Conspiraciones políticas, rituales mágicos y el cadáver de Evita en un chalet de Puerta de Hierro: los años de Perón en Madrid

El 27 de enero de 1960, Juan Domingo Perón aterrizó en el aeropuerto de Sevilla. España había sido el lugar elegido por el expresidente argentino como destino final de su exilio. Un grupo de militares protagonizaron varios intentos de golpes de Estado contra él, para los cuales no escatimaron medios. Llegaron a bombardear la Plaza de Mayo a plena luz del día, dejando más de trescientos muertos. A pesar de resistir la mayoría de esas asonadas, Perón renunció finalmente al cargo en septiembre de 1955 para evitar un baño de sangre aún mayor. Tras refugiarse en una cañonera de bandera paraguaya, puso rumbo a ese país, donde el caudillo de aquel país, Alfredo Stroessner, le comunicó que no podía garantizar su seguridad. Por esa razón, Perón tuvo que trasladarse a Venezuela, luego a la Nicaragua de Somoza, a Panamá y, por último, a la República Dominicana de Leónidas Trujillo, de donde había partido el avión en el que llegó a Sevilla.

Junto al General, viudo tras la muerte de su esposa Evita Perón en 1952, viajó a España María Estela Martínez, una bailarina clásica y exótica a la que el político había conocido en un club nocturno de Panamá. Aunque siempre bromeó con que podría ser una espía de la CIA, lo cierto es que Perón y María Estela, conocida artísticamente como Isabel, se enamoraron y acabaron casándose. Eso sí, en 1961, meses después de haber llegado a España y después de que se lo exigieran Francisco Franco, Carmen Polo y la jerarquía católica, que no veían con buenos ojos que el exdirigente viviera en concubinato con una artista.

Por esta y otras razones, las relaciones entre Franco y Perón nunca fueron buenas. De haber podido, posiblemente, ni Perón hubiera elegido España para vivir, ni Franco a un invitado como ese. No obstante, ante la falta de opciones mejores –la otra era Cuba, lo que hubiera mandado al traste la “tercera posición”–, el expresidente decidió hacer valer la amistad hispano argentina y las miles de toneladas de trigo que regaló al pueblo español durante la postguerra, para conseguir asilo en España.

En todo caso, ni Franco se lo puso fácil a Perón, ni este cumplió con demasiada diligencia lo acordado con el régimen franquista. La principal condición del dictador para acoger al expresidente era que no interfiriera en la política argentina, cosa que Perón desobedeció constantemente. De hecho, su primera residencia en el país fue Torremolinos, destino agradable pero alejado de la capital, para que no tuviera acceso directo a los medios de comunicación y dificultarle las ganas de telegrafiar o llamar a Argentina.

En la ciudad malagueña descansó unos días, antes de emprender viaje a Suiza y otros países europeos. Después regresó a Torremolinos y, unos meses más tarde, sin consultar a nadie, decidió afincarse en Madrid. En todo caso, Perón regresaría con frecuencia a la Costa del Sol, pues siguió siendo el lugar elegido por Franco para “desterrarlo” cada vez que el argentino ponía en aprietos al gobierno español con sus mensajes a los militantes peronistas y sus injerencias en la política de un país amigo.

Cuando se trasladaron a Madrid, Perón e Isabelita se alojaron en un primer momento en la zona de El Plantío y, posteriormente, en la calle Doctor Arce, en el exclusivo barrio de El Viso, donde tuvieron como vecina a Ava Gardner. Como documentaba la serie Arde Madrid, la relación no era precisamente cordial por, entre otras cosas, las continuas fiestas de la estrella de Hollywood. Debido a estos problemas y gracias a apoyo económico de los muchachos peronistas, del empresario Jorge Antonio y de unos pocos ahorros que tenía, Perón decidió comprar un terreno en la zona de Puerta de Hierro. En él mandó construir un chalé de dos plantas y estilo racionalista que bautizó como Quinta 17 de Octubre, en recuerdo de ese día de 1945 en que “los descamisados”, procedentes de diferentes puntos de Gran Buenos Aires, se dirigieron a la Plaza de Mayo para exigir al gobierno– del que Perón era miembro como Ministro de Previsión Social pero que lo había detenido–, que lo liberase.

Situada en la calle Navalmanzano, la residencia de Puerta de Hierro, se convertiría en el epicentro de la resistencia peronista. Desde allí, Perón daría órdenes a los líderes sindicales de la CGT, escribiría cartas arengando a esa “juventud maravillosa” que no dudaría en tomar las armas para forzar su regreso. También recibía a los militantes más destacados de uno y otro ala: desde los peronistas de izquierdas Envar El Kadri y Rodolfo Galimberti, a los de derechas como José Ignacio Rucci y Norma Kennedy o los moderados como Abal Medina. También frecuentaban la casa periodistas como Emilio Romero y destacadas personalidades del régimen, como Pilar Franco, hermana del dictador, que tenía muy buena relación con María Estela.

Además del matrimonio, durante una temporada también residió en la casa José Cresto, padre espiritual de María Estela. Un hombre místico, medio chamán y prácticamente analfabeto, que había acogido a María Estela cuando era una adolescente y que, ahora que su protegida gozaba de una mejor situación social y económica, había decidido devolverle el favor. Sin embargo, a pesar del apoyo emocional y esotérico que Cresto producía en la tercera mujer de Perón, los días del mago en la casa estaban contados, a consecuencia de un extraño personaje que no tardaría en hacer aparición en sus vidas y que las trastocaría por completo: José López Rega.

El regreso frustrado

A finales de 1964, Perón organizó un regreso sorpresa a la Argentina del cual no advirtió ni a las autoridades del país austral ni a las españolas. Para poderlo llevar a cabo, el estadista tuvo que esconderse en el maletero de un automóvil que lo trasladó de la Quinta 17 de Octubre a Barajas, donde subió en un avión de línea regular con destino a Buenos Aires. Cuando las autoridades tuvieron noticia de quién iba en el vuelo, el piloto fue obligado a aterrizar en Brasil. Perón fue detenido e invitado a tomar el siguiente avión para Madrid. Esta rocambolesca aventura, que hubiera supuesto un golpe de efecto del expresidente, se convirtió en una muestra de debilidad para aquellos que, como el dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor, consideraban que Perón ya estaba amortizado como figura política. Comenzaba a hablarse por entonces del “peronismo sin Perón” y Vandor era uno de los mejor posicionados para ocupar el lugar del líder, algo que el propio interesado no estaba dispuesto a tolerar.

Por esa razón, y después de pasar una temporada en Torremolinos como correctivo por el viaje frustrado, Perón envió en 1965 a Argentina a María Estela con órdenes precisas de reunirse con los líderes sindicales, tantear su lealtad hacia el líder y fortalecer su figura política después de una década de ausencia. Entre las muchas personas que la mujer de Perón encontró en su periplo argentino estaba un turbio sujeto, aficionado como ella a las ciencias ocultas, autoproclamado brujo y autor de diferentes libros de esoterismo en los que exponía su teoría de la Triple A. Se trataba de una superalianza de países formada por África, Asia y América que dominaría el mundo en el futuro. Su nombre era José López Rega, antiguo cabo de la policía bonaerense que decía haber formado parte de la escolta personal de Evita y que, después de coincidir con María Estela en Buenos Aires, decidió seguirla hasta Madrid.

En la capital, López Rega se alojó en una pensión del centro de la ciudad desde la que se desplazaba diariamente a Puerta de Hierro para realizar todo tipo de recados al matrimonio y a la que regresaba de madrugada cuando los señores no tenían más que ordenar. La situación resultaba tan extraña, que no fueron pocas las veces que López Rega, o “Lopecito”, como le llamaba Perón, fue objeto de las burlas de los habituales de la casa. Las bromas terminaron cuando López consiguió que se le permitiera residir en la Quinta 17 de Octubre, convertirse en el hombre de confianza de Perón, controlar su agenda, responder las llamadas de teléfono y filtrar la correspondencia del líder. Uno de los primeros que sufrieron la venganza de “Lopecito” fue José Cresto que, tras ver cómo su protegida había caído rendida a la charlatanería del recién llegado, se dio cuenta de que no había lugar para dos magos en esa casa y acabó marchándose. Los siguientes afectados fueron los simpatizantes y sindicalistas peronistas, que veían cómo sus cartas no eran entregadas, sus llamadas no comunicadas y sus visitas no anunciadas.

La relación de María Estela y López Rega alcanzaría su punto álgido en 1971. El 3 de septiembre de ese año, el cadáver embalsamado de Eva Perón, que había sido robado de la sede de la CGT de Buenos Aires por los militares y permanecido en paradero desconocido durante casi dos décadas, fue devuelto a su viudo. Pasadas las 20:25 horas, para que no coincidiese con la hora del deceso de Eva Perón, un camión hizo entrega de una caja de madera en la que había un ataúd de zinc en el que estaba el cuerpo, el cual fue colocado en una de las habitaciones de la casa, como si de un habitante más se tratase. A partir de entonces, María Estela y López Rega se dedicarían a adecentar el cuerpo embalsamado, cuidarlo y, previendo un pronto regreso a la Argentina, realizar rituales mágicos destinados a que el carisma de la muerta pasase a la nueva mujer del general.

En 1972 se produjo un primer regreso de Perón a la Argentina que resultó ser un viaje de pocos días. La vuelta definitiva no llegaría hasta junio de 1973, a tiempo de que el expresidente se presentase a las elecciones de septiembre de ese año, las cuales ganó en primera vuelta con amplia mayoría. A partir de ese momento y radicados en la residencia presidencial de Olivos, la casa de Puerta de Hierro quedó sin uso. También López Rega acompañó al matrimonio a la Argentina para seguir siendo la mano derecha de Perón, asumir el cargo de Ministro de Bienestar Social y participar en la fundación de la Triple A (esta vez la Alianza Anticomunista Argentina), grupo parapolicial responsable de miles de muertes durante los años previos a la dictadura cívico militar. Solo quedaron en el chalé algunos miembros del servicio y el cadáver de Evita.

En 1974 falleció Juan Domingo Perón. Como vicepresidenta, María Estela le sucedió en el cargo y permaneció como presidenta de la nación hasta que, en 1976, fue depuesta por un golpe de Estado encabezado por los generales Videla, Agosti y Massera. Detenida durante más de cinco años, María Estela fue liberada en 1981 pero obligada a abandonar el país. Decidió regresar a España y, aunque en un primer momento volvió a alojarse en la Quinta 17 de octubre, a principios de los noventa, Isabelita Perón vendió la casa de Puerta de Hierro y se fue a vivir de alquiler a diferentes zonas de la ciudad, hasta que adquirió un chalé adosado en Villafranca del Castillo donde sigue residiendo en la actualidad. En regimen de reclusión casi, apenas sale más que para ir a misa.

El terreno de Puerta de Hierro fue comprado por una inmobiliaria que quebró y dejó a medio construir siete chalés de lujo. Una oportunidad que fue aprovechada por el futbolista argentino Jorge Valdano que, junto con un amigo, adquirió la propiedad y finalizó las siete viviendas. Ellos se reservaron una de las casas cada uno y las otras cinco fueron vendidas con buenos réditos. Sin lugar a dudas, “un negocio peronista”.

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