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Cuando Cate Blanchett aceptó protagonizar su primera serie de televisión, puso entre sus condiciones que la encargada de vestuario fuese Bina Daigeler, que en la película/instalación artística Manifesto había conseguido convertirla en 13 personajes distintos. Así es como Daigeler, una alemana que vive en España desde finales de los ochenta, acabó liderando un equipo de más de 60 personas en uno de los proyectos más caros y ambiciosos de HBO este año, Mrs. America.
Sobre el papel y por subrayar el protagonismo de Blanchett, la serie se vendió como un biopic de [Phyllis Schlafly, una política y activista antifeminista](https://www.revistavanityfair.es/poder/articulos/muerte-phyllis-schlafly-azote-del-feminismo/22815) que lideró el contrreformismo conservador en los setenta. Pero en realidad la ficción dedica tanto o más tiempo a contar lo que estaba pasando en ese momento al otro lado, en un movimiento libber (por la liberación femenina) que empezaba a tocar poder y que como toda pulsión revolucionaria tenía que escoger entre pactar y asimilarse o confrontar. En la lucha entre los dos grupos por aprobar o tumbar la Enmienda por la Igualdad de Derechos se dirimían dos formas radicalmente opuestas de entender el mundo.
Así que Daigeler tenía por delante la misión no solo de vestir Schlafly y sus correligionarias sino también de transformar a Rose Bryne en la fundadora de la revista Ms, Gloria Steinem, a Uzo Aduba en Shirley Chislholm (la primera afroamericana en presentarse a unas primarias presidenciales), a Margo Martindale en la congresista demócrata Bela Abzug y a Tracey Ullman en Betty Friedan, la autora de La mística femenina.
La diseñadora debería estar en estos momentos dando entrevistas de promoción sobre su trabajo en Nueva York, con motivo del estreno de la serie. En lugar de eso, está confinada con su marido y su hija en su piso de Madrid, y tiene a otro hijo de cuarentena en Berlín. “Es un poco extraño. En marzo y abril tenía pensado celebrar todo el trabajo que he hecho en los últimos tres años, en Mrs. America y en Mulan”. Daigeler firma también el vestuario de la película de acción real de Disney, que se estrenó justo cuando Europa entraba en cuarentena, un trabajo monumental que implicó a más de 130 personas y le llevó años de documentación sobre la cultura china y el dilema de cómo casar la autenticidad con la cosa Disney.
“Me preocupa cómo se reanimará la industria del cine, cómo haremos nuestro trabajo. Leí un artículo en Deadline el otro día sobre cómo serán los rodajes y no lo veo muy viable”, admite esta veterana, que le puso ese abrigo rojo a Cecilia Roth en Todo sobre mi madre, esos jerseys de niño fresa a Pablo Escobar (Wagner Moura) en Narcos y el caftán de vampira art deco a Tilda Swinton en Solo los amantes se enamoran, de Jim Jarmush. Daigeler suma también decenas de créditos en el audiovisual español, dede Airbag a El tiempo entre costuras.
Mrs. America arranca con una escena en la que lo más importante es una prenda de ropa, un bikini con estampado de barras y estrellas que lleva Schlafly en un acto para recaudar fondos para un congresista republicano. La imagen es impactante, y en realidad poco representativa de Schlafly, alguien a quien su propia hija jamás vio en pijama, una mujer siempre impecablemente peinada y vestida, lista para recibir. De ahí esos cuellos con gorgueras o lazadas, los broches omnipresentes y el pelo rígido amaestrado por la laca. “Ella era una mujer muy formal, encerrada en su ambición”, confirma Daigeler.
Aunque corre el año 1971, el bikini de la escena inicial es deliberadamente anticuado, “con una cintura muy alta y un top un poco balconette, muy propio de finales de los cincuenta o principios de los sesenta”, explica Daigeler, que hizo varios prototipos en el taller de confección que la serie montó en Toronto hasta dar con el definitivo. Las “antis”, como las llama, el grupo de mujeres conservadoras antifeministas que se articulan en torno a Schlafly (y en el que están actrices como Sarah Paulson y Melanie Lynskey: todo el reparto parece un ejercicio de fantasy casting sin límites de presupuesto), empiezan la serie con una década de moda de retraso. “Así teníamos más posibilidades de avanzar, ya que cubrimos toda una década. La idea era vestirlas a todas como una caja de macarons, en distintos colores pastel”.
Schlafly ya era para entonces una experta en seguridad (y en realidad estaba muy poco interesada en los “temas de mujeres”) que había concurrido a unas elecciones al Congreso, había escrito cinco libros y tenido un papel instrumental en la elección de Barry Goldwater como candidato presidencial en 1964, pero se presentaba a sí misma en la esfera pública como un ama de casa de Illinois y madre de seis hijos. Que viaja a Washington en el día, para llegar a tiempo a acostar a su tropa. La primera vez que la vemos en ese contexto, Blanchett lleva un traje de chaqueta rígido en rosa pastel, lo que la hace destacar entre los hombres que hacen lobbying en la capital vestidos de franela gris. Hacia el final de la serie, rozando los ochenta, su vestuario se habrá profesionalizado y la brecha estética que dividía a las feministas de las anti se habrá achicado. “La moda cambia y todos los personajes se hacen más adultos. Fui abandonando los colores pastel para reflejar que las vidas de estas mujeres no eran perfectas. Tienen problemas con sus maridos y dudas con el propio movimiento, sobre todo el personaje de Sarah Paulson”, uno de los pocos que está completamente inventado y no se corresponde con un personaje real.
Algunas críticas han acusado a la serie de hacer un retrato demasiado halagüeño de Schlafly. Según cómo, ese era un problema al que se enfrentaba también Daigeler, vistiendo a una mujer tan magnética como Cate Blanchett en faldas lápiz y blusas florales ¿No temía que se viese demasiado atractiva? “Phyllis se vestía con toda la intención y eso es justo lo que le interesaba a Cate. Ella crea dudas para el espectador. Es importante ver cómo Phillys convenció a tanta gente. Estoy segura de que tenía mucho carisma. Cate es muy perfeccionista y le gusta rodearse de un equipo que va a corresponder ese nivel de perfeccionismo. Ella sabe que siempre le ofrezco material con el que puede evolucionar y construir su personaje, sobre todo en una serie, que era algo nuevo para ella. En una película, el trabajo es diferente”.
De entre las feministas, se nota que Daigeler se lo ha pasado especialmente bien vistiendo a Rose Byrne, una Gloria Steinem en la cumbre de su fama como superestrella de la liberación femenina. “Gloria es una fashion icon. Ella siempre ha sido superatractiva y con mucho gusto. En la serie evoluciona hacia un estilo más simple, de las faldas y las botas a un uniforme de vaqueros y camiseta, pero siempre con ese aire bohemio y perfecto. Lo lleva todo sin esfuerzo, muy natural. Lo bueno es que Rose Byrne tiene lo mismo, la misma naturaleza. Le hicimos hasta las camisetas y los vaqueros a medida para que le quedaran totalmente perfectos”. Sí que añadieron algunas prendas de Yves Saint Laurent y Diane von Furstenberg y el mismo modelo exacto de gafas de aviador que llevaba Steinem.
Al vestir a figuras históricas, se parte con la ventaja de contar con mucho material documental –el “poder del sombrero” de Bella Abzug y el estilo “mucho más urbano y neoyorquino” de Betty Friedan– pero queda un importante margen para la imaginación, porque no hay fotos de lo que llevaban esas mujeres en sus casas o en sus reuniones diarias de trabajo. En general, el objetivo del equipo de vestuario era apartarse de esos años setenta anclados en el cliché que suelen verse en muchas películas, en las que todo es marrón y naranja y no hay estampado que no sea geométrico, y buscar un aire cercano al documental.
Daigeler suele decir que le gusta que en el cine el vestuario no se note demasiado, con una excepción: las películas de Pedro Almodóvar. Admiraba al director, con el que tenía algunos amigos en común, desde que llegó a vivir a España (primero a Lanzarote, después a Madrid) seducida por los ecos de la movida. “Para mi era un sueño trabajar con él”. Finalmente lo consiguió en Todo sobre mi madre, una película que dejó imágenes de moda como Antonia Sanjuan en un Chanel falso o Marisa Paredes en un Rochas auténtico. “Era una prenda increíble. Con Pedro esa es la diferencia. Él sabe mucho más de moda que cualquier otro director y de repente te encuentras con prendas potentes de diseñadores impresionantes. Él tiene opiniones muy marcadas sobre lo que han de llevar los actores”. Ambos repitieron en Volver, de nuevo con Penélope Cruz. “Es genial vestirla. Tiene una capacidad increíble para transformarse y eso lo hace mucho más divertido”. El minicárdigan de cuadros vichy rojo y blanco que lleva en la película es de Marc Jacobs y resulta inseparable del personaje de Raimunda, una interpretación que le valió un Goya a la actriz y redirigió su carrera.
Daigeler también ha trabajado en dos ocasiones con Jim Jarmusch, y ambas con Tilda Swinton (en Solo los amantes se enamoran y en Los límites del control). ¿Afecta, aunque sea inconscientemente, vestir para la pantalla a una mujer con un estilo tan marcado y hasta parodiado? “En realidad, en el trabajo no hay diferencia. A mi en las pruebas de vestuario, me da igual si tengo delante a la número unoo a la número 325. Pongo el mismo amor en cada personaje y creo que ellas también dan lo mismo. Les tengo que dar a todas las mismas herramientas”.
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