Ha cambiado los escasos 8.000 habitantes de San Esteban de Sasroviras, donde nació hace 26 años (serán 27 en apenas una semana), por la grandiosidad de Miami, donde ha aprovechado el confinamiento para encerrarse a componer en casa de su mánager, Rebeca León. No parece que Rosalía vaya a mudarse allí definitivamente, aunque de momento su periplo profesional la acerca más a los estudios de Los Ángeles, donde está dando forma a su tercer disco, aún sin fecha de publicación pero permanentemente al caer. De él solo ha adelantado un single, Dolerme, que estrenó por sorpresa en primavera.
El fenómeno Rosalía ha pasado de cero al infinito en apenas tres años, y lo ha hecho delante de nuestros ojos: la hemos visto codearse con las Kardashian, comerse el escenario en los Grammy y los premios MTV, elevar el nivel al infinito en sus colaboraciones con Travis Scott (TKN, que lanzaron en mayo), Sech, J Balvin o Daddy Yankee (Relación, que salió hace solo unas semanas y ha levantado fuertes críticas por su letra), e incluso decirle que no a Madonna cuando le pidió que fuera a cantar a su fiesta de cumpleaños.
Soy disciplinada, pero en el escenario me siento como un medio de transmisión de energía y emociones».
Por el camino, se ha erigido en estrella global que acumula galardones, encabeza festivales, actúa en eventos multitudinarios y rompe internet con sus post de Instagram y sus vídeos en TikTok. “Nunca deja de impresionarme el poder de las redes sociales. Pero, como he crecido con ello, lo vivo como una cosa natural”, nos explica. Su última parada la eleva como icono planetario: se acaba de convertir en embajadora de Viva Glam, la barra de labios de M·A·C que, durante más de un cuarto de siglo, ha casado a la perfección el divismo magnífico de reinas del pop, como Ariana Grande, Fergie o Miley Cyrus, con el activismo solidario más concienciado. “Es un honor ser imagen de Viva Glam. Imagínate, todas las mujeres que lo han sido antes que yo son artistas que admiro desde niña: en mi habitación tenía pósteres de Missy Elliott, me compraba los discos de Christina Aguilera y veía los vídeos de Rihanna maravillada”, nos cuenta.
Como era previsible, el suyo es un labial con reminiscencias de flamenco, pasión y arrebato. “El maquillaje es ritual, es transformación. Hasta hace muy poco, me lo hacía yo misma antes de subirme al escenario”, nos explica. Jugar con paletas, eyeliners y sombras era su momento de calma antes de la tormenta. “Me fijaba en tutoriales y probaba hasta dar exactamente con lo que quería”, añade. Ahora sabe que el makeup lo tiene que delegar en otros. Cede en eso y en poco más.
Rosalía controla cada detalle de su carrera y tiene muy claro su objetivo desde el principio. Y no, no es la fama global que nos ha pillado a todos por sorpresa y que ella digiere con templanza absoluta. En su caso, el fin es el medio: “Quiero que me dejen construir lo que hay en mi cabeza”. En su universo, la creación es impulso, pero también visión. Conseguir que se hiciera realidad ha requerido un esfuerzo sobrehumano y una gran dosis de madurez que asegura haber acumulado por el camino. “Cuando tienes que cantar en bodas donde es difícil hacerte oír, acabas aprendiendo mucho sobre humildad”.
En su rotundo éxito mundial hay una gran parte de asombro y una aún mayor de talento y singularidad que deja con la boca abierta a quien se asoma a su mezcla inusual de lo culto y lo poligonero, de flamenco y trap. También hay una perseverancia que no parece de este mundo. Es lo que destacan de ella sus maestros, sus colaboradores, su equipo y ella misma “Soy disciplinada, sin duda. Me lo tomo muy en serio porque me ha costado mucho conseguirlo –nos confiesa–. Pero en el escenario me siento como un canal, un medio de transmisión de energía y emociones”.
La música de Rosalía tiene ese superpoder: si conectas con ella, parece que le habla directamente a tu alma, sin intermediarios. Y la suya es una conversación espiritual en la que participa mucha gente. Hasta el CEO de Columbia Records, Ron Perry, ve en ella “un talento descomunal que solo se da una vez en cada generación”. Probablemente sea ese uno de los secretos de su éxito. Y el márketing, por supuesto. Hay mucho dinero detrás de Rosalía. Cuenta la revista Billboard, la biblia de la industria, que “en ella han invertido hasta cinco veces más de lo que se destina a la carrera de cualquier artista latino”. Y sin dejar de cantar en español.
Rosalía descubrió el flamenco como una epifanía con apenas 13 años, cuando escuchó por casualidad a Camarón de la Isla. Su fascinación dio paso al estudio concienzudo, a una licenciatura en Cante Flamenco en la Escuela Superior de Música de Cataluña. Con Los Ángeles, su primer disco, iba para cantaora. Con El mal querer, el segundo (y su trabajo de fin de carrera), hizo de la transgresión urbana su motor. El trap y la cultura poligonera comulgan con formas puras del cante jondo, en una audacia musical que no podía pasar desapercibida. Que se haya convertido en un fenómeno global ya forma parte de la historia. Un fenómeno que, como ella, no salió de la nada. Se plasmó durante los más de dos años de trabajo que Rosalía y su productor, Pablo Díaz-Reixa, El Guincho, le dedicaron a cada línea, a cada beat, a cada compás. Con ella toda una generación ha descubierto que se podía volver a enarbolar la música como bandera de la modernidad.
“La música no tiene dueño”, defiende. Con razón, la música es patrimonio particular de quien la escucha, de quien la siente. Cada uno tiene sus razones para amar la música de Rosalía. Ella lo reduce a la autenticidad. “Yo siento que soy sincera conmigo misma. Cómo lo reciben los demás sigue siendo un misterio para mí”.
Activismo en una barra de labios
“Es el rojo ideal”, nos confiesa Rosalía orgullosa. Su labial de Viva Glam es un tierra intenso, mate y carnal. Con él M·A·C añade un hito histórico (es la primera embajadora española) a una campaña solidaria pionera que contribuye a la lucha contra el sida desde hace 26 años. Los mismos que lleva aportando a esta causa los beneficios íntegros de la ventas de Viva Glam. Este año también va a apostar por la mejora de las condiciones de la mujeres y las niñas en un mundo injusto para muchas.
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