El acento del poder: María Jesús Montero, la ‘superministra’ orgullosa de su origen que habla andaluz

Hay a quien solo le gusta un “quilla” si lo dice Rosalía. Pero la nueva portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, ni es de esas personas ni es ajena a dos hechos evidentes: que su acento ha servido para hacer chistes y parodias que han ayudado a conformar, casi siempre en negativo, la imagen de los andaluces y que en política, donde todo sirve, su habla se ha empleado como arma arrojadiza.

La ministra de Hacienda ha tenido que enseñar colmillo para defender su origen más de una vez. Por ejemplo, ante Rafael Hernando, que se burló de ella en medio de un debate sobre presupuestos llamándola “miarma”, término que junto a otros como “chiqui” o “cariño” ella emplea con frecuencia. “Son expresiones que a gala llevamos los andaluces en nuestro diálogo coloquial”, replicó ella al popular.

Esa reacción también la ha tenido en varias ocasiones la que fue su jefa antes quePedro Sánchez: Susana Díaz. La expresidenta de la Junta de Andalucía hace gala de su hablar y por eso, se revolvió cuando durante la Comisión de Investigación del caso de los ERE en el Senado, el popular Luis Aznar le dijo que tenía hablando mucho gracejo. “Yo soy bastante sosa”, replicó Díaz, que lamentó que en una institución como el Senado se hicieran alusiones personales de ese tipo.

Prestigio y prejuicios

La manera de hablar es parte de la identidad de una persona y como tal, un elemento por el que se juzga a los demás. Por eso hay quien lo lima para que se asemeje a alguna variante considerada más prestigiosa. No pasa solo en España. Cuando el 14 de noviembre de 1922 la BBC emitió su primer programa, también eligió con qué deje se iba a dirigir al mundo. En el caso de la emisora pública británica eligió como "voz de la nación" el received pronunciation, basado en el que emplea la reina Isabel II, una ciudadana única con la que quizás su pueblo se identifique, pero al que no representa. No es el caso de la electa Montero, que viene de la comunidad que supone el 18% del total de la población española.

Que el acento sugiere cosas a quien lo escucha se puede comprobar hasta en la cuna. Así lo concluyó una investigación de la Universidad de Harvard que expuso a un grupo de bebés a distintas hablas y todo prefirieron la que más se parecía la de sus padres. Es un resultado lógico: la gente está más segura con lo que ya conoce, una comodidad que deviene en prejuicio con mucha facilidad. De ahí que en una encuesta realizada en Reino Unido en 2013 por la consultora Savanta ComRes, la mayoría de los preguntados –todos mayores de edad– dijera que el acento que más desconfianza les producía era el de los habitantes de Liverpool, seguido del cockney, el que hablan las clases trabajadoras de Londres. A ambos grupos los tachaban también de perezosos.

De ese estudio se desprende algo sabido, que un seseo o comerse algunas sílabas, despierta un estereotipo. Nada más percibirlo, quien lo oye cree saber de dónde viene esa persona, cuánto dinero tiene e incluso a qué partido vota. Lo dice Gibb Knotts, investigador de la Universidad de Carolina del Norte que lleva años estudiando los acentos de varios políticos sureños de EEUU. Uno de ellos, el del senador Sam Ervin, presidente del comité que investigó el caso Watergate. Knott considera que él es uno de los servidores públicos que ha tenido que cargar con el sambenito de un dejo, que según el politólogo, genera poca confianza. Así lo demuestran sus encuestados, expuestos a audios de distintos políticos, que identificaban los acentos del Sur con gente conservadora, partidaria de las armas y en contra del aborto. Y lo más preocupante: también con gente menos fiable y menos honesta que las voces con entonaciones de otras latitudes.

¿Condescendenciamachista?

En el caso de la investigación de Knott, hombres y mujeres recibían las mismas valoraciones y primaban los acentos y el aspecto al sexo de los políticos. En España parece algo distinto: quienes han tenido que defenderse por un ceceo, un rotacismo o el uso de coloquialismos han sido mayoritariamente políticas. Trinidad Jiménez, por ejemplo, tuvo que oír en 2010 del portavoz del PP en la Asamblea de Madrid, Juan Soler, que era una “candidata floja” porque le faltaba “fondo y cuajo madrileño” y su acento la hacía “más apta para Dos Hermanas o Vélez-Málaga”.

Poco se ha oído a un rival atacar a un hombre por ese motivo y es un hecho que esos golpes han ido más veces del PP al PSOE que en dirección contraria. Eso ha hecho que políticas como Díaz hayan tachado de clasistas a los populares más de una vez. Lo mismo ocurrió cuando Artur Mas metió la pata en el mismo sentido siendo presidente de la Generalitat: “No le hablo ya de Sevilla, Málaga o Coruña, porque allí hablan el castellano, efectivamente, pero a veces a algunos no se les entiende”, dijo el jefe del Govern en 2011. Algunos líderes socialistas le exigieron una disculpa. También uno del PP, el andaluz Javier Arenas, que nunca pidió nada parecido a sus compañeros cuando se metieron con Jiménez, con Díaz o con Montero, lo que demuestra que el acento, como la identidad, se usan en política a conveniencia.

Lo hizo también Montero cuando lo empleó como ataque y no como defensa en el debate de mujeres que se celebró en televisión con motivo de las elecciones generales del 10N. En aquel escenario, la socialista atacó a Inés Arrimadas: “Tú algunas veces vives en Andalucía y otras en Cataluña", dando un golpe bajo con algo que, sin embargo, parece casi sagrado para la ministra. A Arrimadas, por su parte, se le ha achacado que solo saca el acento andaluz en campaña y que fuera de ella, emplea uno más refinado y ella se defiende de esas acusaciones de oportunismo diciendo que no hay que confundir “el acento andaluz con el acento socialista porque son cosas muy diferentes” en referencia a lo que Arrimadas denomina “uso patrimonialista” de lo que es ser andaluz.

Ficción y telerrealidad

Otro de los acentos más comentados y ridiculizados es el gallego, pero no toca el ámbito político con la misma fuerza que el andaluz. Y no es porque el deje del Norte esté exento de desprecio, como bien reflejó el periodista y dibujante Castelao en el diario Galicia allá por los años 20. Un ejemplo es la viñeta (abajo) en la que se ve a dos mujeres distinguidas referirse a un hombre ausente del que comentan:

– Ese muchacho dicen que sabe muchísimo.
– Sí, pero tiene un acento tan gallego…

Otra pluma de esa zona hizo referencia, aunque él casi de acuerdo con esa falta de aprecio, a la lengua de su tierra: “El gallego, que es un idioma dulce, armonioso y abundante en vocales, no sirve para la vida ni para la literatura. Se puede hacer algunas poesías –Rosalía las hizo maravillosas– comprar algunos pescados y hablarle a las gallinas, a los pájaros, y a las muchachas de la aldea". Lo escribió Julio Camba añadiendo que no era un idioma serio para escribir un artículo o una obra filosófica. Pero esa falta de respeto por ese idioma y ese acento que aún existe, no se extendió con la misma fuerza al resto de España, algo que sí ha ocurrido con el andaluz.

Por eso, en 2005, el diputado del Partido Andalucista Antonio Moreno presentó una proposición no de ley para rechazar "el rol y el estereotipo negativo" asignado a los andaluces en conocidas series de televisión. Le apoyó el Parlamento regional al completo, aunque tocaba un ámbito resbaladizo, el de la ficción, que efectivamente no ha hecho más que incidir en los tópicos que sobre Andalucía construyeron los escritores románticos que llegaron allí en el siglo XIX. Pero tampoco la realidad, o lo más parecido a ella, ha ayudado a dar una variedad de perfiles de lo que es ser del Sur de España, como demuestra el trabajo que hicieron Laura Teruel y Florencio Cabello, de la Universidad de Málaga, sobre la manera en que aparecen los andaluces en los programas de telerrealidad.

El acento y el poder

Lo primero que les llamó la atención es la sobrerrepresentación de andaluces en programas como Operación Triunfo o Gran Hermano. En el primero, el 37,5% de los concursantes de las cuatro primeras ediciones eran de alguna provincia andaluza. Y en el segundo espacio, del 28,5%. Los autores extraían de esos datos que el estereotipo pesaba en la elección de los productores: “La imagen del andaluz abierto, alegre, artista y folklórico encaja a la perfección en programas donde se canta y se baila". También los que se convive, como Gran Hermano, donde las interacciones con otras personas 24 horas al día son la base del programa. Los autores acusaban a los que dirigen los castings de practicar “una economía intelectual” para ofrecer a los espectadores “un producto sobre el que tienen una idea formada que encaja con lo que se pretende emitir”. También eso demuestra la relación entre comodidad y prejuicio.

Andaluces hay en la televisión, detrás y delante de las cámaras, en todos los trabajos y en el Congreso. Pero autores españoles como Eugenio Noel, que no era romántico, ni extranjero, ayudaron a propagar el tópico de la pereza, el gracejo y un carácter pendenciero que se sustenta en ficciones, no refleja la variedad que representa tener más de ocho millones de personas y conforma estereotipos que hacen daño en la realidad, no en el chiste. "La gracia mata en Andalucía toda iniciativa, ahoga toda rebelión", escribió el madrileño en Señoritos chulos, fenómenos, gitanos y flamencos incidiendo en ese tópico.

Quizás fuera Felipe González, el primer andaluz de nuestro tiempo quien más hizo por "normalizar" el acento de su tierra. El hablar sencillo, que podía entender todo el mundo, sin esconder el relajo de las jotas, las aspiraciones de algunas eses, los participios acortados… Luego la historia de Felipe se complicó, fue por otros derroteros y cambió de semántica, pero a nadie se le escapa que si el acento andaluz fue visto de otro modo en su mandato es porque tuvo lo que ahora tiene la ministra y portavoz Montero: mucho poder.


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