El bautizo de Carlos, primer hijo varón de doña Juana de Castilla y de don Felipe el Hermoso, fue una ceremonia similar a la de una coronación. Un acontecimiento que asombró a las cortes europeas. El bautizo tuvo lugar el siete de marzo, en la iglesia basílica de san Juan, en lo que hoy es la catedral de san Bavón de Gante. La ciudad se había engalanado para tal acontecimiento; estandartes, antorchas, y cuarenta arcos de triunfo, cobijando una pasarela que unía el palacio de Prinsurhof con el templo, profusamente adornado en su interior, con sedas y telas ricamente bordadas. Catorce prelados encabezan la comitiva. Al pequeño Carlos lo llevaba una de las madrinas, Margarita de York, que era la tercera esposa de Carlos el Temerario, abuelo de Felipe el Hermoso. Iba sentada en una importante silla, portada por un grupo de lacayos. (pág. 43)
Después del bautizo de mi primer hijo varón, fueron meses maravillosos. Felipe se mostraba ilusionado y muy agradecido por haberle dado un heredero. Me hizo infinidad de regalos y juntos viajamos por alguna de las ciudades más importantes, donde éramos recibidos y arropados por el cariño de las gentes. Fue en medio de esta alegría cuando nos comunicaron que mis padres, los reyes, solicitaban nuestra presencia en Castilla para ser reconocidos y jurados por las Cortes como herederos al trono, ante la desaparición del heredero, el pequeño Miguel. Felipe no cabía en si de gozo y para festejarlo, un nuevo embarazo. El viaje a Castilla lo haríamos por tierra atravesando Francia, a Felipe le interesaban de forma especial mantener buenas relaciones con los franceses y aquella era una excelente oportunidad. Igual que mis padres quisieron impresionar con la flota con la que llegue a Flandes, a mi marido le sucedía lo mismo. Fue necesario recaudar dinero para formar aquellaexpedición de ensueño. Más de un año organizándolo. Lo justo para que yo diera a luz en Malinas a una niña a la que llamamos Isabel, como homenaje a mi madre. (pág. 44-45)
· Señora, permitidme que os haga yo una pregunta. Os ruego que si no lo consideráis pertinente, me perdonéis. Pero me han contado, muchas veces, que en el Castillo de Blois, vos defendisteis los intereses de Castilla, mostrándoos orgullosa de pertenecer a esta tierra. Dejando patente vuestra categoría ante los reyes de Francia.
· A otra persona no le contestaría,pero a vos, Hernán, os estoy muy agradecida, así que os responderé; en Blois creo que me comporté como se esperaba de una hija de los Reyes Católicos; miré a los soberanos franceses de igual a igual.(pág. 48)
En Villafáfila (Zamora), el 27 de junio de 1506, se firmó el acuerdo entre el rey Fernando el Católico y su yerno el Archiduque Felipe el Hermoso para incapacitar a la reina doña Juana. Fernando se retiraba a Aragón, pero recibía ventajas económicas sobre el erario de Castilla y seguía siendo Maestre de las tres Órdenes Militares castellanas: Santiago, Alcántara y Calatrava. Felipe se convertía en Rey de Castilla. No importaba que la última voluntad de la Reina Católica se incumpliera. Ella, bien conocedora de la difícil que era para una mujer gobernar, y no queriendo que el reino cayera en manos del marido de su hija, Felipe el Hermoso, que era extranjero y que tenía su corazón en otro lugar, dispuso en una cláusula de su testamento que si su heredera, la princesa doña Juana, estuviera ausente de sus reinos o no pudiese gobernarlos, lo hiciera por ella, su padre el rey Fernando, hasta que el hijo de la princesa, el príncipe Carlos, cumpliera los veinte años y asumiera entonces el gobierno de estos reinos. En Villafáfila el rey Fernando renunció a la posible regencia que le confería el codicilo del testamento de la reina Isabel. ¿Qué había sucedido para que suegro y yerno, los dos aspirantes a gobernar Castilla llegaran a un acuerdo? ¿Qué había sucedido para que el Rey Fernando se mostrara de acuerdo en no cumplir la última volunta de su esposa, la reina Isabel? (pág.108-109)
El esperado momento ha llegado. Doña Juana, acompañada del jefe de su casa Hernán Duque y de doña María de Ulloa aguarda, un tanto impaciente, la entrada de sus hijos. Mira los hermosos tapices del salón. Sabe que algunos de ellos se cuelgan en las habitaciones privadas de sus servidores y no protesta. Tal vez algún día lo haga.Doña Juana piensa que tendría que hacer recuento de lo que tiene. ¿Le habrán robado? Es consciente de que muchos de los objetos que posee de oro y plata pueden ser vendidos para fundir. Tiene noticia de que su padre, el rey Fernando, en dos ocasiones, se llevó algo que a ella le pertenecía, La primera vez se apropió de trescientos cuarenta y cinco kilos de plata. Y cuatro años más tarde se llevó otro tanto. (pág. 156-157)
Dios mío, ¿cómo voy a poder soportarlo? Me han encerrado. Me han amenazado con tapiar mi ventana para que no sepa cuando es de día o de noche. ¿Pero qué he hecho yo? ¿Por qué mi hijo lo consiente? Claro que puede que no sepa como se ensañan conmigo los marqueses. Casi no me dejar ver a mi hija. Me ha prohibido recibir visitas. No quiero caer en la tentación de preguntarme si merece la pena vivir en estas condiciones. Sé que la vida nos la da Dios y Él nos la quita, pero desconozco el porqué no se apiada de mí. Debería rezar. Tranquilizarme. No sé que puedo hacer, en qué pensar, necesito aliviar mi desasosiego. Si pudiese convencer a algunas de mis guardianas que accedieran a ayudarme aunque solo fuera un poquito. Soy la reina de Castilla y vivo encerrada y maltratada. Sin poder disponer de un mínimo de libertad. Mis pretensiones son muy sencillas; poder asistir a misa, pasear alguna vez y respirar un poco de aire puro. Siento que me ahogo… (pág. 276-277).
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