«En una villa nació, fue deseo de Dios crecer y sobrevivir a la humilde expresión. Enfrentar la adversidad con afán de ganarse a cada paso la vida…». Así comienza el tema que Rodrigo, cantante argentino, le dedicó a su compatriota Diego Armando Maradona. Unas líneas estas que describen, sin artificio, cómo fueron esos comienzos por este mundo allá por los años 60.
El Diego era el quinto de ocho hermanos. Don Diego, su padre (que falleció en junio de 2015) y su madre, doña Tota (que nos dejó hace nueve años), tenían una vida tan humilde que a duras penas había en casa para comer. Esa situación hizo que, ese niño que no se despegaba la pelota del pie, se jurase que un día sería futbolista profesional. Defendería la camiseta de Argentina. Y, lo más importante, con su esfuerzo, ganaría tanto dinero como para que su padre pudiera dejar de trabajar y no llegara a casa con esos fuertes dolores de espalda.
Lo consiguió. Y fue el héroe de aquel Mundial de México 86 en el que levanto la Copa del Mundo después de ese partido en cuartos de final en el que El 10 demostró sobre la cancha las luces y sombras que siempre gobernaron sus 60 años de vida. Las luces con ese denominado El gol del siglo, en el que se marcha de cuanto británico sale a su paso desde el medio del campo, para acabar metiendo la bola contra la red. Las sombras, por el remate con la mano, que subió al marcador, tras esa trampa que él mismo manifestó tras el encuentro que había sido «la mano de Dios».
Así las cosas, echaremos un vistazo a su vida personal. A su intimidad. Esa que comenzó cuando sus ojos se fijaron en Claudia Villafañe, una muchacha de su mismo pueblo cuando tan solo tenía 17 años. No necesito verla más veces para decir, muy seguro de sí mismo, a sus amigos: «Es la mujer de mi vida«. Lo fue. Pero no hasta el típico «hasta que la muerte nos separe».
El jugador que nos perdimos
La Claudia y Maradona se casaron, sí. El 7 de noviembre de 1989. Una tiara de diamantes, una tarta de ocho pisos y la presencia de Fidel Castro en el Estadio Luna Park, fueron tan solo algunos de los detalles de extravagancia de un enlace en el que quiso que la opulencia fuese la reinante. Porque, en ese momento, ya habiendo explotado en el fútbol europeo (de la mano del Barcelona, que pagó 1.200 millones de pesetas en 1982 para traerse a la gran perla de Sudamérica), lo tenía todo.
Tenía tanto que empezaron a aparecer los problemas de quien se ve con mucho dinero en los bolsillos después de haber vivido en la pobreza. Ahí, cuentan, fue cuando inició sus coqueteos con el mundo de las drogas. Con la cocaína. Él mismo pronuncia en el documental de Emir Kusturica (de 2008) que lleva su nombre: «¿Vos sabés qué jugador nos perdimos? ¡Qué jugador habría sido si no me hubiese drogado!«.
La frase la pronuncia después de explicarle el tremendo arrepentimiento que le recorría el cuerpo. Porque el estado con el que llegaba a casa, no le permitía, ni siquiera, disfrutar de sus hijas. Pone como ejemplo cómo Dalma y Gianina, las dos niñas nacidas de ese matrimonio con Villafañe, le pegaban para que saliera de la cama. Él, bajo los efectos de las sustancias, no era capaz ni de moverse. Así es como se perdió la infancia de quienes, a día de hoy, son dos mujeres que le dieron nietos y con quien tuvo sus riñas.
Pero vayamos por partes. Porque la primera gran bronca tuvo lugar cuando Claudia estaba embarazada de Dalma, la primera de ellas. Era 1987 y el matrimonio se había trasladado a Nápoles tres años atrás. Allí conoció a Cristina Sinagra, una italiana con la que tuvo un ‘affaire’… y un hijo al que tardó en reconocer. 29 años, en concreto. «¡Sos mi hijo!», fueron las tres palabras que pronunció en verano de 2016. Varios juicios tarde, por cierto…
Aquella fue la primera gran desilusión de Claudia, que le perdonó.Como lo había hecho en otras ocasiones, poniendo la cocaína como gran excusa. A mediados de los 90, aparecía una cuarta hija: Jana. Esta era fruto de otro de los escarceos del deportista, con Valeria Sabalain, una camarera a la que conoció en el restaurante que esta trabajaba.
La paciencia de la Claudia
Sin embargo, llegó un día que dijo «basta». Es cierto que el divorcio formal no se presentó hasta 2003, pero las fuentes cercanas a Claudia aseguran que fue en julio de 1998 cuando le instó a que abandonase el domicilo conyugal, harta del baile de infidelidades a esa mujer que, tras el primer vistazo, él dijo que era la de su vida. Tiempo después, el propio abogado de Maradona, Matías Morla, reconoció que Diego, en esos años de desenfreno en Cuba (refugiado bajo el abrazo de su buen amigo Fidel), había tenido otro par de hijos.
Tras estas idas y venidas, Diego decidió asentar su vida al lado de una mujer, de nuevo. ¿La elegida? Verónica Ojeda. Junto a ella, en 2013, tuvo a otro de sus hijos: Diego Fernando. Este les servió para los tiras y aflojas que mantuvieron durante años. Una mujer con la que tuvo un romance partido en varias etapas y que terminó de manera abrupta cuando en su vida entró Rocío Oliva, la última mujer que se le conoce en esa lista de conquistas que nada tiene que envidiar (al menos en cantidad) a la del mismísimo Julio Iglesias.
El romance con Rocío, futbolista de profesión (del River Plate, gran rival del Boca Junior de Diego Armando), estuvo marcado por la polémica. Ocho años de rupturas y reconciliaciones pasionales. Y de la sombra de los presuntos malos tratos. En 2014, durante su estancia en Dubái, comenzó a circular un vídeo en el que se veía cómo Maradona, presuntamente, agredía a su pareja. Unos meses antes, se habían filtrado unas fotos de esta con moratones que encendieron las sospechas. ¿En qué quedó? Seis años más tarde, el pasado mes de junio, durante una entrevista ella aseguró que jamás había sido golpeada por Diego, que solo le arrancó el teléfono móvil de las manos.
Lo cierto es que no e el único episodio que hace pensar que, fruto de sus excesos, podría tener tendencia al comportamiento violento. Años antes, en 2006, tuvo un altercado durante unas vacaciones en Polinesia: golpeó a una mujer y le rompió en la cabeza un vaso a su hija Giannina, que precisó puntos de sutura. Se solucionó todo de manera extrajudicial, tras el pago de 6.000 dólares para que se tapara el asunto.
Estos son solo ejemplos de lo que fue. De cómo su vida estuvo marcada por los amoríos, las polémicas y, como resumió Rodrigo, «la fama le presentó una blanca mujer de misterioso sabor y prohibido placer, que lo hizo adicto al deseo de usarla otra vez involucrando su vida».
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