En plena I Guerra Mundial, con apenas 18 años, Alfred Hubert Mendes (1898-1991), un escritor y aventurero nacido en la colonia de Trinidad y Tobago, se alistó en el Ejército británico. Combatió en el frente, obtuvo una medalla por su valor, se intoxicó con un gas del Ejército alemán y volvió a casa para contarlo en su autobiografía —publicada en 1975— y a su nieto Sam. “Me hizo firmar un contrato por el que me comprometía a escribir una novela antes de los 18 años”, cuenta a Vanity Fair el director de American Beauty. “Lo incumplí y puede que esta sea mi manera de saldar esa cuenta pendiente”.
Sam Mendes (Reading, 1965) se refiere a 1917, el drama bélico ambientado en el frente francés de la I Guerra Mundial que ha dedicado a su abuelo y que recrea el horror que los soldados de ambos bandos vivieron en las trincheras. “Mi abuelo era un pícaro, un casanova, y eligió recordar lo que había gozado con las mujeres que se encontró en lugar de las atrocidades de la guerra”, explica. Alfred dejó en sus memorias que más que un aprendizaje militar, aquello fue para él “un curso sobre cómo hacer el amor” con jovencitas de los territorios liberados.
En una historia en la que solo aparece fugazmente una mujer, contó con Krysty Wilson-Cairns, una guionista nacida en 1988 con la que ya había trabajado en la serie que produce, Peaky Blinders. “Quería huir de mi punto de vista de señor de mediana edad y busqué a alguien joven, inteligente y rápida. Lo que no imaginaba era que también sería una enciclopedia bélica andante”. Mendes reconoce que disfrutó muchísimo durante el proceso, especialmente investigando, pero sobre todo con la libertad de que esa historia le pertenecía. “Por primera vez podía opinar sobre el guion sin sentirme culpable, no estaba ofendiendo a nadie”.
Montada como Birdman, en un plano secuencia de dos horas, frenética y caótica como la contienda, 1917 ha sido un reto también durante su rodaje. “Se me ha caído pelo”, comprueba el director mesándose el cabello canoso. “Aunque lo peor fue una lesión en el pie que arrastré toda la película. Cuando había que correr, me quedaba tan atrás que si decía ‘Corten’ apenas me oían”. Empezó a usar bastón, como un herido de guerra, aunque no se atrevió a quejarse. “Solo pasé en esas trincheras tres o cuatro semanas y estábamos hablando de personas que estuvieron allí tres o cuatro años”.
¿Si una película retrata bien la guerra, tiene que ser necesariamente antibelicista? “No conozco ninguna que no lo sea, ¿tú? La guerra es lo más parecido al infierno, pone a los seres humanos al límite, aflora todo de lo que somos capaces. Para mí ha sido una experiencia extenuante, pero también liberadora”. El abuelo Alfred estaría orgulloso.
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