‘El método Kominsky’: gente civilizada

Sandy Kominsky —Michael Douglas— y Norman Newlander —Alan Arkin—, actor reconvertido en profesor de interpretación y su agente, son amigos desde hace más de cuatro décadas. Después de que Eileen, la esposa de Norman, fallece —Susan Sullivan vuelve a morir 30 años después de ahogarse en aquella legendaria secuencia de Falcon Crest—, Sandy lo acompaña a casa y le pregunta si ha avisado a Phoebe —Lisa Edelstein—, la hija de ambos. Norman niega: “Si la llamo, creerá que son malas noticias”. “Es que son malas noticias, Norman”, contesta su amigo. Entonces Norman acaba confesando la verdad: está enfadado con ella porque durante toda la enfermedad de su madre no la visitó ni una sola vez. Sandy se disculpa: “Lo siento, no lo sabía”. “Pues claro que no lo sabías”, replica Norman. “Somos gente civilizada, nos guardamos la vergüenza y el sufrimiento para nosotros mismos”.

Antes de ganarse el pan con la televisión, Chuck Lorre, el creador de El método Kominsky, serie a la que corresponde la situación anterior, trabajó durante 18 años tocando en una banda que lo llevó desde Alaska hasta el Caribe. Y pronto entendió el objeto de su empleo: “Cuando tocas en directo para un público todas las noches, tienes una obligación con él. Y la obligación en la mayoría de los bares es hacer a la gente bailar. La banda está ahí para ayudar a la gente a bailar. Si no lo consiguen, los despiden”.

De la misma forma que el Lorre músico se empeñó en hacer bailar a su público, cuando comenzó su carrera como guionista de sitcoms asumió que su principal deber era hacer reír a la audiencia. “El dueño del bar es ahora el dueño de una network. Si el público no se ríe, metes tus cosas en una caja de cartón y te vas”.

En los 30 años que lleva dedicándose a la televisión, Lorre no solo no ha tenido que meter sus cosas en una caja de cartón, sino que se ha ganado a pulso —The Big Bang Theory, Dos hombres y medio, Grace al rojo vivo y Cybill, entre otras— ser bautizado como el rey de la sitcom, título/lugar común que él rechaza —prefiere autodenominarse “bufón de la corte”—. Pero uno se puede convertir al mismo tiempo en un virtuoso y en un esclavo de las reglas: el ritmo, la duración de los episodios teniendo en cuenta los cortes publicitarios, la realización multicámara que impide grabar según qué planos, el público en directo y las restricciones del lenguaje son normas férreas en la sitcom de la televisión generalista estadounidense.

Con El método Kominsky, su primera serie como creador para Netflix —había producido antes Disjointed, con Kathy Bates—, se ha soltado esas preciadas cadenas. Sin público en directo que baile al son de sus chistes, ha tenido que confiar en su propio instinto, lo que para él ha sido, según ha explicado, enfrentarse a un gran salto. Y le ha salido una comedia estupenda sobre la vejez, la pérdida, la amistad, la distancia generacional y el amor por la interpretación, entre otros temas.

Ahora que se estrena su segunda temporada, la tristeza que se infiltró a golpe de carcajada en los espectadores gracias a sus ocho primeros capítulos dará paso a cierta esperanza. Sandy profundizará en su relación con Lisa —Nancy Travis—. Norman se reencontrará con un antiguo amor de juventud, interpretado por Jane Seymour. Y aquí no terminan las estrellas invitadas a esta nueva entrega: veremos a Jacqueline Bisset y a Paul Reiser como novio de Mindy —Sarah Baker—, la hija de Sandy.

Todo está listo para que Chuck Lorre vuelva a demostrar —como si a estas alturas tuviera algo que demostrar— a aquellos que lo miraban por encima del hombro por poner a bailar a todos los públicos que ha pasado 30 años guardándose este talento autoral, expresivo y naturalista para sí mismo. Gente civilizada.


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