El trágico destino de Simone Mareuil, la actriz de ‘Un perro andaluz’ a la que nadie valoró

“Mamona”, llamó Luis Buñuel a Simone Mareuil en una carta dirigida al escritor Pepín Bello. El director eligió esa palabra por la escena de Un perro andaluz en la que Pierre Batcheff le manosea los pechos a su compañera de reparto. De ella también dijo el cineasta que tenía “un cuerpecito excitante" y que daba ante la cámara “bastante bien”. Son descripciones que recoge Ian Gibson en Luis Buñuel: la forja de un cineasta universal y son casi las únicas que hizo el de Calanda sobre la mujer que protagonizó su primera película y una de las escenas más icónicas de la Historia del cine: la del ojo rajado.

Es una de las tomas y de las cintas más comentadas, analizadas e incluso psicoanalizadas y sin embargo, su protagonista apenas aparece citada, comentada o biografiada. Simone Mareuil no figura nunca, por ejemplo, entre “las musas de Buñuel”, como sí lo hacen en estudios, congresos o reportajes Jeanne Moreau, Silvia Pinal o Catherine Deneuve a pesar de que podía cumplir, como las anteriores, con el concepto que el escritor alemán Wilhelm Jensen bautizó en el siglo XIX con el nombre de Gradiva.

Así llamó en una novela a una escultura que en la ficción situó en el Museo de Arqueología de Nápoles y que representaba a una joven que andaba con garbo. A esa Gradiva, símbolo del deseo fetichizado, se abrazaron primero Sigmund Freud y luego el surrealismo: Salvador Dalí pintó varios cuadros con esa figura y fue uno de los apodos con los que llamaba a Gala, otra de las muchas mujeres que se movieron con garbo en esa corriente artística, pero en la que siempre mandaron y figuraron ellos. Pero a Simone no se la rescata ni en calidad de efigie. Ni siquiera en los aniversarios relacionados con Un perro andaluz, que este año cumple 90 años.

Una actriz versátil

Simone Mareuil se llamaba en realidad Marie Louise Vacher y nació un 25 de agosto de 1903. Su belleza era de otro tiempo, casi de otro siglo y otro cine, el mudo. Ni el IMDB, base de datos de la industria, da una idea clara de lo que fue su carrera, desarrollada entre el final de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Segunda. Lo que está claro es que no le costó, como a otras artistas, dar el paso del mudo al sonoro, algo que acusaron algunas estrellas de aquella industria como la inglesa Pearl White, ídolo de Mareuil.

Si a ella no le pasó lo mismo fue, entre otras cosas por su cercanía con artistas como Jaque Catelain,director y actor que supo ver que los intérpretes iban a dejar de ser meros transmisores de las ideas del realizador y fraguó un método de actuación que huía de la exageración gestual propia del cine mudo y apostaba por cierta impasibilidad.

Además, Mareuil se forjó en teatros y cabarets, con lo que declamar o cantar no eran tareas extrañas para ella, de quien sabemos, por la prensa francesa de aquellos años, que dejó su Périgueux natal para mudarse a París en 1920. Tenía 17 años y se llevó a su familia, aunque pronto se independizó para irse a vivir al bohemio barrio de Montparnasse.

Una actriz con vis cómica

Montparnasse era el mismo sitio que habían elegido artistas de medio mundo para instalarse en París: Picasso, Henry Miller o Amadeo Modigliani son solo algunos de los creadores que se mudaron allí al final de la Gran Guerra convirtiendo la zona en un vivero de creatividad. Fue allí donde una amiga le presentó a Simone Mareuil al guionista Paul Cartoux, que a su vez la puso en contacto con Louis Feuillade, guionista y jefe de producción de los Studios Gaumont, que habían llegado a ser los más grandes del mundo en pleno auge del cine mudo.

La primera película con cierta relevancia en la que participó Simone fue un corto de estilo vanguardista titulado La barraca de los monstruos, obra de Catelain. Tras esa experiencia, cogió carrerilla y dos años después estrenó El judio errante, obra de Luitz-Morat basada en la novela que publicó por entregas en los periódicos del siglo XIX el escritor Eugéne Sue. Luego llegó La petite chocolatière, dirigida por René Hervil y poco a poco se fue haciendo un hueco en una industria en la que pronto destacó por su vis cómica, a pesar de que había interpretado papeles como el de Yocasta en una adaptación de la tragedia Edipo Rey, de Sófocles.

Esa vis también se destaca en Pierre Batcheff and Stardom in 1920s French Cinema, donde el apartado dedicado a Simone recoge varias reseñas de la época de Un perro andaluz en las que se habla de su capacidad para interpretar igual de bien a una “exuberante chica de campo” que a una libertina de París capaz de escandalizar a la gente de pueblo. Esa versatilidad y su gracejo fueron consideradas por la crítica como un acierto en la primera obra de Buñuel, donde los expertos vieron muchos toques del humor negro que defendía el referente de todos los surrealistas, André Breton.

Cuesta encontrar información sobre la vida de Simone Mareuil, también sobre su obra, pero un recorte del 1 de marzo de 1926 de la revista Cinéa-Cinéhace mención a esa facilidad suya para hacer reír, que equipara con la habilidad para el drama que tiene otra actriz destacada, Nadia Sibirskaya, que trabajó en algunas películas de Jean Renoir como El crimen del señor Lange. En ese artículo, el redactor cae en la trampa de hacer un vaticinio de futuro y en lugar de limitarse a narrar el presente, asegura que Mareuil está llamada a ser la próxima “estrella de la comedia francesa”, algo que nunca ocurrió.

Un rastro en Beynes

Entre rodaje y rodaje, Simone Mareuil aprovechaba cualquier trabajo para salir adelante. Entre ellos, hizo varias apariciones como modelo en los Films d’Elégances Parisiennes, unos cortos de pocos minutos ideados por el director Alexandre Nalpas, que se pasaban en los cines antes de las películas y en los que se hacía un resumen de las últimas tendencias de moda femenina. También se la pudo ver en los carteles interpretando en varias salas los poemas musicados de la Duquesa de Uzès.

Su primer papel protagonista fue en Genet d’Espagne, de Gérard Ortvin y luego llegó Piel de melocotón. De ese rodaje hay un rastro de Simone en Beynes gracias a un blog de historia de la ciudad, ubicada a 45 kilómetros de París, que conserva la crónica de su paso por allí. En ella se explica que la actriz comió con su equipo y el cuerpo de bomberos, que había participado en la película. También que durante ese almuerzo, uno de los oficiales le hizo entrega de un ramo de flores que ella agradeció con un beso y “el hombre se sonrojó”.

Esa cinta se estrenó en marzo de 1929, poco antes de que empezara el rodaje de Un perro andaluz, al que llegó con 18 películas a sus espaldas. Sobre cómo entró en el proyecto, se sabe poco. Tal como dice Buñuel en el libro colectivo sobre su obra Prohibido asomarse al interior, a Batcheff lo conoció en un rodaje donde el español trabajaba de asistente y una de las actrices era Josephine Baker. También estaba por allí Nalpas, y es posible que ese fuera el nexo con Mareuil, o quizás, simplemente se conocieran del barrio donde todos vivían y alternaban. “Fano Mesan, la que en la película juega con la mano cortada, era una muchacha de Montparnasse que se venía a veces a tomar café con nosotros, vestida de chico, hasta que un día se presentó vestida de mujer”, comentó Buñuel en una de las entrevistas que componen ese libro.

También cuenta en esas páginas que la primera cinta que quiso grabar era una con Ramón Gómez de la Serna que iban a titular El mundo por diez céntimos, en la que explicarían cómo se hace un diario. Pero se cruzó Salvador Dalí y con un sueño suyo (las hormigas en la mano) y otro del calandino (el ojo rajado) armaron una cinta que se rodó en seis días entre amigos. “Pagaba poco, pero pagaba, a los actores”, dijo él sobre sus protagonistas, a quienes no dejó guion ni saber qué iba a pasar en cada escena.

Fue un buen año para Simone, que ese 1929 estrenó otra película, Ces Games aux chapeaux verts, de André Berthomieu, por la que se hizo más conocida entre los espectadores que por Un perro andaluz, que a pesar de estar ocho meses en cartel no era para todos los públicos.

En los años siguientes, rodó ocho cintas más. Luego, se casó, un 15 de junio de 1940 con el también actorPhillipe Hersent y su pista se perdió poco después. Tras la Segunda Guerra Mundial se divorció, su madre enviudó y ambas decidieron volver a la casa familiar de Pèrigueux y no volvió a aparecer en los papeles hasta 1954, cuando la prensa francesa dio la noticia de su muerte.

“La protagonista [de Un perro andaluz] era Simone Mareuil, que veinte o treinta años después se suicidaría a lo bonzo. Se echó encima dos bidones de gasolina, se prendió fuego y echó a correr envuelta en llamas a través del bosque”. Así lo contó Buñuel en una entrevista, dondeexplicó que el chico de la película, Pierre Batcheff, también acabó suicidándose. En su caso, en 1932 y con una sobredosis de barbital.

El relato que hizo el director de ese suceso solo coincide con lo que dijeron los diarios en el resultado, pues según las crónicas de ese día, a la actriz no le hicieron falta dos bidones de gasolina, sino un par de botellas de alcohol para acabar con su vida, al parecer por una depresión provocada por la muerte de su padre y un hermano, su divorcio y los problemas económicos contraídos al haber dejado de trabajar después de casarse. Tampoco corrió en llamas por el bosque, sino que se inmoló en el patio de su casa, al que llegaron los vecinos alertados por los gritos y a quienes solo les dio tiempo de llamar a una ambulancia que la llevó al hospital donde murió horas después.

De ese modo, Mareuil nunca pudo conocer la cantidad de análisis que suscitó su ojo, en realidad el de una vaca, sesgado ante la cámara, ni las muchas lecturas que se han hecho de sus pechos. Tampoco pudo ver la inspiración que suscitó en otros artistas aquel trabajo. Por ejemplo, en David Bowie, que arrancó los conciertos de la gira de 1976 de Station to Station con la secuencia del tajo en la córnea que inventó Buñuel y a la que puso alma y rostro una actriz del cine mudo cuyas últimas palabras fueron: “¡Dejadme morir!”

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