En plena campaña electoral los políticos son capaces de hacer lo que sea con tal de acaparar la atención mediática. Hablan de sus manías, de sus costumbres e incluso de su vida familiar. Algo que en España es tabú de momento, como lo fue en su día la Casa Real. El día que se abra la veda, correrán ríos de tinta. La vida personal de los políticos es casi más interesante que su programa electoral. Sino para qué Pedro Sánchez entró en ‘Sálvame’ (Telecinco) en directo sino para ganar un puñado de votos. Casado y Pablo Iglesias intentan tocar la fibra sensible con su historia personal como padres prematuros. O el líder de Vox, que se vende como moderno por haberse divorciado y vuelto a emparejar a pesar de ser de derechas, cuando media población lo ha hecho antes que él.
El más antinatural mediáticamente es Albert Rivera. El candidato que se desnudó para darse a conocer a la opinión pública y ahora rehuye de hablar del amor, aún cuando su pareja es una famosa cantante que llena estadios. Prefiere hablar de su coqueteo con los cigarritos de la risa cuando era joven que de la felicidad que siente al ser padre. Si es que va a serlo, porque por más que se lo preguntan rehuye responder e incluso me dicen que pactan antes de las entrevistas, para que no se le pregunte por el tema.
Tampoco sabemos si esta vez aparecerá con ella en algún mitin, porque es lo que suelen hacer todas las aspirantes a ‘segunda dama’, sentarse en primera fila de alguno para mostrar que son una familia modélica. O que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.
La política española es aburrida frente a la americana
Pero como en este país no hay ninguna regla al respecto, se critica a la que sale demasiado, como Begoña Gómez, y a la que se oculta como Malú. Si no ganan votos entonces por qué son más cercanos en campaña que cuando están gobernando. La política española es aburrida frente a la americana o la europea. Mira Boris Johnson, con una novia que ya se ha instalado en Downing Street desafiando las reglas conservadoras o Trump e Ivanka, cuyos desaires traspasan fronteras. Los políticos son humanos, pues humanícense.
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