La entrada de Carlos Lozano en la casa de ‘GH VIP’ hace tres ediciones en una clara estrategia por recuperar su sitio en la televisión, trajo emparejado el descubrimiento de quien era su pareja en ese momento: Miriam Saavedra. Se trataba de una joven peruana, desconocida para el público español, que se fue haciendo con su cuota de protagonismo.
Las idas y venidas en ese romance con Lozano, con historias de pelas e, incluso, las sombras de las infidelidades, provocaron que pasara a tener entidad propia como personaje para los programas de Telecinco. Hasta el punto de que, un par de ediciones después, en ‘GH VIP 6’, se alzó con el premio final.
Ella misma se definió como la Princesa Inca y logró hacerse con una silla en las tertulias de ‘Sálvame’. Algo complicado. Sobre todo, para alguien de quien, tres años atrás, ni se conocía su existencia. Un rastro fuerte que pretendió dejar ante la audiencia de Mediaset y que, ahora, se ha esfumado.
Pero, ¿por qué? Saavedra, a la que siempre se le ha reconocido un halo telenovelesco, tomó la determinación de formarse como actriz para abrirse nuevos caminos. Tan en serio se lo tomó, que se matriculó en una de las escuelas de arte dramático más prestigiosas de nuestro país: la de Cristina Rota. Y es ahí donde encontramos la respuesta de la desaparición de Miriam de la prensa del corazón.
Al parecer, desde la escuela se le hicieron una serie de recomendaciones para que comenzar con buen pie ese camino en el mundo de la interpretación. Entre ellas, que evitase protagonizar escándalos en la prensa. Se lo ha tomado tan al pie de la letra, que ni siquiera sabemos en qué punto exacto se encuentra su relación con Carlos, con quien llegó a estar comprometida (y no sabemos si aún lo están o han dado otra vuelta en su particular noria, porque lo último que sabíamos era que no, pero hace más de un mes).
La pregunta que se hacen muchos ahora es si, con esa presencia testimonial que aún conserva en ‘Sálvame’, pero siempre desde un perfil mucho más discreto al que nos tenía acostumbrados, va a ser capaz de mantener ese tren de vida en el que se embarcó gracias a la popularidad y al interés mediático que despertaba.
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