Cruzar ese parque que separa tu casa de la suya sin miedo. Poder disfrutar de la libertad de irte con un lío de una noche guapísimo y que parece de fiar. Bajar a hacer recados sola de niña o adolescente sin esa tensión por lo que pueda pasar al volver por esas calles desérticas. Cuántas y cuántas veces sentimos miedo las mujeres. Parece que, incluso, naciéramos ya con él, que el salir niña suponga como bienvenida al mundo ese «Pero ve con cuidado». Ellos, esos monstruos, como bien denomina al protagonista de su relato la periodista Lucía-Asué Mbomío Rubio en Tranquilas. Historias para ir solas por la noche (Lumen), acechan en multitud de esquinas y contextos distintos. Y esos monstruos no sólo maltratan físicamente, si no que adoptan diversas caras cuyo fin último es denigrar y humillar a la mujer. De ahí términos como ‘follación’ que se recogen en este libro, editado por María Folguera y Carmen G. Cueva e ilustrado magistralmente por Sara Herranz, seguramente se quedarán para la posteridad en más de un grupo de amigas. Hablamos con María (Madrid, 1984), directora del Circo Price, sobre esto y la desgraciada realidad a la que cada día estamos expuestas las mujeres.
María, este libro crea un sentimiento de hermandad, pero también de miedo, odio… Es duro. ¿Tú que crees que este libro le va a causar al lector?
Es muy duro. En lectores hombres genera mucha tristeza y malestar porque es una acumulación de una historia detrás de otra desde ángulos muy distintos en los que hay un patrón que se repite, el de la peligrosidad. Y esa conciencia genera desasosiego en lectores de 30 para arriba. En las mujeres jóvenes genera alegría por esa comunión, por ese compartir, el alivio de ver que nos ha pasado a todas y de que hay fuerza y rabia para contarlo; lo potente es que han sobrevivido y pueden contarlo. Es muy típico también, después de leerlo, ese «Ahora las cosas están peor que antes» achacándolo a que ahora, además, te graban con el móvil. Pero cuando hablamos en profundidad con ellas y les preguntamos si antes podían salir solas a algún lado, por ejemplo, podemos compartir que tampoco en los 60 y en los 70 estaban bien las cosas, no salías sola, pero, además, tampoco se contaba lo que pasaba, la maternidad era diferente, etcétera. Para mí es un libro que acoge tantas perspectivas que en la discusión puede dar cabida a todos.
Este libro, a priori, parece solo para mujeres, también por el título. Pero al terminarlo, te das cuenta de que sería súper importante que se lo leyeran los hombres…
Yo soy consciente que desde el título se estaba dirigiendo hacia un público frente al otro. Todo el mundo dice que deberían leerlo los hombres. Pero por nuestra parte había una consciencia de que tienes que apuntar el objetivo y para mí había algo visceral y necesario de compartir las historias. Pensamos en hacerlo mixto, pero nos dimos cuenta de que primero había que poner en común el compartir entre nosotras esto y que iba a ser más fácil dar una cierta unidad si eran escritoras y si trabajábamos desde esa confianza de no estar desparramándonos en cuanto a temas. Yo, de hecho, vislumbro hacer en un futuro un libro que sea algo así como ‘Historias para leer juntos por la noche’ también con escritores, no sé cómo ni cuándo ni quiénes, pero me apetece hacerlo e ir por partes.
En tu relato concretamente dices una frase clave que me parece muy representativa para la mayoría de las mujeres en algún momento ante un jefe, un padre o un novio: «Hacerme una bolita y llorar ante el conflicto».
Es una herramienta cultural que hemos adquirido de que ante un conflicto tenemos que llorar, mirar hacia abajo y entregar el poder. Virginia Despentes lo dice en Teoría King Kong cuando habla de la violación que sufrió: «En aquella época yo tenía una navaja, era punky; si esos chicos me hubieran intentando robar la ‘chupa’, mi reacción habría sido defenderme y plantar cara, pero en el momento en el que se activó la violación, cedí el poder porque hubo algo cultural por encima que repartió los papeles». Y para nosotras es un día a día con mucho esfuerzo el superar esta reacción; las que tenemos hijas, nos tenemos que sobreponer siempre porque venimos de una tradición madre-hija que ha estado basada en la discreción, la modestia, humildad… que te sale. También a veces tenemos que ser pacientes y comprensivas con nosotras mismas y pedir comprensión a nuestras hijas y nuestras madres por momentos en que falló la transmisión de las mejores herramientas.
El relato de Roberta Marrero sobre la transexualidad es muy interesante por ser un mundo más desconocido, peor tratado. Ella dice que lo primero que tendríamos que hacer es evitar criticarnos entre nosotras. A veces ¿las mujeres somos las peores enemigas?
Yo nunca situaría a las mujeres como las peores enemigas o el centro de la responsabilidad. Creo que cuando una siente malestar hacia otra mujer, nos agobiamos doblemente porque queremos negarlo y yo creo que es comprensible, es muy normal que nos encontremos en situaciones de rivalidad o de agresión. Para eso está la literatura o el arte, donde puedes compartir todas estas cosas, esas contradicciones sin ‘comentarios a pie de página’ como pasa en las noticias.
Roberta también comenta como solución fundamental el crear esta red, el plasmar nuestras experiencias con esos hombres… ¿Esa es la solución a la que tenemos que aferrarnos?
No creo que sea esa la única solución. Esa red te permite caer y volverte a levantar. Ahora en el presente tememos este nivel de compartir, se refiere al presente. Para mí un libro fundamental es Violación de Mithu M. Sanyal, que es incómodo y el tratamiento del caso de La Manada, lo pone todo patas arriba y según comenta el crimen de violación tiene un calado de género que no tiene ningún otro y las reacciones colectivas han cambiado mucho con el tiempo y están sometidas a esos códigos de honor muy terribles. Pero estoy segura de que la reacción camina, se modifica y se van adquiriendo mejoras. Y el hecho de que ahora haya más denuncias por violación significa que la chica que lo padece puede hablar ahora. Y si comenzamos negándolo, por ejemplo, desde el patio del colegio, nos quedamos sin herramientas a las 4 de la madrugada cuando tienes 20 años.
Si tuvieras que elegir uno o un par, ¿qué relato te removió más de primeras?
Como yo llevo años obsesionada con este tema y leyendo, creo que los que más impacto me han causado, sobre todo porque suponen una aportación teórica, son los de Jana Leo y Lucía Mbomío. Esta última, por ejemplo, propone el nombre de ‘follación’, que ya puede ser incorporado al diccionario porque es una realidad que existe y no tenía nombre. Y Jana Leo propone medidas y viajando en taxi el otro día, vi una pegatina que están incorporando que pone «Si me lo pides, puedo esperar hasta que hayas entrado (en el portal)», algo así. Para mí eso ya es poner nombre a algo que está en el aire. Y para mí, entonces, la lectura de estos dos textos me acompaña mucho en el día a día. También porque yo soy extremadamente miedosa y Jana Leo es una gran mujer de acción.
¿Crees que estas historias pueden llegar a causar en determinadas mujeres más miedo que tranquilidad?
Yo eso lo he pensado con los relatos que hablan de citas, de dispositivos… Pero como este problema está en el aire o en la pantalla de la tele de fondo mientras desayunas en un bar, creo que este libro te está ayudando a dar nombre a algo que ya te han contado desde niña. Incluso desde los cuentos clásicos como Caperucita.
Una vez ya concluido el libro, editado, publicado… ¿Qué sensaciones o aprendizajes se os han quedado como editoras?
Para mí que, a diferencia de Carmen, era la primera vez que editaba, he aprendido mucho y me ha encantado acompañar en la escritura a estas mujeres, el honor de que hayan aceptado las propuestas y el haber creado entre todas, tan diferentes, ese clima de objetivo común. En conclusión, si convocas a las diferencias y escuchas, aprendes mucho. Y Sara Herranz ha contribuido mucho; fue una propuesta de Lumen y me ha encantado cómo ha trabajado, cómo ha plasmado sus sensaciones y cómo ha ido evolucionando desde mujeres ‘rotas’, pero luego pasó a plasmarlas ‘enteras’, con una luz, con una esperanza.
Para terminar, ¿qué mensaje corto pero directo le darías a esas chicas con miedo, como tantas veces, que salen hoy?
Pásalo muy bien y que el pasarlo bien sea la brújula. Y en el momento en el que no lo pases bien, decide, decide segura.
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