Cuanto más se acercan la princesa Leonor y la infanta Sofía a la zona peligrosa de la adolescencia, más nos preguntamos las fans de los ‘royals’ si se cumplirá el destino de las hermanas en las familias reales: la princesa primogénita adopta el rol de la responsabilidad y la seriedad y la menor, disfruta de su relativa libertad para perseguir sus sueños pese a quien pese. Este esquema en el que las niñas-mujeres de las casas reales compensan el peso de la historia en sus biografías tiene precedentes popularísimos, como el caso de Carolina de Mónaco y su hermana Estefanía. Aunque las dos vivieron una adolescencia y primera edad adulta plagada de romances, la primera adoptó muy pronto la prestancia de la primera dama monegasca mientras que la segunda se lanzó a todo tipo de aventuras.
Recordemos: Estefanía de Mónaco grabó un disco superventas en los 80 («Besoin», con el hit «Huracán»), grabó con Michael Jackson (ella es la ‘mistery girl’ que canta en «In the Closet»), diseñó bañadores (fue aprendiz de Marc Bohan en Christian Dior) y por supuesto lanzó su propio perfume. Su vida amorosa se convirtió en el culebrón favorita de varias generaciones gracias a la cobertura de la prensa rosa: fue novia de Paul Belmondo, Anthony Delon, Rob Lowe, Mario Oliver Jutard y Jean-Yves Le Fur, hasta que se casó con su guardaespaldas, Daniel Ducruet, en 1995. Se divorciaron en 1996. Esto es lo que dijo en 2015 sobre su papel, hoy mínimo, en el principado monegasco: «El bling bling no es lo mío. No me adapto al rol de princesa, a tener que ir con un vestido maravilloso, a ese lado glamuroso de la monarquía. Eso no es para mí. Yo soy una mujer como cualquier otra».
Aunque en su momento Estefanía de Mónaco se ganó a pulso el título de «princesa rebelde», la auténtica merecedora de tal apelativo y la primera en ostentarlo con orgullo y satisfacción fue Margarita de Inglaterra, la bellísima hermana de Isabel II y, según cuenta «The Crown» (la serie de Netflix), la que de las dos tenía verdadera vocación de reina (más que en un sentido de servicio a la ciudadanía, en el de protagonismo brutal). «De las dos niñas, Isabel era la que tenía carácter, pero lo tenía bajo control. Margarita era desobediente, pero tenía un espíritu inquieto y alegre que era difícil de tratar», dijo una vez Marion Crawford, la institutriz que las crió. Nunca llevó bien lo de ser segundona, así que cuando la prensa la etiquetó como «verso suelto», explotó la etiqueta.
Tras el fin de la II Guerra Mundial, sus apariciones públicas en la noche londinense se hicieron cada vez más frecuentes y comentadas y comenzó la leyenda de mujer libre y alérgica a la circunspección a la que obliga la línea de sucesión a la Corona británica. Como vimos en ‘The Crown’, entre fiesta y fiesta se enamoró de un mayordomo de palacio, se casó en 1960 con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, en la primera boda plebeya en cuatro siglos. Su divorcio fue también el primero en la familia real británica: se desató cuando la prensa la fotografió con un jardinero 17 años menor que ella. Era magnética, carismática, inteligente, glamurosa y también adicta al alcohol, la nicotina y ciertas drogas. La lista de sus amantes es tan larga como incomprobable: Mick Jagger, Warren Beatty, Richard Harris, Peter Sellers…
Desafortunadamente no existen demasiadas posibilidades de ejercer la rebeldía en las monarquías árabes actuales, aunque la historia sí desvela las biografías de princesas orientales infinitamente sabias y aventureras. Una princesa que sí asombró al mundo por su personalidad y su intención de romper con el molde destinado a las mujeres en la cultura islámica fue la princesa Ameera Al-Taweel, una suerte de Jasmine (la princesa Disney) en la vida real y, probablemente, la invitada más elegante a la boda de Kate Middleton y el príncipe Guillermo en 2011. Entonces aún estaba casada con el poderoso príncipe de Arabia Saudí Al Waleed Bin Talal (era su cuarta mujer), una influencia que le permitía hacer vida social sin velo, conducir, hablar en público y liderar un impulso de cambio para las mujeres de su país. Su divorcio en 2013 terminó con este sueño de influencer y ahora se dedica a la filantropía.
La princesa Gloria von Thurn y Taxis ya era condesa antes de ser ‘royal’, pero su familia no tenía posibles, por lo que tuvo que trabajar de camarera antes de encontrar a su príncipe azul, el alemán Johannes von Thurn and Taxis, 34 años mayor que ella y el más poderoso terrateniente de Alemania, dueño de bancos, cervecerías, compañías metalúrgicas, diez palacios y castillos y extensas propiedades en Brasil. Convertida en princesa y millonaria, derrochaba como nadie. En la década de los 80, revolucionó el mundo de la nobleza europea con sus alocadas fiestas y sus extravagantes looks. Apodada ‘la princesa dinamita’ o ‘la princesa punk’, salió ladrando como un perro en el show televisivo de David Letterman y fue detenida por posesión de hachís. Sus juergas con Prince, Mick Jagger o Adnan Kashoggi eran antológicas.
En 1990, Gloria von Thurn y Taxis se quedó viuda y se tuvo que enfrentar a la gestión de una fortuna valorada en más de 1.500 millones de euros. Se terminaron las fiestas y los gastos desmesurados: para pagar los impuestos de sucesión se vio obligada a vender gran parte de la colección de muebles, arte y joyas de la familia. Gloria pasó el resto de la década encerrada en Regensburg, criando a sus hijos y lidiando con su situación financiera. Vendió las empresas metalúrgicas y el banco, recortó el personal de palacio y renunció a 24 de sus 27 coches. También estudió economía y derecho fiscal con profesores particulares, se involucró con la Iglesia Católica y trabajó como voluntaria con los enfermos y moribundos en Lourdes.
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