Costura, teckels y gazpacho: La vida de la reina Victoria Eugenia en el palacete de Lausana que apenas abandonaba

Si en los años cincuenta usted hubiese buscado en la letra R del listín telefónico de Lausana (Suiza), entre “Reina de Saba, tapices y Objetos de Oriente” y “Reina Juana, mercería”, encontraría los datos de contacto de la “Reina de España”: avenue de l’Elysée, 24. En esa calle, muy cerca del evocador lago Léman, se alzaba Vieille Fontaine, un palacete en el que desde julio de 1948 residía Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII.Tras la proclamación de la II República en 1931, la reina se vio abocada al destierro. Vivió en Francia, en Italia, en Reino Unido y, finalmente, Suiza. Primero en el Hôtel Royal de Lausana pero, terminada la Segunda Guerra Mundial, la reina madre adquirió este tranquilo lugar donde pasó los últimos años de su vida. Hay varias teorías sobre el origen del dinero con el que realizó la compra: una de ellas sostiene que recibió una onerosa herencia de una amiga; otras, que lo consiguió tras vender varias de sus joyas.

De lo que no hay dudas es de que Vieille Fontaine –"fuente antigua", en francés– era un lugar muy agradable para alguien que estaba cansado de tantos avatares –el exilio, la muerte de tres de sus siete hijos a consecuencia de la hemofilia, las guerras y las deslealtades matrimoniales de su marido–. La abuela paterna del rey Juan Carlos pasaba gran parte del tiempo confinada en sus espaciosas estancias y sólo abandonaba esta villa en contadas ocasiones para visitar, por ejemplo, a sus amigos, Rainiero y Grace de Mónaco, tal y como recuerda su biógrafo, el periodista Marino Gómez-Santos. Para entrar en el magnífico palacete había que atravesar un portón de hierro con dos flores de lis, símbolo de la dinastía Borbón, forjadas en bronce que daba acceso a un frondoso jardín, en el que, además, se levantaba una casa de invitados. Ya dentro, en el hall, destacaba una impresionante escalera de roble blanco, bajo la cual había una pequeña biblioteca.

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La reina madre repartía su tiempo entre “trabajar por la restauración de la Monarquía en España”, tal y como sostenía su hija, la infanta Beatriz, en las memorias escritas por Pilar García Louapre , y la lectura, una de sus aficiones favoritas. En el palacio Real de Madrid acumuló más de 1.000 libros entre los que destacaban clásicos ingleses, así como varias obras que leyó en su infancia. Victoria Eugenia, quien abandonó apresuradamente nuestro país hacia el exilio, pudo recuperar algunas pertenencias pasado un tiempo. En una histórica sesión fotográfica del célebre fotógrafo Campúa para el diario ABC la encontramos en 1964, cinco años antes de fallecer, cosiendo recostada en un mullido sillón o arropada por sus mascotas, dos perros teckels. Esta raza también fascinó a Jimmy Alba, padre de la duquesa Cayetana de Alba y jefe de la Casa de la Reina, de quien dicen estuvo enamorado.

Victoria Eugenia había ordenado pintar las paredes de Vieille Fontaine de blanco, eligió unas cortinas amarillas y la decoró al estilo inglés. Según contó su hija, la infanta Beatriz, ordenó traer muebles desde Inglaterra que pertenecieron a su madre, la princesa Beatriz, una de las nueve hijas que tuvo la legendaria reina Victoria, su abuela. A Victoria Eugenia le encantaban las flores –claveles, mimosas, gladiolos, margaritas– y tenía retratos familiares dispuestos por toda la residencia. Destacaba uno de tono militar de su marido. En el gran salón ubicado la planta de abajo, el ala más pública de la villa, había más retratos, en esta ocasión de la propia reina y realizados por el artista húngaro Lázsló. En 1967, la pintó por última vez Ricardo Macarrón, quien también retrató a sus hijas, las infantas Beatriz y Cristina.

Por necesidades de luz, el pintor se decantó por realizar la sesión mientras ellas se encontraban sentadas en un retrete de Vieille Fontaine. “Divertidas por la situación, las Infantas pedían la vez preguntando cuándo llegaba su turno para posar: ‘‘¿Me siento yo ahora en el trono?”, contaba la viuda del artista, Alicia Iturrioz, en las memorias que escribió con la periodista Joana Socías.

Desde las ventanas superiores del palacete se obtenían unas vistas espectaculares del lago Léman, hasta el que paseaba alguna vez cuando le visitaban sus hijos. O sus nietos, como el rey Juan Carlos, quien solía pasar tiempo con ella durante su estancia en el internado de Friburgo. En 1961, el hoy emérito formalizó allí su compromiso con la entonces princesa Sofía de Grecia. Si había algo que se le daba bien a la reina era ejercer de anfitriona. “En su casa de Suiza siempre ofrecía una copa de jerez de aperitivo y, para comer, mandaba preparar gazpacho o tortilla de patatas. Yo comía allí en ocasiones e incluso coincidí con un amigo y vecino suyo especial: Charles Chaplin”, me contó Anson hace unos meses. “Poca gente quiere tanto a España como yo, a pesar de que me recibieron con una bomba y me despidieron destronándome”, le dijo la reina a Anson.

Ena, como la llamaban, había nacido en Balmoral (Escocia) y se había criado en Windsor. Se caracterizaba por recibir a sus invitados perfectamente vestida y con algunas de las joyas que conservó tras su huida forzosa de Madrid, donde regresó en 1968, un año antes de morir, para convertirse en la madrina de su bisnieto, el hoy rey Felipe VI. Ahora, el palacete en el que Victoria Eugenia fue feliz y que apenas abandonaba es un edificio de oficinas con empleados corriendo de aquí a allá en el que, de seguir viviendo, a la reina le hubiese costado encontrar su anhelada paz.

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