Dicen que los propósitos de nuevo año son una cursilería, pero a mí ese cinismo no me bloquea. Este curso no me he propuesto ir mucho al gimnasio, y menos mal, porque la pandemia y la helada de la semana pasada me lo habrían puesto muy difícil nada más empezar. Mi propósito es leer un libro a la semana. No es mucho ni poco. Depende de tu escala de prioridades. Según lo veo yo, es una medida óptima que te exige bloquear seis o siete horas cada siete días. No debería ser tan difícil, y además va en beneficio de mi propia sabiduría y de mi desempeño, si es que consigo filtrar a mis lectores esa nueva lucidez adquirida. A pesar de tener un trabajo exigente, un hijo estupendo en edad esponjosa y amigos y familia a los que atender y cuidar, creo que puedo sacar ese ratito a la semana para ser mejor. Debo decidir, eso sí, de dónde sacarlo, y creo que lo tengo un poco más claro desde que Iñaki Gabilondo decidiera colgar los arreos de opinador político el pasado lunes:
"No me siento capaz de continuar con mi apunte político diario. Estoy empachado. Creo saber defender mis opiniones, pero cada vez me cuesta más tenerlas y afinarlas. El enconamiento partidista y la superpolarización han construido moldes de respuesta rápida que no me van, y para asomarse a la lucha partidista en el día a día hacen falta unas fuerzas que ya no tengo y una fe que flaquea".
Se refiere, claro, a la política altisonante, al cruce de declaraciones chelis y a los insultos velados. A las soflamas tuiteras y a la bajeza moral de algunas propuestas. A tomar por tonta a la ciudadanía y a utilizarnos de arma arrojadiza. Pero, sobre todo, a estar en campaña desde el día siguiente a la composición de cada gobierno. A darle más importancia al "llegar" que al "hacer". Está empachado de titulares que no soportan ninguna hemeroteca, de virus que damos por vencidos sin estarlo y de primeros ministros que pasearon sin mascarilla para luego enfermar. También del lucro cesante de las pistas de pádel durante Filomena, del ataque al Capitolio y del veto de algunos países al fondo de recuperación europeo.
Gabilondo, que a sus 78 años es el hombre que siempre estuvo ahí durante nuestra democracia, ha vivido casi seis décadas de profesión y prefiere apearse aquí. No porque le falten curiosidad o entusiasmo, es que la materia prima no le ofrece más. Y no creo que lo diga desde una atalaya moral. Simplemente hay veces que el síndrome de la hoja en blanco es más grande que lo que da de sí nuestro panorama.
Por eso creo que podré leer mi libro a la semana, porque igual que Iñaki ha decidido dejar de opinar, yo voy a aislarme un poco del ruido que rodea a la información. Hasta hace poco podía pasarme horas en Twitter siguiendo hilos de odio y de respuesta automática. Cortoplacismo y tramas shakespearianas de quinta que se confundían unas con otras. Quienes trabajamos en medios de comunicación debemos tomarnos esta responsabilidad muy en serio. Él se apea pero nosotros seguimos, y podemos hacerlo mejor, como proponía Sorkin en el piloto de The Newsroom. Hay líneas rojas que nunca deberíamos cruzar como generadores de contenido ni como lectores, e Iñaki lo ha visto. Y ha sido un faro, como tantas otras veces.
Hace dos años me tomé un café con él. Por entonces presentaba un programa de televisión llamado Cuando ya no esté. El mundo dentro de 25 años. Y a mí aquello no dejaba de darme mal fario porque asumía su propia desaparición. Aún así, como el título lo había bendecido él, me atreví a preguntarle:
—¿Crees que has visto suficiente?
—No lo creo, pero me doy por informado. El pantone de la vida me ha sido presentado y lo he conocido. Claro que me queda mucho por ver, pero si repaso las situaciones que he vivido, he conocido el amor, el miedo, la enfermedad, el éxito, las grandes emociones y la suerte. No me entiendas mal. Ojalá otros 100 años más, pero me considero un hombre que ya se ha enterado de qué va esto.
Aquella mañana, casualmente el mismo día que Pedro Sánchez anunciaba por tandas los ministros de su primera ejecutiva y los dos nos felicitábamos por lo excitante que resultaba tener un ministro astronauta, Gabilondo me confesó que se daba por informado transmitiendo cierta paz. Ahora que él deja su tribuna va ser un poco más difícil que los demás lo estemos.
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