La historia se repite. Un miembro de la casa real británica podría poner en jaque a la monarquía más antigua del mundo. Primero fue Walis Simpson, aquella americana que el 11 de diciembre de 1936 abocó al entonces rey de Inglaterra, Eduardo VII, a renunciar a la corona por amor. Años después, el 20 de noviembre de 1995, era Diana, la princesa de Gales, quien ponía en jaque a su familia política con aquella famosa en- trevista a la BBC. Hoy, 25 años después, es Meghan Markle quien ha recibido una oferta en firme para contar al mundo su paso por la casa de los Windsor.
Un millón de dólares es el precio que se podría pagar por dicha entrevista, aunque se supone que ella lo donaría a los servicios de salud de Inglaterra. Aun así, resulta inusual, puesto que es sabido que en Estados Unidos, generalmente, las celebridades que son entrevistadas por las reinas de la comunicación, como Oprah –la favorita en la quinielas para hacerle la entrevista–, Ellen DeGeneres, Bárbara Walters o Diane Sawyer, quien en 2002 hizo una de las entrevistas más complicadas a Whitney Houston, no re- ciben retribución por ello.
Sin embargo, el caso de Meghan es distinto, no solo porque los tiempos han cambiado, sino porque el interés que tienen los americanos por la realeza europea supera todos los límites. Es tanta la fascinación que sienten los norteamericanos por ellos que hace unos días pudimos ver, en una céntrica calle de los Ángeles, ciudad donde ahora reside la pareja, cómo un famoso artista urbano, Teach1, pintaba un grafiti de Harry paseando a dos cachorros y con una sudadera que tenia un mensaje alusivo al coronavirus: ‘Keep Calm and Wash your Hands’ (mantengan la calma y lávense las manos).
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