La vida y condena de Patrizia Reggiani, la viuda de Gucci

Las imágenes que se han ido posteando o filtrando en redes sociales del rodaje de House of Gucci, la película de Ridley Scott sobre el asesinato de Maurizio Gucci y cuyo estreno está previsto para noviembre, han reavivado el interés por la figura de Patrizia Reggiani. Pero, ¿quién fue realmente la mujer declarada culpable del asesinato del empresario?

Su vida estuvo marcada desde siempre por el lujo y una cierta obsesión por el glamour, probablemente motivada por el hecho de que nació en una familia que no podía tener ambas cosas más lejos. Es hija de una camarera y un camionero. No eran pobres, pero tampoco formaban parte de nada parecido a la élite socioeconómica. Vivían a las afueras de Milán, y llegó un momento en que su padre logró ahorrar un cierto dinero. Con él agasajó a su hija desde bien pequeña con bienes como abrigos de piel o coches deportivos. Fue así como Patrizia entró en contacto con la alta sociedad de Milán. «Es mejor llorar en un Rolls-Royce que ser feliz en una bicicleta» es, probablemente, la frase de Patrizia que mejor la define a sí misma.

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En una fiesta a finales de los 60 conoció a Maurizio Gucci, hijo de Rodolfo Gucci y nieto de Guccio Gucci, quien en 1906 fundó la casa de moda que lleva su apellido después de haber fracasado con el negocio de los sombreros.

Comenzaron su romance y se casaron en 1972. Fue el inicio de la vida que Patrizia (y sus padres) siempre habían soñado para ella, llena de hedonismo y ostentación. Un chalet de invierno en los Alpes, un ático de más de 800 metros cuadrados en la Quinta Avenida de Nueva York o la adquisición en 1983 del Creole, el yate de madera más grande del mundo, con una eslora de 66 metros…. y una historia ligada a una serie de catastróficas desdichas. Él mismo encargó su restauración, en la que invirtió seis años y una fortuna.

El mismo año de la compra del Creole (que había languidecido desde finales de los 70 como un barco de entrenamiento propiedad del gobierno danés) murió el padre de Maurizio, Rodolfo Gucci. Él nunca había visto con buenos ojos la unión de su hijo con Patrizia. Siempre la vio como una cazafortunas, y fue un hecho que terminó por distanciar a padre e hijo hasta el nacimiento de la primera de sus dos hijas (Alessandra) en 1977. Tras la (repentina) muerte de Rodolfo, Maurizio tomó el control de la compañía, convenientemente animado por su esposa.

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A partir de ahí, la relación entre Patrizia y Maurizio se vio seriamente afectada. Él entró en combate con su tío Aldo y su primo Giorgio por el control de Gucci. La guerra dio origen en 2009 al libro Gucci Wars: How I Survived Murder and Intrigue at the Heart of the World’s Biggest Fashion, escrito por Jenny Gucci, la viuda de Paolo Gucci, primo de Maurizio y fallecido por hepatitis en octubre de 1995. El conflicto por el poder en la compañía se solucionó en 1993 a través de Investcorp, un banco árabe de Bahrein al que Maurizio vendió el 50% que le quedaba para entonces por 120 millones de dólares. Fueron años en los que Gucci entró en crisis como marca. No los remontaría hasta bien entrada la década de los 90, gracias al trabajo de Tom Ford.

El litigio en la familia Gucci pasó factura al matrimonio entre Patrizia y Maurizio. Pero no fue la única causa que hizo que todo volase por los aires. En 1985, cuatro años después del nacimiento de su segunda hija (Allegra), ella descubrió que su marido le estaba siendo infiel con otra mujer, Paola Franchi. Es ahí donde entra en juego uno de los factores que provocó el trágico final de Maurizio. La pareja se separó, pero no se divorció hasta 1991, y para entonces la relación ya estaba muy deteriorada. Maurizio empezó una relación después con Paola, aunque le pasaba una pensión alimenticia a Patrizia de medio millón de dólares al año.

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El divorcio despojó a Patrizia de su posición social. Ya no era Lady Gucci (apodo que le había puesto la prensa, para mayor gloria suya), algo que no conseguía asimilar. Maurizio se fue a vivir con Paola y su hijo Charly (fruto de una relación anterior) al lujoso ático de Corso Venezia, en Milán. A Patrizia eso le comía por dentro, y por ello acusaba a Paola de ser una cazafortunas. Nada más lejos de la realidad. Tampoco soportaba la idea de que sus dos hijas tuviesen que compartir la futura herencia de Maurizio con más personas. Patrizia llegó a acosar por teléfono a Paola y a acusarla de dilapidar un dinero que, según ella, no le pertenecía.

A un tormentoso divorcio, en 1992 a Patrizia se le unió el diagnóstico de un tumor cerebral, del que fue operada con éxito. En su convalecencia decidió irse a vivir con su amiga Pina Auriemma (a quien en la ficción interpretará Salma Hayek), una pitonisa que había conocido 20 años antes en la isla de Ischia. Ambas tuvieron largas conversaciones sobre Maurizio y Patrizia tuvo la idea de escribir una autobiografía. Fue entonces cuando comenzó a materializarse la idea de asesinar a Maurizio.

A las ocho y media de la mañana del 27 de marzo de 1995, Maurizio Gucci fue disparado tres veces en la entrada de su lujoso edificio de oficinas en Milán. Murió abatido en el suelo, ante los ojos del portero. Tenía 46 años. Quien había apretado el gatillo era Benedetto Ceraulo, un albañil convertido en sicario que Patrizia contrató para acabar con ex marido ante la amenaza de su boda con Paola (es decir, por dinero). En el asesinato lo ayudaron dos hombres: Orazio Cicala, que era un jugador ahogado por sus deudas, e Ivano Savioni, un portero de hotel de poca monta. Todos habían sido contactados a través de Pina Auriemma, quien además de supuestos poderes clarividentes parecía disponer de una peculiar agenda.

Un hombre rico y poderoso como Maurizio tenía casi tantos enemigos como dinero, por lo que no estuvo claro desde el principio quién podría haber instigado su asesinato. De hecho, hacía sólo dos años que había efectuado la venta de la compañía tras muchos años de guerra intestina, por lo que las sospechas también sobrevolaban a algunos miembros de los Gucci. Sin embargo, las continuas amenazas telefónicas que había recibido Paola eran una pista. La otra fue el hecho de que el día después del asesinato, ella recibió por parte de Patrizia una orden de desalojo del ático de Corzo Venezia. Estaba fechada a las once de la mañana del día anterior, cuando ni siquiera había dado tiempo a que se enfriase el cadáver de Maurizio. Más tarde se supo que el 27 de marzo había escrito en su agenda la palabra Paradeisos (paraíso), en otro alarde de su particular sentido de la discreción.

Pero unos pinchazos telefónicos fueron los que dieron la clave. El 31 de enero de 1997 Patrizia fue arrestada y al año siguiente fue declarada culpable de asesinato. Sus dos hijas le retiraron la palabra, aunque más tarde trataron de que se redujese la pena de su madre aduciendo que no estaba en plenas facultades mentales en el momento del crimen.

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La viuda negra fue condenada a 29 años de cárcel, luego reducidos a 26 tras su intento de suicidio dentro de la cárcel en el año 2000. Cumplió un total de 18, y salió en libertad en 2014. Pudo haber salido en 2011, pero para ello tenía que haber aceptado un empleo, algo a lo que se negó. “No he trabajado en toda mi vida y no voy a empezar a hacerlo ahora”, dijo. Terminó trabajando en Bozart, una joyería del centro de Milán, y comprando ropa en Zara. Ante la perspectiva del estreno de House of Gucci, Patrizia no se ha mostrado precisamente entusiasmada. “Me enfada que Lady Gaga vaya a interpretarme en la nueva película de Ridley Scott sin haber tenido la cortesía o el sentido común de venir a conocerme”, dijo a la prensa italiana. La misma prensa que, en su primer día de trabajo en Bozart, le preguntó por qué no había matado a Maurizio ella misma. “No tengo tan buen ojo. Y no quería fallar”, contestó.




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