En Cuba, en Sevilla, en Girona, en Madrid, en Japón… y así podríamos seguir repasando los actos y los lugares donde ha estado la reina Letizia en los últimos meses y comprobando que no hay uno al que vaya sin su anillo dorado de Karen Hallam. Una pieza muy llamativa por ser de grandes dimensiones y tener forma ovalada que la reina lleva en su mano izquierda. También ha resultado curioso por ser un diseño de una firma no muy conocida y nada cara -cuesta 114 euros-, muy alejado de las grandes joyas que a menudo elige la reina. Aunque ninguna de manera tan habitual como esta.
El misterio alrededor del anillo ha provocado, además, que se recuerden otros episodios de la doña Letizia con sus anillos. Uno de ellos muy poco agradable para la reina por haberse visto envuelto en el caso Nóos. Tras saltar el escándalo y los detalles sobre cómo Iñaki Urdangarin pagó el anillo de pedida con una tarjeta de la fundación cuando lo fue a recoger a petición del entonces príncipe Felipe, doña Letizia optó por quitárselo y guardarlo en un cajón. Poco después, hizo lo mismo con su alianza porque le molestaba al saludar, se dijo en su momento, aunque este parece no importunarle. Su anillo ovalado, sin embargo, no le molesta en absoluto y, desde luego, le encanta.
Tras su viaje a Japón a la entronización de Naruhito, lo ha cambiado del dedo anular al índice dándole, si cabe más protagonismo. La procedencia del anillo lo explica todo. Según ha publicado La Razón, se lo regalaron sus hijas la princesa Leonor y la infanta Sofía que ahorraron con su paga semanal de 30 euros, ha añadido Pilar Eyre en Lecturas,los 114 euros que cuesta el anillo y se lo compraron a su madre. No está claro aún cómo fue la compra, si la hicieron por internet, si las niñas se acercaron a la joyería que la diseñadora londinense afincada en Madrid tiene en Chueca a comprarlo o si hicieron el encargo a alguien. En cualquier caso, es lógico que la reina no se separe de él vaya donde vaya. A doña Letizia, además, le gustan este tipo de detalles. A Cuba también se ha llevado unos pequeños pendientes de aro de la princesa Leonor. Es una forma de seguir estando cerca de los suyos por muchos kilómetros que los separen.
El anillo que le acompaña allá donde va, de plata y bañado en oro, lo diseñó Karen Hallam hace quince años. Y, desde que la reina lo luce no hace más que incrementar sus ventas. El mes pasado vendió 70 como este, ha contado la diseñadora al diario. Se lo piden de Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda y Estados Unidos. Clientas atraídas por el estilo de la reina alabado en todo el mundo y por esa particular manera de combinar una joya como esta con grandes piezas del joyero real. Con la tiara de la Flor de Lis, una de las más significativas del joyero real y símbolo de la monarquía española -Alfonso XIII se lo regaló a la reina Victoria Eugenia en su boda- lo llevó en Japón con unos pendientes de diamantes que también pertenecieron a la reina Victoria Eugenia y sus brazaletes de Cartier.
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