Distancias y ausencias

Una de las situaciones que más me sorprende si viajo a Estados Unidos es ese momento en el que caminas por un pasillo de un aeropuerto o un supermercado y de pronto escuchas un “sorry”. Yo me pongo como un girasol nervioso a mirar a los lados buscando a ver a quién se lo dicen porque nunca me acostumbro a que es a mí. Y eso que hace tiempo que aprendí que sí. Allí pasas a dos metros de alguien y te excusas por hacerlo porque te estás metiendo en su espacio vital, o están rozándose vuestros espacios vitales, que son esa burbuja invisible que nos cubre y dentro de la cual nos sentimos supuestamente privados y seguros. En España, en cambio, apenas existe ese espacio. Te tienes que chocar con alguien para pedir perdón o que te lo pidan. O apenas existía.

El domingo serán los niños quienes estrenen una nueva realidad. Lo harán solo una hora al día pero sentirán el cambio cuando vean a otros niños y sus padres tiren de ellos hacia atrás en un acto más o menos reflejo como si se cruzaran con Michael Jackson. Intuyo que los chicos intercambiarán entonces una mirada entre la incomprensión, la indefensión y la frustración. Como las que se cruzan en las salas de espera de la burocracia, buscando solidaridad o compasión, que no ayuda pero te sientes menos solo, cuando hay que hacer algún trámite y la mañana se convierte en las doce pruebas de Astérix. Los niños son los primeros que van a ensayar esa nueva forma de relacionarse. Los primeros que deben aprender de nuevo a hablarse y mirarse.

Luego saldremos nosotros. Lo estamos deseando. Sobre todo, porque no podemos. Me pregunto si cuando podamos querremos hacerlo. O a dónde. O cómo. Si la fe mueve montañas, el miedo las aleja. Y tendremos mucho. Y más, intuyo, cuando sintamos ese nuevo espacio vital desconocido en el que ya vivimos, esa mirada de sospecha a tres metros, ese perdón de supermercado americano. Y más aún cuando nos vayamos encontrando el espacio vital de las ausencias. Huecos vacíos contra los que también se choca. Y más fuerte. Los que dejan quienes mueren. O el efecto que su desaparición provoca en otros y en nosotros, que es otra forma de ausencia, de impacto y de distancias.

David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.

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