. El personaje del quiosquero, un sindicalista en paro que ha sufrido todos los rigores de la crisis económica y ha salido a hacer una sustitución, la niña de 6 añitos era muy entrañable, la joven policía cuya madre está enferma y es su primer día de patrulla por esa ciudad del norte español… He sentido el destino de los personajes, y me hubiera gustado dedicarles más páginas, pero al pasar todo en media hora la novela requería que transcurriese así, que los personajes fueran intensos y casi una llamarada.
Atentado nos muestra cómo responden algunas personas en los que podrían ser los últimos minutos de su vida. ¿Ha imaginado muchas veces esa sensación en carne propia?
Nunca me he visto en algo semejante, no sé cómo se reacciona, no tengo ni idea y no creo que nadie lo sepa. Siempre recuerdo al joven que murió en Londres, Ignacio Echevarría, que reaccionó plantando cara, otras personas se quedan petrificadas y no pueden moverse. Cuando todos veíamos las imágenes de las Torres Gemelas y esas manchitas que caían, tardas unos segundos en procesar que eran personas que se arrojaron al vacío porque tal vez no podían soportar ni un minuto más y pensaron ‘es mejor que me arroje a morir abrasado’. El ser humano puede imaginar el horror como el mal o la bondad pero no puede saber cómo obraría, y ojalá no tengamos que saberlo.
No es la primera vez que el horror y la violencia se convierten en materia literaria para usted. ¿Por qué le interesan estos temas?
Me perturba y horroriza la violencia, siento horror por los totalitarismos, la crueldad, las dictaduras… tal vez porque desde niña me obsesionaba lo que ciertas personas habían padecido a lo largo de la historia. Pensaba en los judíos deportados, y pensaba que le podía pasar a cualquiera. Un novelista trata de meterse en la piel de otros y precisamente por ese horror sentido frente a la crueldad, la capacidad de hacer daño a otros, he escrito Atentado y antes Velódromo de invierno. Me obsesiona cómo la condición humana es capaz de lo peor y de lo mejor, porque Atentado es también una reivindicación del hecho mismo de estar vivos, del derecho a disfrutar de la vida, de una arquitectura hermosa, de un día soleado, de la compañía de otros… El mayor tesoro del ser humano es la bondad y la belleza del mundo, no se debe venir al mundo a padecer sino a disfrutar aprendiendo, viviendo, eso es lo que me resulta imperdonable, que otro ser humano pretenda cercenar a sus semejantes la alegría más grande que hay que es la alegría de vivir.
¿La novela es para usted la vía de que estos acontecimientos no caigan en el olvido? Aunque personajes y ciudad son ficticios, cuesta no recordar los atentados de Las Rambas de 2018…
Yo creo que la novela, al ser un género tan libre, sin fronteras definidas, es el género que permite abordar muy bien los dramas y las alegrías de la condición humana. Yo soy una novelista enamorada de la novela, se puede abordar desde otras expresiones artísticas pero pondría a la novela en primerísima fila. Y sí, es cierto que la herida está reciente y a veces después de las guerras tardas años en abordar algo que ha traumatizado a una sociedad, pero inevitablemente se termina abordando porque es nuestra historia y la historia de los nuestros, nos afecta a todos.
Escribiendo esta novela, ¿ha sido capaz de entender a los yihadistas, de ver en ellos a víctimas además de verdugos?
No, para mí es inentendible… una cosa es analizar los comportamientos y otra entender o justificar. De ninguna manera los puedo entender y mucho menos denominarlos víctimas. Eso sería un absoluto insulto a las víctimas y las gentes no solo de Occidente sino de países musulmanes… A veces se escuchan excusas, es que no estaban integrados… pero hay gente que tiene dificultades de integración y no anda asesinando a sus semejantes. O que no llega a fin de mes o está sin papeles… no digo que sea todos los casos, porque hay perfiles muy diversos. Creo que tiene que ver con circunstancias más tenebrosas y un veneno tan grande como el fanatismo.
¿Cuál ha sido el mayor reto a la hora de escribir esta novela?
Cuando estaba teniendo que narrar el origen o la trayectoria tomada por determinados yihadistas que salen en la novela. Solo hay uno, el hermano de uno de los terroristas, que sufrió una meningitis de pequeño y es manipulado por su hermano. Es el único por quien tuve conmiseración y cariño, el único que muestra conciencia, cuando le describen que va a ser divertido y él no piensa eso, piensa que esa gente no le ha hecho daño. Fue el único en el que percibí esa bondad de corazón. Sí me preocupa que muchas veces todo esto ha generado que personas que nada tienen de fanáticos sean mirados con sospecha simplemente por su origen o por que profesan una religión. Es injusto porque allí también se sufren atentados, y a las personas que quieren avanzar en derechos y libertades sufren por ello, como feministas y artistas.
Finis, su ciudad inventada y presente en sus libros, que es una ciudad de luz, se convierte en escenario de dolor y tragedia. ¿Tuvo claro desde el comienzo que el escenario de este libro debía ser Finis?
Sí, estaba cerca además por desgracia el atentado de Las Ramblas con su colofón en Cambrils y decidí que no podía ser una ciudad real. En Finis yo me muevo muy a gusto, cierro los ojos y veo su teatro modernista, paseo por la catedral gótica, conozco sus plazas, son un collage de muchos lugares que me gustan, y pensé que era deseable ambientarlo en esa geografía imaginaria. Además como Finis es una ciudad de costa un día de verano de agosto era el escenario par amí más adecuado para abrir la puerta a todas las oscuridades.
Han pasado más de 25 años desde que fue finalista del Premio Nadal y despegó su carrera. ¿Qué sigue intacto de aquella Juana Salabert que daba sus primeros pasos en el mundo de la literatura?
Yo supongo que seguirá intacto casi todo, con los años la experiencia nos torna más reflexivos, menos vehementes en nuestras posturas, uno va evolucionando pero el trasfondo y el impulso de escribir es el mismo, el entusiasmo por la literatura es el mismo, y entretanto el mundo ha cambiado muchísimo. La digitalización es como una nueva revolución industrial, yo pertenezco al siglo XX, pero en el XXI las transformaciones son tan rápidas que a veces cuesta. Luego ves a niños de seis años que parecen genios tecnológicos y es divertido tener maestros jóvenes en esas lides. Sí que hay una cosa que valoro más que es la bondad, cuando se es joven se valora la inteligencia y ahora lo que más valoro ahora de la condición humana es la bondad.
Para usted, ¿escribir es desnudarse de alguna manera?
No, porque no hago autoficción, me interesa bastante poco. No tengo nada en contra pero no entiendo la escritura como un striptease, cada historia tiene su propio lenguaje, cada persona su propio habla, no es lo mismo si se describe un personaje que es un anciano o un adolescente, si ha nacido en una familia acomodada o modesta… eso es lo que me parece fascinante de escribir, que cada vez que se empieza una novela uno se está convirtiendo en otro, así que se puede ser uno y muchos a la vez. Eso es lo grande de la escritura, en ese sentido se parece al trabajo actoral.
¿Quién es el primer lector o lectora de sus libros?
A veces mi pareja, otras mi hija… de joven sí que era muy de pasar escritos a amigos y que ellos me pasaran los suyos, pero ahora cada vez menos. A veces incluso solo dos personas lo habían leído antes de pasarlo a la editorial. Trabajo bastante el texto y procuro entregar algo bastante corregido. Con el tiempo voy tendiendo a una escritura más ágil y aborreciendo los excesos.
Atentado es su primer libro en siete años, ¿ha sentido la presión de publicar o ha afrontado una crisis creativa?
Yo creo que no hay escritor en el mundo que no haya tenido que afrontar una crisis creativa, me parece raro, incluso en el siglo XIX los folletinistas que publicaban un capítulo diario sentían esa angustia. Yo, por fortuna, tengo una gran comprensión por parte de mi editora y de todo el equipo y jamás me han dicho que me dé prisa. Sí es cierto que yo antes mantenía un ritmo más constante, pero en esta ocasión dejé una novela bastante avanzada a medias porque se cruzó Atentado. Y los tiempos están siendo tan raros desde que empezó la pandemia, que hay veces que cuando hablan de la nueva normalidad yo querría volver a la normalidad sin etiquetas.
¿Y lo que más le hace disfrutar?
Sé que una novela va a ir bien cuando me despierto pensando en qué van a hacer los personajes ese día en vez de qué voy a hacer yo. Y cuando me acuesto pensando ‘Por favor que no me ocurra nada malo hasta que no ponga el punto y final’, porque yo soy bastante neurótica. Me daría una gran pena que me diera un infarto en la calle y no pudiera terminarlos. Para mí están muy vivos, es ese ensimismamiento el que me hace disfrutar.
El confinamiento hizo que mucha gente se reconciliara con la lectura, ¿qué libros marcaron para usted aquellos días en los que la realidad se tambaleaba y las páginas eran refugio?
Leí mucho en francés porque pensaba cuándo se podría volver a viajar. Estaba traduciendo, y releía bastante. Regresé a los autores esenciales que me han marcado. Y también leí mucha poesía.
Si tuviera el don de reescribir la historia, ¿qué cambiaría de este comienzo del siglo XXI?
De este comienzo borraría el terrorismo, y si pudiera reescribir la historia Hitler no habría ganado unas elecciones, ni habría asesinado a seis millones de judíos y dos millones de gitanos. Borraría también el genocidio armenio… ojalá se pudiera reescribir la historia, porque cada vez que alguien ha sido asesinado lo que perdemos es al mundo entero. Cada persona es encarnación de todo el universo. No comprendo la pulsión del mal.
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