Blake Lively es insultantemente joven: con 32 años, tiene a su espalda una serie que volvió locos a los adolescentes de medio mundo, Gossip Girl, y logró abandonar su personaje de Serena van der Woodsen (aunque sus fans nunca la han olvidó) y se convirtió en una actriz de cine que con el paso de los años ha aumentado su popularidad.
Parte de la culpa la tiene el combo de amor (pero también comercial) que estableció con el actor Ryan Reynolds con el que se casó en 2012. Desde entonces, la pareja no ha dejado de recibir halagos e incluso se han convertido en unas de esas personas que reciben la etiqueta de #couplegoals, por su supuesta perfección.
Siempre que pueden (y cuando están en promoción) se dejan comentarios en sus redes sociales y se gastan bromas un poco crueles para demostrar su complicidad desenfadada. Y por si necesitasen algo más para triunfar, también tienen dos hijas, James e Inez, la segunda nacida hace dos años.
Ahora que las niñas ya no son unas bebés, la actriz ha reconocido que cada vez es más exigente a la hora de escoger un papel. “Supongo que me tiene que gustar mucho, mucho, mucho, porque estoy obsesionada con mis hijas”, reconoció a una periodista de E! News durante un desfile de Michael Kors en la Semana de la moda de Nueva York. “Así que sí, creo que tiene que valer mucho la pena para que me separe de ellos”.
Porque Lively nunca ha renunciado a su faceta como madre, a pesar de su implicación en Hollywood, pero quizás esto haya empezado a cambiar. En cualquier caso, pronto se estrenará su última película, El ritmo de la venganza, y hace unos meses voló hasta Madrid para rodar The Rhythm Section, con un look alejado del habitual. Ahora solo queda esperar a que vuelvan a conquistarla con papeles tan interesantes como estos dos; mientras tanto, Lively se queda en casa (con sus hijas).
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