Adiós a Ann Getty, la interiorista filántropa que volaba en jet privado y viajaba en metro

Ann Getty ha muerto a los 79 años de un ataque al corazón, según ha comunicado su marido, Gordon Getty. La antropóloga, filántropa y diseñadora, se casó con Gordon Getty en 1964, tuvieron cuatro hijos (uno de ellos, Andrew, murió en 2015). Había dedicado su vida a las artes, la música –una pasión que compartía con su marido, reconocido compositor, y a la que se dedicaba la fundación que llevaba el nombre de ambos– y a recorrer el mundo.

Su característica melena cobriza se dejaba ver en espectáculos de medio planeta (en San Francisco, donde vivían, eso podía ser la ópera o el béisbol), o rutas gastronómicas internacionales, con un lujoso estilo de vida a bordo del Jetty, el veterano Boeing 727-100 que servía exclusivamente al matrimonio. Se iba de excursión con su marido en un tour internacional europeo en busca de los mejores vinos, desde Oporto a La Rioja. Era capaz de llegar a París en jet privado con su nieta Ivy e ir en metro recorriendo todos los restaurantes de prestigio de la ciudad, con la excusa de ir a ver al Musée d’Orsay los cuadros que ella misma les había prestado.

Vivía en una de las mansiones más opulentas y excesivas de toda California, que abría a todo tipo de cenas y fiestas benéficas: si eras rico y tenías una buena causa, Ann ponía el comedor para tu gala de recaudar fondos, y un buen cheque para los mismos. Pero también se escapaba a expediciones paleontólogicas en el Gran Valle del Rift etíope, en busca de fósiles. Vivía como hay que vivir cuando tu familia hereda una fortuna que nunca ha bajado de los 2.000 millones de euros, incluso tras 34 años sin una fuente de ingresos: gastándolos. En promover la ópera, en conservatorios, en financiar museos, universidades o montar a una mano una escuela infantil. En 2003, con los hijos ya crecidos y el nido vacío, se dedicó a crear una desmesurada colección de muebles de diseño: la Ann Getty House Collection, que mezclaba reproducciones de las antigüedades que trufaban su mansión con diseños propios. Con un equipo de artesanos y diseñadores del que ella misma, aguja en mano, formaba parte.

Pero Ann no nació Getty sino Gilbert. Se crio en un rancho y granja de cacahuetes, conduciendo tractores por Yuba, fértil condado rural californiano con más hectáreas que personas. Su sueño era ser científica, algo para lo que se fue a Berkeley a principios de los sesenta, con 20 años recién cumplidos, a estudiar Antropología. Y Biología. Y Paleontología. También, a trabajar de cara al público en el departamento de cosméticos de Joseph Magnin, los grandes almacenes de lujo que presidían Union Square en San Francisco (hoy un Macy’s).

Poco después conocería a Gordon Getty, el cuarto hijo de John Paul Getty, poco o nada interesado en el trabajo de papá, y sí en la música, las artes… Y en el pelazo de Ann, con la que viviría un verano sesentero del amor y se casaría en un otoño sesentero de Las Vegas a lo loco, en 1964, como hacían casi todo los hijos del huraño y tacaño patriarca Getty. Gordon y Ann formaron una familia bastante convencional durante los años en los que Gordon quiso satisfacer a su padre y aceptó trabajar para él: ricos, dinásticos, socialites de alto standing, filántropos… En 1976, John Paul Getty muere y deja al timón a Gordon, que se encuentra una cartera de unos dos mil millones de dólares para fines benéficos y otros tantos para uso personal. Gordon aguanta 10 años con la empresa familiar (petróleo. Unos 25.000 millones en petróleo al cambio actual) antes de venderla a Texaco y dedicarse los dos a la vida bella para siempre.

Desde entonces, y pese al escándalo entre comillas de Cynthia Beck –la amante nada escondida de Gordon, con la que tuvo tres hijos y a la que le puso una mansión de varias hectáreas y unos 50 millones de euros–, los Getty se dedicaron siempre a las artes y las causas benéficas. Ann, vocaciones científicas y ranchos aparte, demostró durante toda su vida una pasión por las obras de arte y la opulencia sólo igualada por las cinco décadas en las que se convirtió en una mecenas veneciana de la ciudad de San Francisco.

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