Llegar a la cima profesional sin dejar cadáveres por el camino es difícil por no decir imposible, más en un mundo tan competitivo como el de la gastronomía. Pero Pepa Muñoz se ha abierto camino trabajando y dando lo mejor de sí misma, hasta convertirse en un referente en Madrid, con ‘El Qüenco de Pepa’, un restaurante donde igual te encuentras a Felipe González que a Francisco Rivera. Pero no solo hablamos de su trabajo, también de su faceta más solidaria durante la pandemia, así como de Mila, su mujer, y de sus dos hijas.
Pepa, ¿la salida al final del túnel la haremos sin mascarilla?
Sí, porque la mascarilla marcó un antes y un después, y ahora ya veo la situación encarrilada. De mis clientes puedo garantizarte que el 80% están vacunados, y eso da mucha confianza y alegría.
Lo dice siendo su sector uno de los más castigados.
Yo, que he vivido esta crisis desde el minuto uno, no puedo olvidar algunas de las situaciones que he visto. Sólo pido que ojalá no olvidemos lo que ha pasado: los miles de fallecidos, el paro, el miedo, el hambre… Todo eso ha sido un aprendizaje que debe servirnos para encarar el futuro de otra manera.
¿Qué debemos hacer?
Un gran logro ha sido el cambio de horario, que la gente venga a cenar a las ocho y podamos cerrar a las doce, es positivo porque nos permite conciliar. El público se ha vuelto más flexible, no vienen con tantas exigencias, son más colaboradores y dan importancia a lo que la tiene.
¿Cómo surgió la idea de dar comidas a los más vulnerables?
Cuando cerramos, le dije a Mila, mi pareja, que había que hacer algo. En esas me llaman de la ONG de José Andrés, la World Central Kitchen (el chef acaba de recibir el Premio Princesa de Asturias de la Concordia) para preguntarme si quería liderar su cocina solidaria.
José Andrés es el mejor embajador que tenemos.
Sí, es una persona muy comprometida, con quien colaboraré toda la vida, porque esa capacidad que tiene de reacción para solucionar los problemas y las adversidades de los que menos tienen es brutal.
¿Cómo se organizaban estando él en Washington y usted aquí?
José Andrés tiene un equipo maravilloso, y un socio estupendo, Javier, que nos decía todos los días lo que teníamos que hacer y dónde teníamos que enviar las comidas. Ya se habían puesto en contacto con administraciones, asociaciones de vecinos madrileños, Banco de alimentos, y nos decían dónde había que enviarlo.
¿Cuántas comidas llegaron a dar?
Empezamos cocinando 400, aumentamos a 400 cenas más y terminamos dando 3.000, porque queríamos llegar a todos. Cuando ya lo tuvimos organizado, nos ayudaron los bomberos, la gente de Correos, voluntarios del Ayuntamiento, y otros nos prestaban sus furgonetas, porque tenían miedo al contagio.
¿Con cuántos cocineros contaba?
Éramos 84 voluntarios, con los que hacíamos los grupos burbuja. Yo tenía uno para los lunes, martes y miércoles, otro para jueves y viernes y el resto para el fin de semana, que además de cocinar empaquetaban la comida. Yo he estado de domingo a domingo durante toda la pandemia, sólo falté dos días.
Tendrá mil historias que contar.
Me impresionaron mucho quienes se dedican a la venta ambulante, porque habían comprado el género, pero no podían venderlo y algunos tenían cuatro o cinco hijos. También los del barrio de San Fermín, que no tiene ni instituto ni biblioteca pero cuentan con Íñigo, un voluntario que conoce los problemas de cada familia, gente de la hostelería que llevaban meses sin trabajar y sin cobrar. Una pobreza desconocida.
¿Sienten vergüenza por pedir algo tan básico como la comida?
Es por lo que quise proteger a las familias de mi sector, parejas que estaban en el paro los dos y vivían situaciones tremendas, porque no tenían ni para comprar leche para sus hijos. Por ellos llamé a ministros y a todo el mundo para que les ayudara.
¿Se sintió apoyada?
Desgraciadamente, no. Nadie nos ha apoyado tanto como la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid. Sin olvidarme de Juanjo López, un cocinero que nos ha apoyado muchísimo. También ha habido grandes cocineros que han respondido como Mario Sandoval, Diego Guerrero y otros que no viven en Madrid, como Ángel León, tres estrellas Michelin, Carlos Tejedor, Pepito Vaga, muchísimos, y algunos que no pudieron por distintas circunstancias.
¿Qué le dijo José Andrés ante una respuesta tan solidaria?
Cuando hablaba con él y le decía «si las cosas se ponen mal me voy contigo a Washington y me das trabajo». Y él me decía: «No, porque en España hace falta gente como tú».
Con empuje.
Y sobre todo comprometida con la sociedad civil, y eso me hizo reflexionar mucho y preguntarme: «¿Qué aporto yo a mi país? Pues una de las cosas buenas es ayudar a los demás».
¿Va a seguir colaborando con José Andrés?
Este proyecto es para toda Europa, pero estará centrado en Madrid, en Santa Eugenia, en la Cocina de Vallecas. Yo pediría a la gente que aporte lo que pueda. En Moratalaz hay una asociación de mujeres maltratadas, y un día nos llamó en privado una asociación de mormones para ofrecernos leche materna. Otra nos donó una caja de lejía. Toda ayuda es poca.
¿Por qué los políticos no llegan a acuerdos sobre los problemas reales?
No entiendo que la gente se vuelque y los políticos sean incapaces de sentarse a hablar. Viven aislados de la realidad, tendrían que descender a lo terrenal, porque la cercanía arregla muchos problemas. Y si nosotros empezamos dando 400 comidas y a los tres meses dábamos 3.000, imagina lo que ellos pueden hacer.
A su restaurante vienen ex presidentes y ministros, ¿les ha expuesto esa realidad?
Muchos de ellos me han dado las gracias por lo que he hecho, y lo he hecho porque lo sentía, me salía del corazón, pero otros ni siquiera sabían lo que hacíamos. Y eso que en España la ONG de José Andrés ha dado tres millones de comidas, que se dice pronto.
¿A qué sabe el miedo?
He pasado miedo, claro que he pasado miedo. Recuerdo un día bajando por la calle Padre Damián a las cinco y media de la mañana, no había nadie por la calle, ni un coche circulando, cuando de un portal sacaban un cadáver dentro de una bolsa. Sentí una punzada, la percepción que tienes es diferente a verlo en la tele.
¿Se deberían haber dado imágenes así?
Sí. Algunas para concienciar a la gente del drama que estábamos viviendo.
¿Qué ha sido lo más duro a nivel personal?
No poder besar a Mila ni a nuestras hijas. Ten en cuenta que yo salía y entraba, estaba con mucha gente y me preocupaba contagiar a mi familia. Han sido meses de sacrificio porque, por hacer el bien, me quitaba de abrazarlas y de estar con ellas. Ha sido muy duro.
¿Es difícil conciliar familia y trabajo?
Yo he sacrificado tiempo de estar con ellas por el trabajo. He podido hacer lo que hago porque Mila estaba ahí, a mi lado, ocupándose de las niñas. Era el momento de estar y ayudar.
¿Esta experiencia le ha cambiado la visión que tenía de la sociedad?
Sobre todo en lo relacionado con mis hijas, porque la mejor educación que se puede dar a los hijos es con el ejemplo. Y ellas saben que tienen dos madres maravillosas, porque Mila y yo estamos muy satisfechas con la familia que hemos formado.
Cuando llegaba agotada, ¿qué les decía?
Tienen quince años, tú las viste en la tripa, y una madurez con la que entienden que cuando repartía comida había niñas de su edad que la recogían para su familia. Yo prefiero decirles la verdad para que sean conscientes de que somos unas privilegiadas.
Se lo han ganado.
A nosotras nadie nos ha regalado nada. Ni a mí, como cocinera, ni a Mila como empresaria. Las dos hemos tenido que trabajar mucho para llegar donde hemos llegado.
Han sido pioneras en dar visibilidad al matrimonio entre personas del mismo sexo.
Fuimos de las primeras que nos casamos cuando Zapatero sacó la Ley, eso sin contar lo que habíamos luchado anteriormente. Para tener dos hijas, tuvimos que luchar, pero es que lo teníamos muy claro, quizá por eso es tan sólida nuestra relación. Yo estoy vacunada contra todo.
¿España ha avanzado en ese campo?
Yo creo que sí. A mí aquí, en el restaurante, todo el mundo me pregunta por mi mujer, y me lo dicen señoras de 80 años. Será porque nosotras siempre nos hemos comportado con mucha naturalidad.
¿Las dificultades les han unido más?
Las dificultades unen mucho, pero nosotras las hemos superado todas, es por lo que tenemos una familia tan sólida.
¿Le gustaría tener más hijos?
Sí, me quedé con las ganas de tener un tercero, pero Mila tuvo problemas en el parto y yo por el trabajo, y decidimos no tener más.
¿Qué le ha aportado Mila?
Mila es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Empezamos tarde la relación porque yo tenía 33 años, nos presentó una prima suya, y llevamos juntas 19 años. Ha sido un crecimiento mutuo, y seguimos creciendo. Lo digo con mucho orgullo, yo cada día estoy más enamorada de Mila por todo lo que me aporta. Es fundamental la admiración y el respeto que sentimos la una por la otra.
¿Cómo es ella?
Una persona muy inteligente, muy preparada, maravillosa, es una pasada. Siempre le digo, si algún día nos separamos, que no pasará, seguiremos siendo amigas porque las dos somos muy de verdad y con mucho sentido común.
No olvide que es abulense.
Y yo, que no conocía mucho Castilla, ahora estoy enamorada por todo lo que me ha dado, y porque me siento una gran embajadora de Ávila en Madrid. No sólo por los productos que tengo en el restaurante, que también, sino porque es una autonomía que me encanta ahora que la conozco bien.
¿Dónde le gustaría perderse?
En el Sur, me encanta Cádiz, donde siempre pasamos las vacaciones de verano, porque tiene de todo: una buena gastronomía, playa y montaña, la gente…
Su foto favorita
«Esta es una foto muy significativa para mí. Cogidas de la mano, lo que significa que no quiero que Mila me suelte nunca», nos cuenta la cocinera.
¿Quién es Pepa Muñoz?
Nació en Madrid en 1969. Desde muy joven trabajó en el negocio familiar, un bar en la calle Zurbano de Madrid donde solía comer Pilar Miró (la directora le regaló su primera bicicleta) mientras rodaba ‘El crimen de Cuenca’ .
Inicios. Cuando la familia se trasladó a la calle Alberto Alcocer, Pepa se fue con ellos hasta que en 2003 montó junto a Mila, su socia y compañera de vida, el restaurante ‘El Qüenco de Pepa’ y se arruinaron. Pero en 2007 cambió el ciclo y su local se convirtió en uno de los más afamados de Madrid.
Familia. Mila y Pepa se casaron al poco de que Zapatero aprobase la Ley que permitía las bodas entre personas del mismo sexo. Tienen dos hijas de 15 años.
Trabajo. Además de encargarse de su restaurante, es presidenta de Facyre (Federación de Cocineros y Reposteros de Madrid), desde donde aboga por la buena alimentación en los colegios, con productos de calidad. Durante la pandemia colaboró con la ONG del chef José Andrés, dando de comer a los más necesitados de Madrid.
Entrevista realizada en ‘El Qüenco de Pepa’.
C/ Henri Dunant, 21. Madrid.
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