En 2008 Yves Bertossa saltaba a las pantallas tras ordenar la detención de Aníbal Gadafi, hijo del dictador libio, por maltratar a dos empleadas de hogar durante sus vacaciones en Suiza. El abogado tenía 33 años y, según los registros de la Fiscalía de Ginebra, no hacía ni un año que trabajaba en el organismo donde su padre, Bernard Bertossa, fue fiscal general. Era la primera vez que el hijo salía en las noticias, pero no la última, pues desde entonces ha sentado en el banquillo a Víktor Yanukóvich, expresidente de Ucrania, por blanqueo de dinero; a Jérôme Cahuzac, ex ministro de Hacienda francés, por una cuenta en Suiza no declarada; y logró que un banco, el HSBC, pagara 38 millones de euros tras llegar a un acuerdo para no llevar a juicio a sus directivos, acusados de lavado de dinero
Hoy Bertossa tiene 45 años y desde 2018 investiga el blanqueo de capitales de testaferros de grandes fortunas. Así encontró una cuenta suiza con 65 millones de euros a nombre de Corinna zu Sayn-Wittgenstein-Sayn vinculada a una fundación panameña cuyo fondo, de 100 millones de euros, procedía del Ministerio de Finanzas de Araba Saudí. Eso, unido a que detrás de aquel fondo están los nombres de dos testaferros que ya han relacionado antes con Juan Carlos I —Dante Canónica y Arturo Fasana—, hace sospechar a Bertossa que esa cantidad pueda tener algo que ver con las comisiones del AVE a la Meca, a las que Corinna se refirió en las grabaciones del comisario José Manuel Villarejo. De ese modo se abrió la pieza “Carol”, archivada en 2018, cuando el juez Diego de Egea dictaminó que el rey era inviolable porque en las fechas a las que Corinna hacía referencia don Juan Carlos estaba en activo. También alegó falta de pruebas. Así, el Borbón se libró de declarar, pero no su amiga ni la intermediaria iraní a la que hacía referencia en las grabaciones —Shahpari Zanganeh, exmujer del traficante de armas Adnan Kashoggi—: reclamadas por la Anticorrupción española, declararon en verano de 2019.
El dinero que investiga Suiza se transfirió a Corinna en 2012. Ese año, en su discurso de Navidad, Juan Carlos I pedía “confianza” a los españoles para superar la crisis económica. Fue meses después del incidente del safari en Botsuana, que —según los abogados de Corinna— fue un regalo del monarca para su hijo, Alexander Kyrill zu Sayn-Wittgenstein-Sayn, quien nació en 2002 fruto de su relación con el príncipe Casimir zu Sayn-Wittgenstein-Sayn, miembro de una familia noble alemana con 1.000 años de historia. Ese afecto entre el rey y Alexander estaría también detrás del regalo de 65 millones que investiga Bertossa y que, según El País, Corinna define como “una forma de donación (del monarca) para ella y para su hijo, con los cuales se había encariñado”.
De ese modo, es la empresaria quien involucra a su hijo —que acaba de cumplir 18 años y estudia en un internado suizo— en un caso que ha ocasionado que el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón haya pedido información a Bertossa con la que podría reabrir la pieza del caso Villarejo que archivó el juez De Egea, en la que aparecía también Álvaro Orleans-Borbón, primo del monarca a quien investiga Bertossa y a quien Corinna señalaba en las cintas como testaferro del rey, extremo que él niega.
Está por ver si esta vez las cuentas del rey llegan a un juzgado español, pero lo que parece claro, de momento, es que Yves Bertossa no va a soltar este hueso. Licenciado en 2001 en la Universidad de Ginebra, dio clases en el Departamento de Derecho Penal y luego ejerció un tiempo como abogado, pero enseguida siguió los pasos de su padre, cuyas memorias aclaran el entorno y la idea de justicia con la que creció su hijo: “Me llama la atención esa idea, amplia- mente difundida de los partidos de izquierda, de que el sistema de justicia (…) está siempre al servicio del orden establecido, es decir, al servicio de los ricos”. Así se expresaba Bernard, un hombre de izquierdas, oriundo de la Suiza italiana, de origen “modesto” y católico que se manifestó contra el franquismo en su juventud. Esos ideales los asimiló el vástago, que entró en la fiscalía propuesto por el Partido Socialista de Suiza.
El interés por los casos complejos que implican grandes fortunas, varios países y sociedades pantalla la heredó Yves. “A los políticos les interesa más la pequeña delincuencia que la grande, la de los poderosos y los grandes capitales”, añadía Bernard ensu libro. Consultados por Vanity Fair ni Baltasar Garzón ni el ex fiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo han hablado sobre el hombre que impulsó el Llamamiento de Ginebra de 1996 contra el lavado de dinero que ambos juristas firmaron. También lo trataron cuando el suizo investigó el dinero que dejó en Suiza Luis Roldán, exdirector de la Guardia Civil
Además de convicciones, Yves comparte con su padre el temple. “Insensible a la presión”, lo definió una colega en la revista Bilan. Tendrá que serlo en un caso con tantos intereses y con Corinna pertrechada con abogados y relaciones públicas que vigilan al milímetro lo que la prensa dice de ella. Son quienes comentan a Vanity Fair que su clienta se siente “chivo expiatorio”, pero no dicen nada sobre Bertossa. Tampoco hablan los Zu Sayn-Wittgenstein-Sayn, a pesar de que Alexander –muy parecido a su padre, que se casó en junio con la modelo estadounidense Alana Bunte y de quien espera un hijo en abril– es el nieto con el que posa el cabeza de familia, el príncipe Alexander Conrad, en su web. Ni él ni su mujer, la princesa Gabriela, fueron a la boda de Casimir y Corinna, a quien esa página llaman por su apellido de soltera, Larsen, que ella impide usar a los medios porque prefiere –amparada por la ley alemana- el de su exmarido. La acción de Bertossa confirma otra relación rota y desahuciada: la del rey y Corinna, que planea denunciar al emérito, y a Félix Sanz, exdirector del CNI, a quienes acusa de estar detrás de la campaña de acoso que sufre desde 2012. Al cierre de esta edición, esas denuncias no se han presentado. Quien sí avanza es Bertossa, que ha perseguido a políticos y banqueros y ahora, siguiendo a Corinna, podría acorralar a un tipo de poderoso que aún no ha sentado en el banquillo: un rey.
Artículo publicado en el número de abril de Vanity Fair, disponible aquí.
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