Arancha González Laya: leamos sus broches

Cuando a alguien es nominado por primera vez a los Oscars tiene que frenar muchos “demasidos”: querer destacar demasiado, ser demasiado único/o, cumplir las demasiadas expectativas de los otros. Con frecuencia, la decisión final del aspecto es conservadora y eficaz. Igual ocurre cuando nombran a alguien ministro. Siempre hay gente que gestiona bien los demasiados; en Hollywood y en Zarzuela. Bienvenidos ellos.

Cuando Arancha González Laya (San Sebastián, 1969) la ministra de Exteriores, Unión Europea y Cooperación apareció en el primer Consejo de Ministros del nuevo gobierno, supimos que pertenecía a esta estirpe. Lo hizo con una chaqueta malva estampada de inspiración asiática mientras el resto de sus colegas comparecía con americanas discretas. Demasiado discretas. Si hay una cartera ministerial que se permita extravagancias es la de Exteriores. Alguien al frente de la diplomacia puede y debe usar todos los recursos en su mano para promover el diálogo entre países; su aspecto, parte de la comunicación no verbal, es uno de ellos. Si eres ministra, la ropa es más que ropa. Si eres ministro, también.

El curriculum de González Laya es tan intachable como desconocido para el gran público. Esta jurista ha desarrollado toda su carrera fuera de España, donde salió en 1992 y donde ha vuelto ahora tras la llamada de Pedro Sánchez. En la biografía de esta mujer hay altos cargos en la Comisión Europea en el campo de las relaciones internacionales, el comercio, la comunicación y la cooperación al desarrollo. Su último destino fue Ginebra como Directora del gabinete del Director-General de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y su representante en el G-20. Se despidió de la ciudad, desde donde vivía desde 2013, la semana pasada tal como compartió en su cuenta de Instagram en la que, por cierto, tardó varios días en cambiar su bio de Directora de la OMC a Ministra.

En estos casi 30 años de carrera internacional se ha sentado a negociar en foros de todo el mundo y esto le permite manejar y usar a su favor distintos códigos culturales. A esta jurista de sonrisa tranquila le gustan los colores vivos, las casacas, los pañuelos y los estampados. Con ellos ha jugado cuando se ha sentando a negociar en distintos foros en Oriente Medio, Asia y África. Cuando apareció en las escaleras de Zarzuela con su Tank en la muñeca y su chaqueta de cuello mandarín estaba lanzando un mensaje: “me muevo bien en las altas esferas y conozco el mundo”.

Lleva tres décadas haciéndolo. El pasado diciembre, todavía bajo su anterior cargo, viajó a Jeddah y se reunió con tacones, pantalones y vestida con una casaca bordada. Sabe que en Arabia Saudí las extranjeras no necesitan llevar velo. Isabel Díaz Ayuso: Laya did it first, como diría ella en su impecable y paseado inglés.

En González Laya, que se ha definido en alguna ocasión como “bicho raro”, no veremos excentricidades, sino guiños; en su cargo se los puede permitir. Cuando juró ante el Rey vestía con una americana brocada roja y pantalón negro. Ahí, aunque más contenida, llevaba un elemento con el que, a la vista de su pasado, jugará: los broches. Le permiten mostrar su personalidad cuando el resto del aspecto es más neutro. Una ministra se mide en conversaciones y en distancias cortas y ahí cada detalle importa.

El recurso al accesorio es un gesto recurrente en alta política. Una de sus antecesoras, Ana Palacio, también utilizaba broches, y Julie Bishop, que fue ministra de Exteriores en Australia de 2013 a 2018 manejaba con soltura el lenguaje de los pendientes. Pero de todas las políticas recientes, la que mejor dominó el arte de comunicar con los accesorios (sin hablar de la reina Isabel II) ha sido Madeleine Albright. En su libro, Read my Pins explicaba la llamada Diplomacia del Broche y cómo ese complemento decía cosas que, a veces, no se expresaban con palabras. Podían demostrar cómo era su ánimo o lanzar un mensaje literal literales. En el libro Power Dressing (Rob Young) se cuenta que cuando tuvo que negociar el Tratado sobre Misiles Antibalísticos con Rusia llevó un pin con forma de misil; el ministro de Exteriores ruso le preguntó si ese era uno de sus misiles antibalísticos y ella respondió: “Sí, los hacemos así de pequeños”. Confesó que llevaba avispas cuando quería soltar algún aguijón. Albright tuvo que salir de paso en muchas ocasiones cuando se le criticaba por prestar demasiada ( si esto fuera una conversación por WhatsApp aquí pondríamos un bostezo) atención a su ropa y accesorios. “Que llevemos pendientes no quiere decir que no sepamos pensar”. Léase esto en tono de“hasta cuándo tendremos que justificar esto”.

Durante este ministerio prestaremos atención a cómo viste González Laya porque nos dará información de cómo ejerce su poder. Atenderemos a sus collares, gafas (cuya montura cambia) y pañuelos, que le darán juego y nos ofrecerán pistas. González Laya is back. González Laya is here to stay.


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