“Mis días son aburridísimos: entreno, cuido lo que como, descanso y duermo”. A veces, los domingos, se concede un pequeño homenaje en forma de copa de vino y siesta en el sofá. Y el lunes, a primera hora, vuelta a empezar. Pero cada día que pasa es uno menos en la cuenta atrás hacia Tokio 2020. La fecha marcada en el calendario obsesiona a Ana Peleteiro (Ribeira, A Coruña, 1995), la campeona de triple salto que aspira a todo en la cita olímpica tras proclamarse ganadora en el Campeonato de Europa en pista cubierta en 2019 y quedar sexta en el Mundial de Doha. Hoy, excepcionalmente, ha roto su rutina. Una breve escapada a Madrid desde Guadalajara, donde entrena con Iván Pedroso, leyenda viva del triple salto, y reside junto a su chico, Nelson Évora, actual campeón olímpico de la disciplina.
A Peleteiro le gusta la moda: disfruta eligiendo estilismos, charlando con el maquillador, buscando la mejor pose para el fotógrafo… A sus 24 años, sabe lo que es la cima, pero también el “fondo del pozo” después de despuntar con apenas 16. Competitiva y ambiciosa, sensible y sentimental, su sinceridad desarma tanto como su fuerza física. Su mejor marca personal está en 14 metros y 73 centímetros. Sabe que si quiere colgarse una medalla al cuello tendrá que superarla. O, mejor dicho, superarse.
Mujerhoy A cinco meses para los Juegos Olímpicos de Tokio, ¿cómo se encuentra?
Ana Peleteiro Estoy teniendo muy buenas sensaciones y, a la vez, sufro el estrés de no lesionarme. Por un lado, tengo que ser la mejor versión de mí misma; por otro, necesito dosificar mi energía. A los de Londres no fui porque era demasiado joven y en Río estaba lesionada. Tengo miedo de que me pase lo mismo y por eso estoy nerviosa. Tengo que ir con cabeza, pero sin que la cabeza me coma. Es un equilibrio difícil.
M.H. Pensemos que llegará a tope a Tokio. ¿Qué expectativas tiene?
Ana P. Sueño con una medalla. Con llegar a la final y luchar con uñas y dientes por una medalla. Y si puede ser el oro, mejor. Sería hipócrita decir otra cosa. Soy realista, sé que pueden pasar muchas cosas. Pero creo muchísimo en el destino. Todo está escrito.
M.H. ¿Cómo se entrena una mente ganadora?
Ana P. Queriendo siempre más. También siendo consciente de que, si quiero acceder a las sesiones de fotos, los programas de televisión o los patrocinadores, necesito conseguir mejores resultados.
“Leí un tuit que me reventó. Ahora, cuando salto, gozo viendo las caras de quienes entonces me criticaron. Sé quienes son y eso me motiva”.
M.H. ¿Cómo fue su infancia?
Ana P. Idílica. Era la más pequeña y la más mimada. Viajaba con mis padres por todo el mundo, tenía mis amigas, en verano mi casa se llenaba de primos… Y siempre jugando en la calle: haciendo cabañas, con la comba o la peonza, yendo en bici…
M.H. ¿Cuándo empezó a practicar atletismo?
Ana P. Con tres años, mi madre me apuntó a ballet. Salía de allí con más energía de la que entraba. A los cinco, le dije: “Mamá, estoy muy guapa con el tutú, pero no es lo mío”. Así que mi padre me llevó a atletismo y me encantó desde el primer día.
M.H. De todas las disciplinas, ¿qué fue lo que le atrajo del triple salto?
Ana P. Destacaba en todo: cross, pista, velocidad, fondo… Elegí el triple porque había una chica que nunca me ganaba en nada, pero saltaba más que yo. Me puse a entrenar y al año era campeona de España.
M.H. Con 16 años se convirtió en campeona del mundo junior, pero ha dicho que preferiría no haber ganado.
Ana P. Se me subió a la cabeza. De pronto, era una niña prodigio, una futura campeona olímpica, con seguidores y repercusión mediática, me vine a vivir sola a Madrid… No supe gestionarlo. Hice muchísimas cosas mal y fue una etapa muy oscura, acabé en el fondo del pozo. Nadie creía en mí. Mucha gente aprovechó para hacerme daño y tratar de hundirme.
M.H. ¿Pensó en dejarlo?
Ana P. Sí, claro. No tenía beca, estaba fuera de forma y ni siquiera tenía ganas de saltar. Mi representante me convenció para seguir y por suerte Adidas renovó mi contrato. Pero lo que más me motivó fue saber que Iván Pedroso ya no quería entrenarme. Cuando aceptó, empezamos de cero. Yo estaba literalmente en la mierda.
M.H. ¿Cómo recuperó la motivación?
Ana P. Leí un tuit que me reventó: “El 80% de los campeones mundiales junior no llegan a absolutos. Ana Peleteiro es un claro ejemplo”. Entonces, yo ganaba el campeonato de España cada año, tenía mi dinerito para compras y viajes, y no quería más. No tenía ambición por ser la mejor. Prefería ser la que más seguidores tenía. Estaba tonta perdida. Aquel tuit me llegó al alma. A día de hoy, todo lo que hago lo hago por orgullo. Y cuando salto, gozo viendo las caras de quienes entonces me criticaron. Sé quienes son y eso me motiva.
M.H. ¿Hay muchos egos y envidias en el atletismo profesional?
Ana P. Sí. El deporte individual es así. A la cara, todo el mundo te da la enhorabuena, y por detrás dicen: “A ver si se lesiona”. En el Mundial de Doha, un atleta español me preguntó: “Si fueras campeona del mundo, ¿preferirías ser la única medalla de España?”. Para mí estaba claro, pero él me confesó que quería ganar sólo él. Es muy triste que pienses que la gloria de los demás te perjudica.
M.H. Llegó al Mundial después de un mal momento personal.
Ana P. Meses antes, falleció mi abuela, que era como mi madre. Tuve un bajón terrible. Me sentía vacía, no tenía ilusión por nada. Una parte de mí murió con ella. No dormía, tenía ansiedad, soñaba cada noche con ella… Parezco dura, pero soy muy vulnerable.
M.H. Aún así, consiguió el sexto puesto.
Ana P. No tuve un buen Mundial pero aprendí mucho. Especialmente tras compartir lo que sentía en Instagram, donde tuve una respuesta muy positiva. Mucha gente me dice que me admira no solo por cómo salto, sino por mi forma de hablar, mi naturalidad.
Siempre viví entre personas blancas y, hasta hace seis años, yo era racista. “No me gustan los negros”, solía decir. ¿Cómo podía ser tan tonta? Gracias a dios, cambié”.
M.H. ¿La fama es un peaje o una ventaja añadida?
Ana P. No voy a ser hipócrita: siempre me ha gustado ser popular. Pero quiero que me conozcan por ser Ana Peleteiro, la triplista. No me gusta cuando eso afecta a mi familia, cuando estamos en un restaurante y todos están pendientes de nuestra conversación.
M.H. Las carreras deportivas tienen fecha de caducidad. ¿Ha hecho ya planes de futuro?
Ana P. Tengo un proyecto del que no puedo hablar aún. Me gusta la moda, la televisión, dar conferencias… Si me ofrecieran una sección en un programa de televisión, me harían feliz.
M.H. Su pareja, Nelson Évora, también es atleta. ¿Es más fácil así?
Ana P. Somos un buen tándem, pero hay días que le mando a paseo. Lo más difícil de nuestra relación es la monotonía: dormimos juntos, comemos juntos, entrenamos juntos, vemos la tele juntos, jugamos a la play juntos… O te llevas muy bien o lo dejas al mes.
M.H. Ha contado que quiere ser madre pronto.
Ana P. Si no fuera atleta, ya tendría hijos. Y si me dieran a elegir entre ser campeona olímpica o ser madre, escogería lo segundo.
M.H. También ha criticado con dureza las cláusulas anti-embarazo que algunos patrocinadores imponen a las deportistas.
Ana P. Hasta hace poco, muchas atletas ocultaban sus embarazos. Te enterabas cuando tenían el bebé. “¿Por qué esconden algo tan bonito?”, pensaba yo. Estás embarazada, no enferma. Una lesión puede tener una recuperación más larga. Si te cuidas, ¿por qué va a prohibirte ser madre una marca? ¿Por qué aceptar algo así?
M.H. ¿Cómo negoció esa parte del contrato?
Ana P. Cuando firmé con Adidas, lo dejé claro: “Este contrato es muy largo y yo en estos años seré madre; ya os lo adelanto”. Mi mánager me daba patadas por debajo de la mesa. Yo no me iba a callar, estaban en juego mis derechos. En Adidas me agradecieron la honestidad y garantizaron que no habría problemas…
M.H. Usted, que presume de gallega, es también algo supersticiosa…
Ana P. Tengo presentimientos. No quiero hablar mucho porque me rayo. Creo en las brujas y el día de San Juan me gusta ir a Galicia para lavarme con agua de San Juan. Si no voy, mi madre mete el agua en una botella. Tú te echas colonia todos los días, ¿no? Pues yo mis aguas de San Juan.
M.H. ¿Qué sabe de sus raíces africanas?
Ana P. Nada. Mi sangre es medio negra medio gallega. Mi madre biológica es gallega, pero no la conozco. Me adoptaron a los dos días de nacer. Quiero ir a África, me gustaría conocer mis orígenes, pero no busco a mi familia biológica. Es solo que, cuando tenga hijos, quiero poder explicárselo. Siempre supe que era adoptada, pero mis padres no podían contarme más porque no tenían información.
M.H. ¿Y qué les querría contar?
Ana P. “Tu eres de aquí, pero tu abuelo biológico, que no es tu abuelo pero es un señor que me dio la vida, era de allí. Y hay un cachito de ti que también es de allí”. Solo eso. Me da mucha rabia cuando me preguntan de dónde soy. Cuando abro la boca, se quedan callados. Soy gallega, no le des más vueltas.
M.H. ¿Vivimos en un país racista?
Ana P. Cada vez más gente me ve como un motivo de orgullo nacional, ya no se fijan en el color de mi piel. De niña no sufrí racismo, siempre viví entre personas blancas. Lo viví por primera vez con mi chico, que también es mulato como yo, cuando nos mudamos a Guadalajara. En unos grandes almacenes nos seguía el vigilante de seguridad. En España no somos racistas, somos clasistas. Si eres negro, vas bien vestido, conduces un BMV y hueles bien, perfecto. Pero si eres negro, llevas chándal y eres un trabajador común, te miran mal. ¡Yo también lo hacía!
M.H. ¿A qué se refiere?
Ana P. Hasta hace seis años, yo era racista. No quería tener una pareja de color. “No me gustan los negros”, solía decir. ¿Cómo podía ser tan tonta? Gracias a Dios, cambié. Y estoy intentando que la gente que me rodea y que me sigue cambie también.
M.H. ¿Cómo reacciona cuando escucha mensajes contra la migración desde ciertos ámbitos?
Ana P. Me da vergüenza. También pena. Somos un país que históricamente ha emigrado. Nunca le cerraría la puerta a una persona que viene a trabajar, a buscarse la vida, a darles un futuro a sus hijos. Quienes hacen esos discursos no me representan.
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